THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Dormir en el cine

«Durante el visionado, mi mente divaga, me aburro un poco. Al salir del cine no sé qué pensar. Pero días después, me vienen a la cabeza escenas, atmósferas»

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Dormir en el cine

Imagen de una sala de cine.

Fui al cine un sábado de agosto a las cuatro de la tarde. Solo había otra persona en la sala. La película era de Hong Sang-soo, cuyos filmes son lentos, hiperrealistas y de una cotidianidad casi documental. El contexto invitaba a la siesta. Tras un rato, mientras se me cerraban los ojos, me dije: aquí no hay nada, qué exasperante. Al mismo tiempo, no quería salir de ahí, de ese estado. Cuando salí del cine, me sentí melancólico. Hay filmes de Hong Sang-soo que son lentos y banales pero esconden un misterio. Nuestro día no es uno de ellos. What you see is what you get. Una exactriz habla con una amiga sobre su gato, le dan varias chuches, llega de visita una aspirante a actriz más joven, comen fideos a los que les echan gochujang, beben vino blanco. En otra historia paralela, un poeta al que le han prohibido el alcohol le vienen a visitar dos pupilos que le preguntan sobre el sentido de la vida. Él solo piensa en beber. Es puro Hong Sang-soo: gente comiendo sonoramente, bebiendo mucho, muy ocasionalmente dicen algo un poco profundo. 

Ver una película del director coreano es como estar en una sobremesa en la que la gente va y viene, te entra un poco de sueño y te acuestas en un sofá, escuchas indirectamente las conversaciones, puramente lubricantes. No te duermes porque sería de mal gusto; eres el invitado. Pero es que no quieres dormirte, sino permanecer en un estado de duermevela. A veces participas, haces algún comentario, sonríes, pero no te integras del todo en la conversación. 

No sé si a Hong Sang-soo le gustaría esta lectura de sus películas, o esta manera de verlas. Creo que sí. En una entrevista, dijo que «tenía el deseo, quizá también inconsciente, de hacer películas de la forma más ligera posible». Sus películas son siempre una invitación, no una imposición. Uno puede entrar y salir de ellas sin perder el hilo (que apenas es visible: la trama aquí es una cosa etérea). Es la atmósfera lo que te atrapa, no una trama. 

En una entrevista de hace un par de décadas, el cineasta iraní Abbas Kiarostami defendió el cine aburrido o lento de una manera en la que me siento muy identificado. Merece la pena reproducir un fragmento al completo:   

«Creo que una buena película es la que tiene un poder duradero, y empiezas a reconstruirla justo después de salir del cine. Hay muchas películas que parecen aburridas, pero son películas muy dignas. Por otro lado, hay películas que te clavan en el asiento y te abruman hasta el punto de que te olvidas de todo, aunque después te sientes estafado. Estas películas, de alguna manera, te secuestran. No me gustan nada las películas cuyos cineastas toman a los espectadores como rehenes y los provocan. Prefiero las películas que hacen que el público se duerma. Estos filmes son lo suficientemente amables como para concederte una buena siesta y no dejarte perturbado cuando sales de la sala. Algunas películas me han hecho dormitar en el cine, pero después me han hecho pasar la noche en vela, me he despertado pensando en ellas por la mañana, y he seguido pensando en ellas durante semanas». 

Algunas de mis películas favoritas son así. Durante el visionado, mi mente divaga, me aburro un poco, mi curiosidad va y viene. Al salir del cine no sé muy bien qué pensar. Pero en los días siguientes, me vienen a la cabeza escenas, atmósferas. Algunas permanecen en mí para siempre. Me pasó con Mis pequeños amores, de Jean Eustache, quizá mi película favorita. Me pasó con Le Samouraï, de Jean-Pierre Melville. Me pasó con Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu. Y con todas las de Kiarostami. El cine de Hong Sang-soo creo que no alcanza ese nivel. Y Nuestro día es una película menor, una miniatura, un jueguecillo a veces fatigoso. Pero recuerdo su sabor días después. 

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