THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

La ciudad vacía de Coppola

«Todas las virtudes que se señalan sobre ‘Megalópolis’ son extrafílmicas. La producción de la película se convierte en parte de la experiencia cinematográfica»

Al mismo tiempo
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La ciudad vacía de Coppola

Momento de la película 'Megalópolis'.

La teoría es más o menos así. Hay obras maestras que están tan avanzadas a su tiempo que sus contemporáneos no son capaces de apreciarlas. Son las generaciones posteriores las que las rescatan del olvido o les dan el respeto que merecen. El ejemplo clásico es Vértigo, que hoy es considerada una de las mejores películas de la historia (y lideró durante años la encuesta de la revista Sight & Sound hasta que hace un par de años la suplantó Jeanne Dielman) pero que en su estreno se consideró una obra menor de Hitchcock. 

Anticipándose a las malas críticas, el director Francis Ford Coppola ha promocionado su último filme, Megalópolis, siguiendo esa lógica: a los críticos no les gustaron en su momento muchas de sus películas que hoy son consideradas clásicos, lo que significa que si eres crítico con su nueva película, el tiempo te acabará quitando la razón. Es un argumento tan bobo que es irrefutable. 

Muchos críticos señalan lo arriesgado de su propuesta, tanto en su guion como en su puesta en escena. En realidad es una película bastante ortodoxa, que solo parece delirante porque está deslavazada e intenta apuntar a mil sitios a la vez sin tener muy clara su dirección. La premisa es relativamente sencilla, y es muy clásica: una ciudad decadente, corrompida por el poder y el dinero, y un individuo (en este caso, un arquitecto con un plan utópico) cuyo impulso y genio individual viene a salvarla.

Alrededor de ese esqueleto hay personajes mal dibujados, interpretaciones excesivamente teatrales pero vacías de contenido, una estética involuntariamente fea y hortera (quien crea ver en el filme cierta autoparodia camp o kitsch está proyectando lo que quiere ver: a Coppola realmente le parece que sus escenarios son preciosos y futuristas y solemnes y serios, cuando en realidad parecen sacados de un videoclip de Linkin Park en 2004). 

«Es una película filosóficamente ambiciosa que, sin embargo, tiene una visión política adolescente»

Todo es excesivo y, al mismo tiempo, resulta vacío y desangelado (intelectualmente y literalmente, porque se supone que habla de una ciudad inmensa pero parece deshabitada y poblada por personajes de cartón piedra). Es una película filosóficamente ambiciosa que, sin embargo, tiene una visión política adolescente: el mundo es injusto, ¿por qué no es más justo y mejor? Es una reflexión sobre el poder que solo muestra su superficie: sus poderosos son unidimensionales. Es una exploración sobre el genio y la creatividad que es incapaz de explicar las creaciones de sus personajes y sus tribulaciones. Es un homenaje a la filosofía de la Antigüedad clásica (la ciudad se llama Nueva Roma, los personajes tienen todos nombres de antiguos romanos) que parece sacado de una web de citas célebres (los personajes citan mucho), algún documental del Canal de Historia y una lectura de mesilla de noche de las Meditaciones de Marco Aurelio. 

Se ha hablado mucho sobre la creación de esta película, que Coppola llevaba décadas pensando (y, sin embargo, parece hecha a trompicones, con prisa). Se ha endeudado, ha vendido parte de su negocio de vinos, le ha costado 120 millones de dólares, un dinero que no sé a dónde ha ido. Todas las virtudes que se señalan sobre Megalópolis son extrafílmicas. La producción de la película se convierte en parte de la experiencia cinematográfica. Hay muchas películas así, grandiosas y malditas y llenas de historias apasionantes sobre su creación, desde la propia Apocalypse Now, cuyo rodaje fue un infierno tal y como muestra el documental sobre ella de Eleanor Coppola, hasta Fitzcarraldo de Werner Herzog.

Pero todas ellas, aisladas de su contexto y de las condiciones en que se filmaron, sobreviven por sí mismas, son apasionantes sin que sepamos nada fuera de ellas, y crean un universo cuya lógica, aunque delirante y rompedora, tiene sentido. Eso no ocurre con Megalópolis, cuyo principal valor e interés está en los debates que hay sobre ella fuera del cine

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