Cómo leer un libro sin tener que abrirlo
«Cuando los programas de literatura sustituyan las obras por las críticas, los alumnos acabarán sustituyendo las críticas por resúmenes de esas críticas»
En un artículo reciente en la revista estadounidense The Atlantic, la periodista Rose Horowitch escribe sobre la incapacidad de muchos estudiantes de universidades de élite de EE UU de terminar un libro. Entrevista a 30 profesores de diversas universidades privadas que le confiesan que han tenido que reducir el número de lecturas o simplemente exigir a sus alumnos que lean fragmentos en lugar de obras completas. «Los estudiantes de alto rendimiento de escuelas exclusivas como Columbia pueden descifrar palabras y frases. Pero les cuesta reunir la atención o la ambición necesarias para sumergirse en un texto sustancial», escribe Horowitch.
Hay una interpretación fácil. Los jóvenes ya no leen porque están todo el día con el móvil. En parte es cierto, pero obviamente no son solo los jóvenes: mis padres hace años que no cogen un libro, y fueron ellos quienes me inculcaron el valor de la lectura. La pandemia de la distracción es intergeneracional. Pero hay una diferencia que sí es generacional. Horowitch habla con varios expertos que le dicen que el declive de la lectura de libros tiene que ver más con un cambio en los valores que en las capacidades. No es que los estudiantes de élite no sean capaces de leer un libro entero, es que creen que es inútil hacerlo. Es mucho más útil extraer de ellos la información necesaria a través de estudios críticos, fragmentos, resúmenes. El mundo va muy rápido. No hay tiempo para leerse un libro entero, dime qué es lo que tengo que aprender de él y ya está.
Hay una diferencia clara entre la ficción y la no ficción. Hay ensayos áridos cuyo principal atractivo es la información que recopilan. A veces no hace falta leer sino simplemente consultar. Pero una novela, una obra narrativa aunque sea de no ficción, normalmente la lees o no la lees. Consultarla, leer solo fragmentos en busca de ciertas claves es una lógica muy utilitaria. ¿Qué necesito saber, cuáles son las partes de Madame Bovary o Mansfield Park que debo leer? Si tu interés en una obra literaria es así, quizá es porque solo quieres leerla para poder decir que la has leído. O porque quieres aprobar un examen de literatura.
En un artículo en su blog, Unpopular front, el ensayista John Ganz aporta una visión alternativa muy interesante. Dice que no se considera un gran lector de ficción, pero que curiosamente sus autores favoritos son críticos literarios: Edmund Wilson, William Hazlitt y Lionel Trilling. Y cita una escena de Metropolitan, de Whit Stillman, en la que dos jóvenes discuten sobre Jane Austen. Después de un rato discutiendo, uno de ellos admite que no ha leído el libro que están comentando, ni siquiera ningún libro de Austen.
«Quizá lo que deberían hacer los escritores es escribir directamente reseñas o resúmenes sobre sus libros»
Su respuesta petulante resulta ridícula: «No leo novelas. Prefiero la buena crítica literaria. De ese modo, uno capta tanto las ideas de los novelistas como el pensamiento de los críticos. Con la ficción nunca puedo olvidar que nada de eso ocurrió realmente, que todo se lo ha inventado el autor». Ganz, en cierto modo, lo defiende. Dice: «Me atrae el aire de autoridad y conocimiento de los críticos. Es agradable que te lo explique todo alguien que parece saber de lo que habla, que ha leído mucho más que tú, que lo ha pensado todo muy seriamente. La voz del crítico se convierte en la voz de un compañero, de un factotum, de una especie de Virgilio, de un guía, incluso de un amigo, en el mundo de la literatura […] Son un narrador por encima del narrador. Tienen información privilegiada. A menudo, literalmente: algunas de las mejores críticas están aderezadas con un poco de cotilleo, pequeñas anécdotas jugosas sobre la vida del autor, que aumentan la sensación de estar hablando con un amigo…».
Ganz habla, claro, de las obras de los mejores críticos anglosajones, cuyas críticas eran en sí misma obras filosóficas. Leer a Lionel Trilling sobre Jane Austen es leer un clásico sobre un clásico. Son textos exigentes y profundos. No forman parte de ese tipo de cultura de «todo lo que tienes que saber sobre…». No son tampoco resúmenes de ChatGPT para aprobar un examen. Quizá los estudiantes de literatura de Columbia o Yale leen a Trilling o a Renata Adler o a Pauline Kael en vez de leer los libros o ver las películas de las que escribían. Si es así, bienvenido sea. Pero cuando los programas de literatura sustituyan las obras por las críticas de las obras, porque así uno se ahorra tener que leer 400 páginas, los alumnos acabarán sustituyendo esas críticas por resúmenes de esas críticas. Quizá lo que deberían hacer los escritores es escribir directamente reseñas o resúmenes sobre sus libros que nunca se llegaron a publicar.