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Decenas de profesores recurren a los clásicos para mejorar el nivel de lectura de los jóvenes

La Universidad de Navarra imparte un curso basado en la metodología de los ‘grandes libros’ dirigido a profesores de Secundaria

Decenas de profesores recurren a los clásicos para mejorar el nivel de lectura de los jóvenes

Una profesora muestra un libro a un niño. | Creative Commons

«Lee y conducirás; no leas y serás conducido». Son palabras de Teresa de Ávila, que además de monja y mística es sin duda una de las grandes escritoras en lengua castellana.

La advertencia de la santa carmelita cobra una especial relevancia a la luz del último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) en colaboración con el Ministerio de Cultura y Deporte, que señalaba que el 35,2% de los españoles no lee «nunca o casi nunca». Si, además, tenemos en cuenta que hay otro 12,3% de lectores ocasionales, nos encontramos con que cerca de la mitad de la población (47,5%) no lee al menos una vez a la semana.

Déficit de comprensión lectora

Aunque en la población de entre 14 y 24 años el porcentaje de los que no leen nunca o casi nunca se reduce al 25,8%, las cifras de consumo de libros preocupan particularmente a la comunidad educativa. Uno de los motivos principales son los resultados de los alumnos españoles en comprensión lectora en los indicadores internacionales PISA (para alumnos de Secundaria) y PIRLS (para los de Primaria), que se han desplomado.

En concreto, el último informe PISA, correspondiente a 2018, señalaba que la competencia lectora de los estudiantes españoles de 4º de la ESO se situaba en 477 puntos, diez menos que la media de la OCDE (487) y doce menos que la de la UE (489). Además, respecto a la edición anterior (2015), España se hundía 21 puntos. En el caso de los alumnos de Educación Primaria, el informe PIRLS, publicado hace sólo un par de meses, apunta en la misma dirección: el estudiantado español empeora en siete puntos su comprensión lectora desde 2016 y su puntuación media, 521, se sitúa «significativamente por debajo» del promedio OCDE (533) y de la UE (528).

Ante este panorama, vienen a la cabeza las palabras de otro grande de nuestras letras, Federico García Lorca: «Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro».

No obstante, para no llegar al extremo de tener que mendigar, un grupo de profesores se ha propuesto hacer algo al respecto con la puesta en marcha de un curso titulado ‘El reto de leer en el aula. La metodología de los seminarios de grandes libros’. La iniciativa se puso en marcha en el verano de 2022 y este agosto cumple su segunda edición. En ella se darán cita 160 inscritos, de los cuales 100 son profesores de Secundaria y Bachillerato. El curso está organizado por el Centro Humanismo Cívico de la Universidad de Navarra.

El sistema y las pantallas no ayudan

Su director, José María Torralba, apunta a que los últimos resultados en PISA y PIRLS dejan claro que «las autoridades deberían poner el fomento de la lectura en el centro de la tarea educativa», entre otras cosas porque «al desarrollar la competencia lectoescritora, mejoraría el aprendizaje en todas las materias» Torralba constata también que el nivel de redacción y comprensión lectora ha caído notablemente entre los estudiantes que comienzan la universidad: «Llevo diez años impartiendo asignaturas de grandes libros, en las que hay que leer obras clásicas. A los alumnos les cuesta captar los matices de las historias para no quedarse en una lectura superficial o simplificadora. En general, el bachillerato español no prepara adecuadamente para elaborar un argumento propio ni, menos aún, para comparar distintas posturas. Cuando les pedimos ese ejercicio, se ponen nerviosos», relata el profesor.

Por su parte, Luis González, ponente del curso y director de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, entidad dedicada a la difusión y extensión de la cultura del libro, destaca la pandemia como un «acelerador de tendencias» en el deterioro de la comprensión lectora en el alumnado. Para González, el covid significó «una fragmentación de los tiempos de atención, poco compatible con una lectura profunda, que implique un compromiso personal por períodos prolongados». Por otra parte, apunta el experto, la digitalización en que siempre han vivido estos jóvenes también influye: aunque en algunos casos puede implicar un impulso a la creatividad, también ha favorecido un ocio más pasivo y que conlleve un menor esfuerzo que la lectura.

José María Moya, también participante en el curso y director del Periódico Magisterio, especializado en educación, también apunta a las pantallas como una de las causas de esta «tormenta perfecta». «La transformación digital está resultando excesivamente abrupta. La invasión de la tecnología en los hábitos de consumo de niños, adolescentes y jóvenes está causando estragos en su capacidad de concentración», explica Moya, «los trastornos de déficit de atención están copando las consultas psicológicas y psiquiátricas y mermando la capacidad de aprendizaje de nuestros hijos o alumnos». 

Los grandes libros como solución

Los organizadores del curso se proponen combatir esta realidad… a librazos, es decir, con buenos libros. Torralba explica la sencilla metodología de los grandes libros: leer clásicos (antiguos, modernos y contemporáneos), comentarlos en un seminario dialogado y escribir textos argumentativos sobre temas relevantes. «No tiene mucho misterio, ni requiere ninguna técnica especial. Cualquier profesor, con un mínimo de práctica, es capaz de llevarlo al aula», apunta el catedrático de Filosofía Moral y Política, «aunque sea algo novedoso en nuestro sistema educativo y tenga su origen en los Estados Unidos, no es la enésima innovación pedagógica. Se podría decir que, en realidad, se trata de un modo natural de cultivar las tareas esenciales de la educación: leer, hablar y escribir». 

El curso, por tanto, se adhiere a la máxima de otro autor hispano, Séneca: «No es preciso tener muchos libros, sino tener los buenos». Y, con todo, cabe preguntarse si es buena idea presentarles los grandes clásicos a un alumnado que precisamente sufre en comprensión lectora. A esta enmienda, González responde que «la forma de superar las dificultades es enfrentándose a los desafíos» y que este proceso debe hacerse «desde el nivel más accesible, para luego favorecer una evolución hacia textos más exigentes». Por su parte, Moya afirma que estos grandes libros «no son complicados, pero requieren paciencia y una cierta capacidad de evasión, de alejarme durante una o dos horas de nuestras preocupaciones, de nuestra frenética vida de hombrecitos del primer mundo».

Torralba llega incluso a plantear que la dificultad de ciertos libros puede llegar a ser la solución al bajo nivel. «Leer obras de calidad literaria ofrece a los alumnos lo mejor de la tradición cultural y en eso debería consistir la educación. Y no es puro idealismo», defiende, «incluso en alumnos con dificultades, el acceso a estas obras les eleva intelectualmente. No seamos nosotros quienes les privemos de ellas». Además, añade Torralba, los grandes libros no son necesariamente libros gordos ni antiguos ni difíciles, al margen de que en ciertas etapas puede optarse por utilizar adaptaciones en función de la edad de los lectores.

Cabe preguntarse si aún y todo implementar el método de los grandes libros en el aula no exigiría un esfuerzo extra por parte de alumnos y profesores. Claro que tal vez merezca la pena. Porque, en palabras de Jacinto Benavente, «los libros son como los amigos, no siempre es el mejor el que más nos gusta».

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