Alimentar la máquina
«Me fascina la gente sin redes. No necesitan esa validación exterior. Una parte de mí cree que esa es la única manera de pensar libremente hoy»
Estoy siempre igual. Me canso de Twitter o Instagram. Me borro la app o incluso me cancelo la cuenta. Como metadona para sustituir el mono, me engancho a alguna otra app que me resulta menos familiar y donde no están mis amigos ni conocidos: puede ser Vinted (donde compro y vendo ropa y libros y música) o TikTok, donde mi cerebro se derrite con estímulos constantes (me asusta especialmente esta aplicación porque su algoritmo detecta perfectamente mis cambios de humor y mi estado de ánimo). Hubo una época en la que intenté sustituir el scroll embrutecedor de las redes sociales por la app de Wikipedia, pero no funcionó.
Wikipedia me sigue pareciendo uno de los proyectos más bonitos de internet (y desde hace unos meses pago una donación mensual), pero no puede competir con la dopamina fácil de los reels o la sensación de plaza pública (con muchísimos matices) de Twitter o Instagram. Wikipedia forma parte de ese internet inicial e idealista basado en la idea de «voy a descubrir el mundo». Internet se basa hoy, en cambio, en el mantra «voy a descubrirme ante el mundo». Echo de menos el internet pre-redes sociales, que era un mundo lleno de posibilidades. Es cierto que lo idealizo porque coincidió con mi adolescencia, pero hay una tendencia en la generación Z de idealizarlo por los mismos motivos.
Finalmente, cansado de esas apps sustitutivas, donde no hay nadie que conozco, vuelvo a Twitter e Instagram. Lo que me hace volver es el fomo (fear of missing out), el miedo a perderme algo. Pero no es un miedo a perderme algo de la actualidad, tampoco es la pena de no enterarme de un nuevo libro o una nueva película, o incluso un nuevo cotilleo. Es una especie de ansiedad social, la sensación de no estar invitado a una fiesta donde están todos tus amigos. Es una sensación parecida a la que tienes de niño cuando un día no vas al colegio y ese día te dicen «pues ayer pasó no sé qué». Y tú no estabas. Es la sensación de desplazamiento que sientes cuando tus amigos se están riendo de algo y tú no te has enterado y tienes que preguntar «¿qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?».
Pero también es otro miedo. Es una sensación de pérdida de validación exterior. En la app de Wikipedia no tengo un chute de dopamina como el que experimento cuando una persona que admiro me retuitea en Twitter o la chica que me interesa me da like en Instagram. Y eso es algo que ha podrido mi cerebro. Muchos en mi generación hemos perdido la capacidad de autovalidarnos, y hemos externalizado esa tarea en las redes.
«Cuando desaparecemos de los ojos de los demás, desaparecemos de un tipo de socialización»
En un artículo reciente en su Substack, Sherry Ning dice que «nuestras pantallas no existen para vigilarnos a nosotros, sino para que nosotros vigilemos a los demás». No es exactamente así, porque realmente el modelo de negocio de las grandes plataformas tecnológicas es el llamado «capitalismo de vigilancia», es decir, la captura masiva de datos de comportamiento de usuarios para luego vender esa información a terceros. Pero Ning se refiere a cómo «las pantallas nos convierten en supervisores de los comportamientos de los demás». Y cuando desaparecemos de los ojos de los demás, desaparecemos de un tipo de socialización. Es como vivir en un pueblo muy creyente y no ir a misa. «Salir del ecosistema significa formar una identidad independiente de lo que ven los demás».
Por eso me fascina la gente sin redes. No necesitan esa validación exterior. Sus receptores de dopamina no están fritos. Las fotos que hacen cuando van al campo o salen de fiesta con amigos no están hechas para subirlas a Instagram y esperar el like preceptivo. Una parte de mí cree que esa es la única manera de pensar libremente hoy. El resto seguiremos alimentando la máquina, observando cómo nos miramos unos a otros.