¿Somos cada vez más tontos?
«La política se está volviendo cada vez más visceral y estúpida. Efecto que coincide con un nuevo ecosistema mediático ‘online’ y una transición de lo textual a lo visual»

El expresidente de Estados Unidos George W. Bush.
Es muy interesante comprobar lo que se decía sobre George Bush hijo durante sus años como presidente de Estados Unidos. Recuerdo muchos productos culturales que lo pintaban como alguien clínicamente estúpido: desde películas como Team America o Idiocracy a Las noticias del guiñol de Canal Plus o los documentales de Michael Moore. Los verdaderos malvados de su administración eran Donald Rumsfeld y Dick Cheney; Bush en cambio era representado como un imbécil ingenuo. Pero hoy, en comparación con Trump, uno casi lo echa de menos.
La política se está volviendo cada vez más imbécil, más visceral y estúpida. ¿Es porque los ciudadanos somos cada vez más tontos? Es claramente una pregunta tramposa. En las manos inadecuadas, esa reflexión puede ser la típica que haría un usuario en Twitter con avatar de Clint Eastwood o el Doctor House: la gente cada vez es más tonta y yo de niño me sabía de memoria los reyes visigodos. Pero el periodista de datos del Financial Times John Burn-Murdoch, que es un tipo bastante más interesante que el tuitero anónimo medio, escribía el otro día que “la capacidad media de las personas para razonar y resolver problemas novedosos parece haber alcanzado su punto álgido a principios de la década de 2010 y ha ido disminuyendo desde entonces”. Y el problema no es solo de los adolescentes. Los datos que ofrece son a través de las generaciones.
“Estamos entrando una era ‘post-literaria’, en el sentido de que la clásica predominancia de la cultura textual está desapareciendo”
A finales del año pasado, la OCDE publicó los resultados de una encuesta masiva. La organización evaluó (en persona) las capacidades de lectura, escritura, cálculo y resolución de problemas de 160.000 adultos de entre 16 y 65 años de 31 países y economías diferentes. Los resultados solo mejoraron en Finlandia y Dinamarca, se mantuvieron estables en 14 países y disminuyeron significativamente en 11, especialmente en Corea, Lituania, Nueva Zelanda y Polonia. Según Andreas Schleicher, director de educación y competencias de la OCDE, “un 30% de los estadounidenses lee a un nivel que uno esperaría de un niño de diez años”. Pero el problema no es solo de lectura, es también de anumerismo. Según otra encuesta, un 25% de los adultos en países ricos son incapaces de “utilizar el razonamiento matemático al revisar y evaluar la validez de afirmaciones”. Es una cuestión de razonamiento abstracto y concentración.
Puede haber diversos motivos (inmigración, población cada vez más anciana), pero hay otro obvio. Este declive cognitivo coincide con un nuevo ecosistema mediático online y, sobre todo, una transición de lo textual a lo visual. Como ha escrito la periodista Sarah O’Connor, estamos entrando una era “post-literaria”, en el sentido de que la clásica predominancia de la cultura textual está desapareciendo. En este nuevo consumo, uno no va en busca de la información activamente sino que la recibe pasivamente: el scroll infinito de Instagram o TikTok es un consumo absolutamente pasivo.
Los efectos políticos son obvios. No nos dirigimos a la situación de la película Idiocracy, que cuenta la historia de dos individuos que despiertan en los EEUU de dentro de 500 años y descubren que todo el mundo es estúpido (porque los estúpidos tienen más hijos, una premisa como de adolescente pedante que acaba de descubrir a Nietzsche); era una crítica velada y no tan velada a la administración Bush. Pero la encuesta de la OCDE en la que los países ricos han sacado tan mala nota evaluaba sobre todo la capacidad de distinguir opinión de información y desinformación, detectar ambigüedades y evitar sesgos cognitivos. Y ahí sí que estamos cada vez más jodidos.