The Objective
Ricardo Dudda

El viejo amigo Hong Sang-soo

«El director coreano graba espontáneamente, guiones mínimos, las imágenes siempre tienen un tono documental. Nunca busca encuadres perfectos»

Al mismo tiempo
El viejo amigo Hong Sang-soo

El director de cine surcoreano Hong Sang-soo. | K.M. Krause (Zuma Press)

El contexto en el que se ve una película hace mucho. Si pienso en mis películas favoritas, me doy cuenta de que normalmente me fascinaron porque las vi como debían verse: en una sala de cine enorme, casi solo, despejado, tras un café, sin cuchicheos ni nadie comiendo alrededor. Mi opinión más boomer es que el cine ha de verse en el cine. Y que hay que estarse calladito. Y que no debería comer nadie. Por eso me encanta la disciplina marcial de los parroquianos del Cine Doré, la sala de la Filmoteca Española en Madrid: si se te ocurre hablar incluso cuando están todavía los títulos de crédito, se lanzan a tu yugular. Bien está. (Hace poco, en una proyección en los Cines Golem, un hombre abrió ruidosamente una bolsa de snacks justo en el momento en que en la pantalla salía un aviso que decía que estaba prohibido comer; alguien le gritó: «¡¿No sabes leer?!»).

Las dos últimas películas que he visto del director coreano Hong Sang-soo fueron en contextos ideales. El verano pasado, una sesión en agosto de Nuestro día, a las cuatro de la tarde, estaba completamente solo. Fue como una invitación especial a casa de un amigo; hubo momentos en los que casi me duermo, pero a Hong Sang-soo eso le da igual. La segunda fue este pasado puente, La viajera, protagonizada por Isabelle Huppert, Madrid vacío, última sesión del sábado, solo cuatro personas en la sala. Y la misma sensación de familiaridad. Hong Sang-soo hace lo suyo y a veces te encaja, otras no, pero él sigue haciendo lo suyo.

En La viajera sigue a una mujer francesa que da clases de francés en Seúl. Nunca antes ha dado clase y su método es heterodoxo: consiste en hacer preguntas más o menos trascendentales a sus alumnos, en inglés, y luego escribe las respuestas en francés en unas fichas que el alumno se lleva consigo para aprendérselas. En las tres lecciones que da, el alumno toca un instrumento y la profesora le pregunta qué es lo que ha sentido. Los tres alumnos, que no se conocen entre sí, responden más o menos lo mismo, como si el director les hubiera dado el mismo guion por error a los tres.

Hong Sang-soo parece un director radicalmente naturalista. Graba espontáneamente, guiones mínimos, las imágenes siempre tienen un tono documental. De pronto, un zoom a un perro al sol. De pronto, una digresión sobre un gato. Nunca busca encuadres perfectos, cargados, sino que son muy funcionales: a veces sus planos parecen los de un perito de un seguro registrando un siniestro. Y sin embargo en muchas de sus películas hay algún detalle sobrenatural, mínimo, una especie de bromita. En esta, es la repetición verbatim de diálogos. Pero es también el personaje de Huppert, del que no se conoce su pasado. Parece un sátiro que danza por la ciudad con su flauta y encandila a quien se cruza con ella. En una escena, toca la flauta en un banco, con el sombrero puesto, y un personaje que ya la conoce pero no la reconoce; en otra, dice que se marcha y desaparece, nadie sabe cómo.

Todo es extraño y sin embargo amable; todo es muy solemne y a la vez ligero.

Como siempre, veo las películas-miniaturas de Hong Sang-soo con una sonrisa; como siempre, salgo de la sala con la mirada renovada y la sensación de que el día comienza de nuevo.

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