Aristóteles, la duquesa y Luis Garicano
Parece que unos arqueólogos han encontrado la tumba del filósofo Aristóteles cuando se cumplen exactamente dos mil cuatrocientos años tras su muerte. Y cuentan las malas lenguas que la pista definitiva para tales investigadores fueron ciertos temblores que agitaban las cenizas del pensador, desde ese mausoleo, ante ciertos sucesos que se dan entre nosotros.
Parece que unos arqueólogos han encontrado la tumba del filósofo Aristóteles cuando se cumplen exactamente dos mil cuatrocientos años tras su muerte. Y cuentan las malas lenguas que la pista definitiva para tales investigadores fueron ciertos temblores que agitaban las cenizas del pensador, desde ese mausoleo, ante ciertos sucesos que se dan entre nosotros.
El primer suceso nos lo proporcionó hace pocos días una señora que abordó al candidato a la presidencia del Gobierno por el PSOE, Pedro Sánchez, reclamándole que donara dinero a Cáritas ante las cámaras que los acompañaban. Luego se supo que la señora es la duquesa viuda de Maura y como tal nos referiremos a ella aquí.
El segundo suceso es de hace ya unos meses. Y su protagonista no es una señora duquesa, sino el capitán para asuntos económicos del partido Ciudadanos, el profesor de la London School of Economics Luis Garicano. El hecho empero fue análogo (diría Aristóteles), aunque no idéntico. El profesor increpó al empresario Amancio Ortega, fundador de Inditex y uno de los hombres más ricos del mundo, para que donara más dinero. No lo hizo hucha en mano y callejeando como la duquesa, sino de modo más británico y a través de un tuit, pero la sustancia del acto (y hablando de Aristóteles no es ocioso recordar la diferencia entre sustancia y accidentes) fue similar.
¿Por qué conmoverían estas cosas a Aristóteles, aunque quizá la señora duquesa y Luis Garicano no lo sepan del todo (y por ello los dioses me libren de insinuar que pretendieran ofenderle intencionadamente)? Porque implican cierta ignorancia de lo que nos hace éticamente buenos al donar. Que no es la cantidad de lo que donamos (entonces siempre serían mejores personas los ricos que pueden donar mucho a los pobres que pueden hacerlo menos). Ni tampoco que tengamos la obligación moral de dar dinero hasta que desaparezcan los necesitados (en cuyo caso tanto la duquesa como Garicano deberían antes de nada reducir su tren de vida al mínimo para su supervivencia, tras donar el resto de sus posesiones con tal fin).
No, lo admirable de donar, o de realizar cualquier otra buena obra, es para Aristóteles el tipo de persona en que nos convierten tales actos. Cualquier acción buena hace siempre relativamente poco para aliviar los inmensos males que atraviesan el mundo, pero hace mucho para convertirte a ti, al hacerla, en una persona mejor, más hermosa. ¿Por qué no aprovechar tu vida para convertirte en un tipo más generoso, más magnánimo, más digno? ¿No es esa tu obra principal a lo largo de tu vida, tú mismo? ¿Por qué no preocuparte en perfeccionarla más que cualquier otro trabajo que emprendas? Así ha hablado Aristóteles, no sé si desde su tumba, pero sí desde sus libros a generaciones y generaciones durante dos milenios y cuatro siglos.
Cabría entonces argüir: ¿incitaban la señora duquesa de Maura y Luis Garicano a Pedro Sánchez y Amancio Ortega, respectivamente, a ser mejores personas? Es dudable que así sea. Pues si seguimos con Aristóteles, notaremos (como han notado tantos autores desde entonces) que, si bien donar nos mejora un tanto como personas, hacerlo en secreto nos vuelve mucho mejores aún. Ya decía Jesús de Nazaret que conviene que lo que done tu mano derecha no lo sepa tu izquierda (Mt 6:3). Y, en la tradición aristotélica, el judío Maimónides estableció ocho grados, de más a menos virtuoso, de donar: entre las más loables se hallan esas clases de donación en que el donante no blasona de su buena obra y ni siquiera se da a conocer. Al fin y al cabo, cuando donamos y exhibimos nuestra buena obra simplemente estamos pagando con nuestro dinero a cambio de aumentar nuestra reputación moral: un negocio como cualquier otro, pero no tan éticamente excelente como donar simplemente porque sí.
De modo que Aristóteles, Jesús y Maimónides, griegos, cristianos y judíos le dirían a Garicano y la señora duquesa que respeten a la gente y nos permitan donar como sí que es éticamente precioso que lo hagamos: en secreto y sin exhibir nuestras buenas intenciones, como en cambio gustan de exhibirlas ellos dos por Twitter o por televisión. Pues no importa que una buena acción permanezca tan oculta como ha permanecido la tumba de Aristóteles todos estos siglos. Las buenas acciones son tan buenas que se bastan ellas mismas como motivo para hacerlas.