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Ferran Caballero

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«Tenemos en el gobierno a unos revolucionarios acomplejados, que son siempre los más peligrosos»

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Luca Piergiovanni | EFE

Me ha bloqueado Podemos. Y lo ha hecho sin motivo aparente. Nunca interactué con ellos mientras tuve la oportunidad. Nunca les dije lo que pensaba de ellos. No soy de esos pesados que están todo el día criticando a la gente. Y mucho menos insultándola. No soy de esos a los que sólo puedes sacarte de encima cortando por lo sano y de malas maneras. Ni siquiera en Twitter. Y soy, por lo tanto, un bloqueado preventivo, que es la forma más indigna de ser un bloqueado. Es terrible descubrir a gente que te tiene bloqueado porque sí y sin que nunca jamás le hayas dicho nada. Es castigarte preventivamente y por lo que podrías llegar a decir. Una doble injusticia, algo terriblemente antidemocrático. Cuando lo hace un tontoltuiter no pasa nada. Pasa que a mí me pone de mal humor cuando lo descubro, claro, pero nada serio. Cuando lo hace un partido político, en cambio, sí pasa algo. Y no es bonito.

Porque lo que pasa es que el partido en cuestión renuncia a algo fundamental para la democracia, ¡e incluso para la partitocracia!, como es la confianza en la persuasión. Y esta renuncia implica una doble falta de respeto, incluso un doble insulto. Me insultan a mí porque me dejan por inútil. Por alguien demasiado obtuso para cambiar de opinión, y supuestamente de voto, me digan lo que me digan. Pero es también un insulto a sí mismos y por el mismo motivo, porque se creen incapaces de convencer hasta a un pobre tonto como yo, al que han convencido mayores tontos y de mayores tonterías. Y varias veces a lo largo de los años. La poca fe que tienen en sus ideas y en sus retóricas es un reflejo de la poca fe que tienen en la democracia. Tenemos en el gobierno a unos revolucionarios acomplejados, que son siempre los más peligrosos. Necesitamos políticos seguros de sí mismos, que estén tan convencidos de poder convencer a cualquiera que asuman sin rechistar y sin darse cuenta el riesgo de ser convencidos por los demás. 

Es el problema del bloqueo en Twitter, pero es mucho más grave fuera. Es el problema de la gratuidad. Es que tú privas a alguien de escucharte sin privarte tú de nada. Y la libre discusión que precisamente estos quincemesinos soñaban con trasladar a las redes sociales para hacer posible, al fin, la democracia real, se basa en la idea de que robarle a alguien la palabra, robarle por ejemplo el derecho a réplica, era un robo a toda la humanidad. Que cuando uno pierde el derecho a hacerse oír, todos perdemos lo bueno y hasta lo malo que ese podría decir. Que se impide la crítica fundamentada y se impide, al mismo tiempo, la posibilidad de sustituirle por una crítica mejor o, incluso, por un nuevo apoyo ahora sí bien razonado y razonable. Es el viejo argumento de John S. Mill, pero no creo que haya que recordárselo ahora a gente tan leída. 

La idea subyacente, y ya no a este triste block sino a toda una ideología y a una práctica política de una gente que, por cierto, está en el gobierno, es que sólo merece la pena hablar con los propios, que ya sabemos quienes son y que lo seguirán siendo para siempre. A esto se le llamaba populismo y lo tienen escrito. El problema, lógicamente, es que esta idea es, simple y llanamente, incompatible con la libre discusión en la que se asienta la democracia. Por suerte diría que es también incompatible con el crecimiento electoral. Diré pues que no hay mal que por bien no venga y espero que así, poco a poco, se me vaya pasando el disgusto. 

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