Imágenes de la calle triste
«Amigos, estrenen el nuevo año observando la calle y pregúntense: ¿Esto somos?»
Me había percatado muchas veces, pero sólo hace poco he intentado buscar el significado de un hecho sociológico que, naturalmente, se vuelve político. Y acaso de modo indirecto -me he dicho- no sea mala reflexión para iniciar un 2022, con esperanza, dura desde luego, en medio de las sombras. Fue caminando ocasionalmente por el centro antiguo de Madrid (Gran Vía, Plaza de España), hoy lugares de visita, pero muy mesocráticos. Claro que la imagen -con ligeros matices de intensidad- se repite incluso en zonas socialmente altoburguesas. Montones de gente, con más o menos años, llevan casi la misma ropa, vulgar y más bien fea: grandes anoraks o plumas oscuros, montañas de calzado deportivo -en mi juventud, playeras sólo de veraneo o deporte- y mucho chándal, que ya no es gimnasio ni cárcel, sino cotidianeidad absoluta. Si mis tías vieran esta calle oscura y repetida, no darían crédito…
Obviamente, la comodidad como fundamento y motor se ha impuesto a la elegancia, que debe juzgarse incómoda y acaso -enorme pecado hoy- elitista. Pero hay elegancia barata que, hace años, llamé «la estética desgalichada». Uno piensa además que la omnímoda comodidad, que todo la atierra y aplebeya, está en relación directa con el menor poder adquisitivo, digamos la pobreza, que la mayoría padecemos más cada vez y de la que sólo se salvan -dice un amigo malintencionado- los hombres y mujeres de la política. Vamos caminando entre crisis económicas, sanitarias y éticas -las económicas parecen las peores- y ya andamos torpes, necios y sin gracia. Algunos aún logran -dentro de la general comodidad- rasgos de distinción, aunque sea barata: fulares de colorines, zapatos brillantes de falso charol, un sombrero amarillo, unos guantes rojos que den un toque personal y diferente; yo bendigo a quienes gastan esta «comodidad adornada». Pero ¿elegancia? Es muy raro. Porque las prendas cómodas y vulgares son más baratas y pueden y deben durar mucho, e ítem más, rotos o arrugas tienen escasa importancia. El antiguo eslogan que decía «la arruga es bella», hoy llanamente viene a proclamar: la arruga es. Y basta. Comodidad, falta de sentido individual, gregarismo, pobreza, carencia de medios, todo vale, estos son algunos factores del espectáculo callejero que vemos tanto, que -temo- ni nos damos cuenta.
¿Hay política en esta somera imagen pobre y gris de una calle de clase muy media sin ganas -parece- y sin horizontes? ¿Ha triunfado Podemos en el vestir cotidiano? Hasta el vulgar trajecito de Sánchez está por encima, aunque mal. Triunfa la grisalla oclocrática, el estilo chusma, el «ande yo caliente y ríase la gente», sólo que nadie se ríe porque vamos igual. Aunque como, muy bien se ha dicho, la élite podemita y otras políticas, visten así -estilo Ada Colau- porque se disfrazan de pobres, cierto. Pero los de esta triste calle cotidiana de nada se disfrazan, salvo de sí mismos. La pobreza, en uno u otro grado, es real, y son reales (penosamente) el gregarismo, la falta de proyecto propio, el adormecimiento mental, con cada vez más escasos resortes de cultura e ideas. Si uno viste con plumas, zapatillas deportivas y pantalón con arrugas y ceñido -una capucha se usa en cualquier tiempo- y además dice que estudia inglés cada día, el cuadro de la cotidiana vulgaridad está servido ad nauseam. Ahora sí: «¿Dónde va Vicente? Donde va la gente». De esos Vicentes, ay, sobreabundamos…
La imagen de esta calle gris, cómoda, vulgar, fea y sin personalidad (salvo excepciones y no de ricos), ¿es una mera estampa sociológica, del orbe de la dura pandemia y de las crisis encadenadas? La estampa no puede ser sociología sólo, aunque también lo sea. Habla de bajos índices de cultura y educación -cada día más bajos-, habla de precios que suben y de salarios bajos y estancados, habla de políticos -hombres y mujeres- de brillo ninguno y que parecen más el problema que la solución, habla de una sociedad y una época que se desmoronan rápido, pero sin que se vea aún futuro ninguno, y menos esperanzador, ilusionante. Habla de un muy largo tiempo nublado -el que nos está tocando, pobres jóvenes- sin esperanza cerca y, ay, además sin ningún convencimiento. Amigos, estrenen el nuevo año observando la calle y pregúntense: ¿Esto somos? Por supuesto. Así de mal vamos, aunque Sánchez cante «la traviata».