Gemma Bargues
¿Cuánto vale mi cáncer de mama?
Las hay grandes y pequeñas, redondeadas o con forma más puntiaguda. Algunas se mantienen siempre firmes y tersas y otras, en cambio, se resignan al paso de los años y se dejan caer, como abatidas y pochas como pasas. Pero todas ellas mamas que buscan, sin excepción, huir de ese temido palabro que tan interiorizado está ya en la mente de la mujer de hoy: cáncer, maldito cáncer.

Gemma Bargues
Periodista. Responsable de Proyectos en Connect-U. Imposible vivir sin pedalear.
Las hay grandes y pequeñas, redondeadas o con forma más puntiaguda. Algunas se mantienen siempre firmes y tersas y otras, en cambio, se resignan al paso de los años y se dejan caer, como abatidas y pochas como pasas. Pero todas ellas mamas que buscan, sin excepción, huir de ese temido palabro que tan interiorizado está ya en la mente de la mujer de hoy: cáncer, maldito cáncer.
Y digo yo, ¿quién tiene la culpa de que el mundo femenino viva atemorizado por esta enfermedad? ¿Los desodorantes o el aluminio? ¿Será cosa del lazo rosa que cada año trata de concienciarnos de que tú o yo -¡alerta-! podemos ser la próxima? ¿Por qué parece que cada vez hay más casos de cáncer de mama en el mundo? ¿Hay un negocio detrás? ¿Habría que extirparse los pechos para prevenir la aparición de células cancerígenas, como hizo Angelina Jolie?
Demasiadas preguntas (me he dejado muchas) me surgen a mí acerca del cáncer de mama, y para las que no tengo respuesta. Bueno sí, las que la sociedad, los medios de comunicación y las empresas y autoridades sanitarias nos dan. A creerlo toca, chicas.
Ahora resulta que un grupo de investigadores de la Universidad Nacional de Colombia ha creado un prototipo de sujetador electrónico (y muy inteligente) que te mide la temperatura de los dos senos y que, según afirman, ayudaría a detectarlo en menos de dos minutos. Pues a raíz de este titular me surge otra pregunta: ¿cómo es posible que una mujer haga vida normal y no viva obsesionada con la posibilidad de tener cáncer, si existe a nuestro alrededor un bombardeo constante de “cómprate-esta-cosa-para-librarte-del-cáncer”? Eso sí, ellos lo dejan claro, que conste: “no buscamos reemplazar el oficio del médico”. Gracias, hombre.
Ir a una tienda de ropa interior y comprarme uno de estos sujetadores dudo que me ayude a que mi día a día no esté condicionado por la presión de qué les estará pasando a mis senos en cada momento; de si estarán más o menos calientes y si eso quiere decir entonces que ya tengo cáncer. No, gracias. Yo, como mujer, prefiero seguir con mis sujetadores hechos de 100% algodón, y sin sentirme perseguida por los objetivos comerciales de empresas que solo buscan aumentar sus ventas a costa de una supuesta sensibilización.
Que de una vez por todas las investigaciones aclaren qué nos está envenenando de verdad, para poder soñar alguna vez con la posibilidad de no llegar a desarrollar nunca jamás esta patología. Pero mientras los lazos rosas y los sujetadores supersónicos sigan por delante de lo importante, todo se quedará en eso, en un sueño.
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No hace mucho me dijo una amiga que ya estaba bien de escribir siempre sobre noticias malas; que por qué no me daba nunca por relatar historias bonitas, esas que te hacen sonreír con solo leerlas y que, aunque sea por un minuto, te alejan del vertedero informativo en el que se ha convertido este mundo, el de las noticias que venden. Véase terrorismo islámico o violencia de género. Aunque lo de vertedero también va por los “sálvames” y “deluxes” varios, claro.
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