De etiqueta, libertad
«Lea, busque en internet sobre libertad sexual, sobre identidad de género, sobre temas que son fundamentales para alguien muy cercano a usted. Escuche. Escuche mucho. No se frustre tanto por no saber algo, albricias, porque hoy día no hay excusa para no tener un mínimo de información antes de decir esta boca es mía»
Hablando con una conocida de eso y aquello, sale el tema de la nueva ley en proyecto sobre igualdad. Esta conocida me dice: «Bueno, ahora van a hacer una ley, no te lo pierdas, que va a permitir a los menores de edad cambiarse de género sin permiso de sus padres, ¡¡¿Te lo puedes creer?!!». Le respondo: «No solo me lo puedo creer, sino que me parece fabuloso, aunque, desgraciadamente, no todo el progresismo está de acuerdo. Deben pensarse que todos los adolescentes de España van a querer cambiarse de género igual que creían que si se legalizaba el matrimonio gay todo el mundo iba a casarse con cualquiera». Mi interlocutora no es mojigata ni nada tonta, pero ignora todo detalle sobre la identidad de género. En realidad, lo ignora todo. No es que yo sea una lumbrera en el tema, pero me sentí en la obligación de argumentar mi opinión e iluminar un poco, hablándole a esta conocida de los dos casos de niños transgénero que tengo y he tenido cerca de mis hijos.
Me ofende la ignorancia que opina con indignación. Es terriblemente avasalladora. La ignorancia siempre se escandaliza. No es una ignorancia mezquina exactamente, ni maléfica, es la ignorancia que nos ha forjado una sociedad «ideal» en la que solo existe el bien y el mal, el masculino y el femenino, el pecado y la virtud. Por suerte, la ignorancia puede ser curiosa, puede derrotarse hablando, escribiendo artículos como este. Pero principalmente, puede auto-erradicarse. Si es usted un ignorante supino en todo lo que respecta a la libertad de género, lo primero, no opine de forma fehaciente. Hágase este autoanálisis antes de lanzarse al ruedo del cuñadismo: ¿Tiene usted algún familiar trans? ¿Algún amigo? ¿El mejor amigo de su hijo es trans? ¿Sabe diferenciar la transexualidad del drag? ¿Cree que ser trans es lo mismo que ser gay? ¿Sabe la diferencia entre transgénero y transexual? ¿Le parece que todo lo anterior es una chorrada? ¿Por qué le parece una chorrada? ¿Porque quizá es usted un simple como los seguidores de Trump[contexto id=»381723″] y su propia ignorancia le hace sentir ridículo y la rabia que siente a que le confundan con un majadero le hace defender sus opiniones unidimensionales como dogma de fe? ¿No a esto último? Entonces, hay esperanza. Lea, busque en internet sobre libertad sexual, sobre identidad de género, sobre temas que son fundamentales para alguien muy cercano a usted. Escuche. Escuche mucho. No se frustre tanto por no saber algo, albricias, porque hoy día no hay excusa para no tener un mínimo de información antes de decir esta boca es mía.
Opinar desde el conocimiento profundo es un unicornio. Ninguno podemos tener conocimiento profundo de todos los temas fundamentales de la tierra, ni siquiera de todos los temas fundamentales para uno mismo. Insisto, yo misma sé muy poco de transexualidad porque en realidad, nunca me ha tocado vivirlo en primera persona pero sé lo bastante como para ponerme en la piel de otras madres y padres, de esos chavales, niños y niñas preadolescentes para los que el sexo y el desarrollo provocado por sus cambios hormonales empieza a ser el centro de todo su ser desde los 12 a los 14 años y luego, en adelante, es la espina dorsal de su sociabilidad, de su conocimiento del otro y del yo, que se conforma a través de las opiniones ajenas, por supuesto y de los rechazos y filias del ojo ajeno.
En los temas de igualdad, y sin ser precisamente una mujer del medievo, debo hacer un serio ejercicio de desprejuicio constante por culpa de los ejemplos y canon que me ha inculcado esta sociedad. Antes me parecía normal que me preguntaran el sexo en los formularios. Ahora, a no ser que sea para unirme al equipo de baloncesto del barrio o en la consulta del especialista, que alguien me explique a qué viene esa necesidad constante de la administración de saber si soy mujer.
Ahora lo cuestiono todo, todo. Lo primero, es dar el beneficio de la duda. Opine desde algo concreto, opine si quiere, la opinión es un buen arranque del pensamiento, pero con la mente abierta al conocimiento que nos falta y no al convencimiento naif de que «antes todo estaba claro y era fácil». Sería fácil para poder etiquetar al mundo, pero no fácil para todos aquellos que no tienen aún etiqueta o que quieren a toda costa la etiqueta que dice: «no me da la gana llevar etiqueta y esto es la libertad».
Yo no me espanto ni un poco de que una niña menor de edad sepa perfectamente cuál es su identidad de género en contra de lo que diga su partida de nacimiento o su padre o el proverbial sursum corda porque saber cuál es tu género desde la más tierna infancia es LO NORMAL. No me espanto ni un poco, además, porque el mejor amigo de uno de mis hijos es trans y también lo era el mejor amigo de mi otro hijo antes de que lo cambiaran de colegio.
El conocimiento, el cariño que siento por estos niños, la preocupación, los sinsabores, las frustraciones, la presión social que sufren, el apoyo incondicional. Esta es solo una pequeñísima lista de lo que me pasa por la cabeza, pero puedo hacer la lista mucho más larga cuando la madre de Sam me explica cómo su hija de cuatro años se aferraba a aquel traje de chaqueta en Marks and Spencer, un traje de pana de tres piezas, chaleco, americana y pantalón porque esa era la ropa que quería llevar y no los preciosos vestidos que colgaban de su armario. «Le compré ese traje y bueno, fue una revelación. No se lo quitaba ni para ir a la playa, yo nunca vi una niña tan feliz y en aquel momento aún no sabía ni lo que era la palabra transgénero».
Su hijo, que es ya un muchacho preadolescente, está en esa encrucijada de la emoción y del miedo, del vértigo inconsciente y de la pérdida de ese refugio que llamamos infancia y se merece que pensemos un poco antes de reaccionar airados al texto de una ley que va a ayudarnos a todos, sin duda, a ser una sociedad más comprensiva, profunda e integradora. Espero que «hombre» o «mujer» serán palabras que en ciertos contextos hagan reír a mis hijos y a sus amigos dentro de muchos años, cuando miren atrás y me digan: «¿De verdad, mamá, que en tu época aún hacíais esas diferencias?».