Ayudar a Europa
«España puede dar una lección negativa útil para los europeos desoyendo en las urnas a los que fomentan entre nosotros la desigualdad amnistiando delincuentes»
Podemos repetir el desplante de James Joyce cuando alguien le recordaba de modo conminatorio sus deberes para con Irlanda: «No pienso hacer nada por mi patria pero no me importaría que mi patria hiciese algo por mí». Con el mismo cinismo, pero menos ironía es lo que opinan bastantes españoles de su aportación a la Unión Europea. Nada de soportar exigencias, que somos un país soberano, pero vengan todas las ayudas posibles y hasta alguna imposible si se nos brinda la ocasión. Incluso los más sinceros europeístas entre nuestros compatriotas, con Ortega y Gasset a la cabeza, solo confían en que Europa solucione nuestro endémico problema nacional, pero para nada suponen que podamos o debamos ayudar a resolver los problemas europeos, que los hay y nada pequeños. Que de eso se ocupen los malnacidos burócratas de la Unión, excesivamente numerosos según la ignara apreciación popular aunque haya menos que ejemplares de la misma especie en cualquiera de nuestras veneradas autonomías (sobre eso ha dado datos esclarecedores Francisco Sosa Wagner).
Por cierto, en esa postura desdeñosa coinciden los radicales de izquierdas y derechas, los que proclaman que nunca caerán en la trampa de las élites europeístas… Aunque caigan en todas las demás. Ahora que llega otro envite electoral al Parlamento Europeo, sería muy de agradecer –o por lo menos a mí me lo parece- que nos preocupásemos principalmente de lo que los españoles podemos hacer por la temblorosa Europa a la que voluntariamente (y también creo que por necesidad) pertenecemos, en lugar de fijarnos solo en lo que podemos sacar de ella.
Hoy la UE está amenazada por una guerra de expansión imperial indudablemente provocada por Rusia en Ucrania (aunque no sabemos hasta donde podría llegar si ganase esa primera etapa) pero aún más por la «comprensión por Putin» interesada de formaciones políticas convencionalmente catalogadas de izquierdas o derechas pero todas reaccionarias y radicalmente antieuropeas. España puede colaborar con los países europeos más responsables en no permitir que se abandone a Ucrania a su triste suerte, sino que se la mantenga en el centro de la agenda de la Unión porque es la UE la amenazada y no solo (ni quizá principalmente) Ucrania.
Otro gran problema es la inmigración desordenada e ilegal: la primera ayuda que podemos prestar sobre este tema es razonar que no solo se trata de una preocupación xenófoba de la extrema derecha. En efecto existe la xenofobia como también una patente imbecilidad de «tó er mundo es güeno» que funciona como su más peligroso combustible. Los países europeos deben ser hospitalarios dentro de lo sensato pero no suicidas: en beneficio de los propios inmigrantes es imprescindible que haya normas claras y rigurosas tanto de acogida como de rechazo. Hay que proteger nuestras leyes y pautas sociales porque eso es precisamente lo que hace deseables nuestros países a quienes se refugian en ellos: si aquí todo fuese explotación, crueldad e intransigencia, la gente emigraría a Arabia Saudí. Es digno ofrecer al que viene huyendo de un presente atroz la posibilidad de compartir las ventajas del nuestro pero sin que para ello sea necesario que renunciemos nosotros al mañana. Y al que aun así no deje de repetir la turra de la extrema derecha xenófoba, que le den. En Europa… Y en España.
«Los que no defienden la unidad democrática de su país tampoco defenderán la europea»
Podemos ayudar a Europa aportando sensatez, no balando consignas del catecismo progre que con tanta asiduidad como candidez nos repiten Luis García Montero y otros en sus columnas didácticas. Las buenas intenciones, en el supuesto optimista de que lo sean, no equivalen a soluciones adecuadas. Por supuesto, despotricar motosierra en mano contra la justicia social es aún más nocivo: lejos de ser una invención del resentimiento, la justicia social es una garantía de seguridad pública de raigambre cristiana, es decir inequívocamente europea. Donde la justicia social es vista con recelo, como en EEUU, más vale llevar revólver.
Las sociedades europeas descubrieron el asistencialismo antes que el existencialismo. Defendamos nuestros principios y no renunciemos ni al individualismo ni a la solidaridad. También España puede dar una lección negativa útil para europeos desoyendo en las urnas el próximo domingo a los que fomentan entre nosotros la desigualdad amnistiando a unos cuantos delincuentes para asegurar en el poder a otros. Los que no defienden la unidad democrática de su país tampoco defenderán la europea: son partidarios de la limpieza étnica y la llevan allá donde van. Los españoles tenemos amplia experiencia del matonismo en política y podemos señalarlo bajo cualquier disfraz. Ayer gritaban «¡Franco, Franco, Franco!» y hoy «¡fango, fango, fango!» pero son los mismos abusones. Aunque al menos Franco no pedía que le votasen…