THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Salud

«Cada cual tiene derecho a ser él mismo, pero no a desempeñar cualquier oficio. La lección de realismo que nos ha dado Biden debería aplicarse en otros ámbitos»

Despierta y lee
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Salud

Ilustración de Alejandra Svriz.

Según Nietzsche, «el cuerpo atraviesa la Historia». Ahora hemos llegado a una época en que todos los atributos corporales se consideran constructos de la interacción social, contra los que pueden alzarse decisiones de la voluntad individual emancipadora: el sexo, las minusvalías, la identidad social o política, el volumen y apariencia física, las enfermedades tanto psíquicas como fisiológicas, la dieta que necesitamos para vivir… Nada de eso está indeclinablemente determinado por la antes omnipotente naturaleza, de la que siempre nos hemos hecho una caricatura profundamente fascista. Tenemos no sólo derecho, sino casi obligación de repudiar los estereotipos de salud o dolencia que se nos pretenden imponer desde el entramado del poder o de los micropoderes que gestionan nuestra existencia personal y colectiva.

Entre las fobias que deben ser denunciadas porque perturban la armonía plural de nuestras vidas, siempre opuestas a la fragilidad de la diferencia (homofobia, transfobia, xenofobia, logofobia, gordofobia, delgadofobia —no sé si la hay, pero debería, ¿no?—, etc.) tiene su lugar el edadismo (¿la cronofobia?), es decir la discriminación laboral y también erótica (esta es la que a mí más me interesa) por la edad que uno tiene.

Cualquiera sabe que en el arco temporal las fechas, los años, la fe del bautismo o del epitafio, todo son convenciones a las que someterse es entregar el alma. ¿Por qué vernos obligados a soportar el peso de los años que nos impone un calendario a fin de cuentas inventado por un papa o, como aquel maduro personaje de Pío Baroja cada vez que se acercaba a una chica joven, «sentir la edad como un remordimiento»? La vejez es un prejuicio social, un falso dragón contra el que se ejercitan las farmacéuticas y los publicitarios de la moda. Menospreciar a alguien por su edad es como discriminarlo por su sexo o el color de su piel, una variante de la omnipresente xenofobia…

Ahí habíamos llegado y entonces sucede lo de Joe Biden. Y resulta que las cosas no son como nos las contaron los políticamente correctos. Biden ha sido un político del más alto nivel, no un mindundi al que mirar por encima del hombro, como hacen ahora los más bobos de nuestros tertulianos y columnistas (hay mucho donde elegir). Como vicepresidente evitó algunos errores en política exterior de Obama, que no le hizo tanto caso como hubiera convenido. Y después ejerció de modo razonable y compasivo la presidencia, manteniéndose firme en lo importante (Ucrania, Oriente Medio…). Pero envejeció deprisa y mal, dando señales de un deterioro físico y mental nada insólito en su edad. Si fuese un anciano de cualquier pequeña comunidad, entretenido en ir a jugar al dominó en el casino con sus coetáneos, nadie hubiera tenido reproche alguno que hacerle. Pero resulta que es presidente del país más poderoso de la tierra y aspirante a serlo cuatro años más. Pretensión inadmisible en su decrepitud.

«La igualdad humana nos asemeja en dignidad y derechos, pero evidentemente no en capacidades»

Los que predicaban contra la gerontofobia se indignan ahora contra el viejo testarudo, renuente a retirarse. ¿Qué se ha creído? ¿Por qué no se ha marchado antes? Y así nos enteramos de que la vejez no es un prejuicio ni una invención de vendedores de pócimas, ni mucho menos una libre decisión de la voluntad. La vejez nos la impone eso que confusamente llamamos «naturaleza» y debemos cargar con ella y sus consecuencias queramos o no. Y ni los más políticamente correctos niegan que un puesto como la presidencia de USA exige unos requisitos físicos sine qua non, lo mismo que por inclusivos que seamos no admitiremos un piloto de avión ciego ni dejaremos que nos opere un cirujano con Parkinson. La igualdad humana nos asemeja en dignidad y derechos, pero evidentemente no en capacidades.

Cada cual tiene derecho a ser él mismo, pero no a desempeñar cualquier oficio. No estaría mal que la lección de realismo que nos ha dado el caso Biden, ahora censurado por no haber reconocido antes que su senilidad le discriminaba sin que nadie tuviese la culpa, debería aplicarse en otros ámbitos. No, los hombres no tienen derecho a dar a luz, ni quien da a luz es un hombre si ese término guarda algún sentido; ni por supuesto el sexo es algo que depende de la voluntad de cada uno, y quien tiene una deficiencia mental o de cualquier otra clase padece una merma, no una alternativa a la normalidad íntegra. No es lo mismo de bueno ser sordo que oír, ni ser ciego que ver, ni… Pero para qué seguir, ustedes ya me entienden.

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