THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Regreso a Longchamp

«Los que hemos vivido el elegante esplendor del hipódromo en el pasado difícilmente podemos resignarnos a su actual caída en la modernización»

Despierta y lee
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Regreso a Longchamp

Ilustración de Alejandra Svriz

Este año no has podido venir a París, Emilio, al hipódromo de Longchamp, para ver esa carrera que tanto nos gusta: l’Arc de Triomphe o sencillamente el Arco, porque estamos entre amigos. ¿Cuántos Arcos habremos visto juntos? Casi prefiero no recordarlo con exactitud, para que no me abrume el vértigo del tiempo, el vértigo de lo irrecuperable. No siempre estuvimos en la gran carrera juntos. Recuerdo que tú me envidiabas haber asistido a la victoria del increíble Sea Bird en 1965 (¡mi primer Arco, allí me desvirgué!) y yo estaba celoso de que hubieras visto cómo mi admirado Ardross era batido por una cabeza por Akyda en 1985, su última carrera. Y ambos hubiéramos dado una pierna, bueno: media, por haber estado presentes en los dos triunfos del simpar Ribot durante los años cincuenta.

Este año no has podido asistir al Arco por una causa de fuerza mayor. Vamos, la mayor de todas. La traición del volante, a ti que tanto te gustaba conducir y tan estupendamente lo hacías, los imprevistos de la carretera, el súbito camión, súbito como la fatalidad. Ya no podré volver a sentarme a tu lado para ejercer de torpe copiloto camino de Newmarket o el Curragh. O a Longchamp.

Emilio, en París volví a algunos de nuestros sitios preferidos, que el tiempo no ha mejorado. Francia, nuestra Francia, está desconcertada. Entre bastantes desaciertos, creo que Macron ha acertado al encargar formar gobierno a Michel Barnier, un político de una cosecha antigua y superior a las actuales. Al llegar al cargo, se ha encontrado con un déficit monstruoso y ha propuesto reducir el gasto público y subir los impuestos a quienes pueden pagarlos, lo que de inmediato ha despertado iras a derechas e izquierdas.

Los macronistas de pata negra (que como todos los de pata negra suelen meterla en cuanto pueden) tienen a Barnier por un intruso y si sube los impuestos por un socialista disfrazado: larvatus prodeoEl exministro de Interior Gérald Darmanin, que hasta se parece un poco físicamente a Bolaños y todo, se ha convertido en el crítico más acerbo del nuevo primer ministro y le amenaza con todo tipo de maldiciones políticas si lleva a cabo sus inevitables planes. Por su lado, los arcaicos revoltosos de la Francia Insumisa detestan a Barnier porque creen que ocupa un puesto que debería corresponderles a ellos como supuestos representantes del verdadero pueblo francés.

El truculento Jean-Luc Mélenchon, un tipo tan merluzo que podría perfectamente formar parte del equipo de Sánchez, tiene a Barnier por una especie de Le Pen camuflado. La principal tarea de Mélenchon es ahora fomentar el antisemitismo, que antaño era una característica de la derecha francesa: así que recomienda a los estudiantes universitarios, que en general se equivocan solos sin necesidad de consejos, que llenen las aulas de banderas palestinas.

«En ese conflicto hay sin duda excesos, pero la única fórmula inequívocamente genocida que oímos es ‘del río hasta el mar’»

Macron procura no enfrentarse demasiado a los insumisos y ha cortado la venta de armas a Israel para caer mejor a quienes le odian. Recomienda el diálogo al pequeño pero indomable país que tiene en este momento cuatro frentes bélicos abiertos y todavía cien rehenes en manos de los terroristas. ¿Genocidas? En ese conflicto hay sin duda excesos, pero la única fórmula inequívocamente genocida que oímos, también en España, es «del río hasta el mar». Decía el implacable Joseph de Maistre que los franceses son muy fáciles de engañar pero muy difíciles de desengañar. Me temo que pocos pueblos se salvan de esa dolencia…

A ti no te gustaba el nuevo Longchamp ni a mí tampoco. Los que hemos vivido el elegante esplendor del hipódromo en el pasado, su dignidad un poco solemne pero aun así acogedora, difícilmente podemos resignarnos a su actual caída en la modernización, esa afrenta innecesaria que lo ha dejado convertido en una combinación de gasolinera gigante con terminal de aeropuerto. Cuando lo vimos por primera vez, con un estremecimiento, decidimos no volver. Pero eso significaba renunciar al Arco y la fascinación del Arco va mucho más allá del perdido encanto del hipódromo que lo alberga. Yo he vuelto y seguiré volviendo mientras pueda; creo que tú finalmente también hubieras vuelto si pudieses.

Además de su actual fealdad, Longchamp tiene otro repelente: el ruido. Altavoces a un volumen infernal repartiendo músicas impertinentes y el vocerío de un locutor que muge con un soniquete insoportable estentóreos gritos de júbilo como en cualquier festejo veraniego. He estado en los mejores hipódromos ingleses e irlandeses y no hay tortura semejante: ellas, Dios las bendiga, y ellos se emborrachan según las reglas del arte, se jalean unas a otros pero siempre a título personal y la megafonía sólo se ocupa de dar información sobre los resultados de las carreras. Como debe ser. En cambio, en la cuna del charme y del glamour hay que soportar una ensordecedora verbena.

En fin, basta de quejas inútiles. Los caballos siguen siendo criaturas mágicas y el mal gusto no va con ellos. En 2024 el Arco ha vuelto a ser un rayo de gloria y el triunfo de dos yeguas celestiales, una inglesa (Bluestocking) y otra francesa (Aventure) que se quedan en nuestra memoria para ayudarnos a caldear el frío de otros vacíos de la vida. Adiós, querido Emilio. A Dios, ahí está dicho todo.

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