THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Catástrofes

«La responsabilidad inexcusable es del Estado. Y el Estado es el de una unidad política llamada España, no el fragmentado de una asamblea de taifas»

Despierta y lee
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Catástrofes

El Rey habla con ciudadanos en Paiporta. | Ana Escobar (EFE)

Recuerdo muy bien la impresión que me causó la gran riada de 1957 en Valencia a mis diez años. Yo estaba en el colegio de los marianistas de Aldapeta, en San Sebastián: cierro los ojos y veo el aula, el pupitre que ocupaba (segunda fila según se entra, cuarto asiento de la izquierda), el olor a humedad y jerseys mojados. El primero de mi clase era Iñaki Anasagasti, lo siento, todos tenemos un pasado. A mi lado se sentaba Camilo, un chico valenciano, más bien callado y mejor estudiante que yo (lo cual no era difícil). A mí me gustaban mucho las noticias, oírlas por la radio (mientras esperaba el momento feliz de Diego Valor o El criminal nunca gana) o leerlas en el Abc, que era nuestro periódico familiar.

De modo que seguí la crónica de la inundación con auténtica pasión, en el sentido de interés y también de dolor por las desgracias que ocurrieron. Lamentaba las muertes, desde luego, pero no me impresionaban demasiado porque no podía imaginarlas totalmente: eran un incidente fatal que le ocurría a gente desconocida, de cuya existencia me enteraba cuando me notificaban su desaparición. En cambio, las casas anegadas, los muebles flotando en la impía corriente, la gente llorando en la calle sin refugio, eso me emocionaba casi hasta las lágrimas. ¡Con lo que me gustaba mi casita, el cuarto donde jugaba con mis hermanos, las cajas de zapatos donde guardaba los ciclistas y los soldados con los que hacíamos batallas y aventuras!

En clase, constantemente intentaba consolar a mi compañero Camilo… el cual no parecía ni mucho menos tan devastado como yo por la tragedia. Por muy valencianos que fuesen sus orígenes, vivía en San Sebastián y parecía poco informado de los detalles de la catástrofe de su tierra natal, que yo me empeñaba en que debían afectarle personalmente. Yo seguía compadeciéndole inflexible, no estaba dispuesto a renunciar a mi víctima particular de la inundación por poco desolado que le viera. Le acompañaba a todas partes, le pasaba el brazo por los hombros con un afecto que más bien parecía molestarle, contaba a los otros compañeros lo afligido que seguramente estaba aunque no lo demostrase. Creo que a fin de cuentas la peor desgracia de aquellas inundaciones para Camilo fue mi desbordante solidaridad infantil que no necesitaba ni me había pedido…

He recordado aquel primer desastre del que fui consciente al ver ahora los efectos pavorosos de la DANA en Levante, que me causan una consternación mejor fundada que aquella de mis diez años, aunque la causa sea similar. Lo cierto es que según cuentan en la Comunidad Valenciana se ha desbordado todo lo desbordable menos el Turia, gracias a la desviación de su cauce acometido en época de Franco después del desastre del 57. Sin duda algunas cosas hizo bien el dictador y también es memoria histórica recordarlas. Por supuesto, Franco no creía en el cambio climático, no porque a sus muchas perversiones uniese la de ser negacionista sino porque en su tiempo todavía no se había puesto de moda esa amenaza.

Por cierto, desde aquella del 57 a esta de nuestros días ha habido veintitantas riadas más o menos destructivas: o sea que el auténtico cambio climático sería que dejasen por fin de producirse... Pero como parece que en eso el clima no cambia, resulta oportuno ir completando las obras hidrográficas preventivas que se han planeado y luego suspendido o no iniciado por diversas razones (incuria en primer lugar) aunque esto implique en cierto modo seguir el ejemplo de Franco…

«El simple sentido común se rebela ante el encogerse de hombros del gran Felón, deseoso de acabar con Mazón por desgaste»

Pero lo que ha cambiado realmente para peor en España es el clima político: aquí sí que se avecina un desastre demoledor como no le pongamos coto cuanto antes. Sobre la célebre, irresponsable e indecente frase de Sánchez («si necesitan más ayuda que la pidan») se ha dicho ya de todo pero nunca se dirá lo suficiente. El simple sentido común se rebela ante el encogerse de hombros del gran Felón, deseoso de acabar con el president Mazón por desgaste (lo cual bien es verdad que no sería mucha pérdida): ¡como si no estuviese a la vista de todos, todas y todes las necesidades de las víctimas y sus circunstancias! Por si hiciera falta, un buen amigo que trabajó años en Protección Civil me escribe: «No es necesario decirlo pero por si acaso. El Estado tiene el deber de intervenir y ser el responsable en catástrofes como la de Valencia y alrededores. No es potestativo, tiene que declarar el nivel 3 y asumir el mando único. Véanse normas sobre protección civil. En tiempos de Rubalcaba nunca se habría consentido algo así».

En un drama como este del Levante español confluyen muchos errores de diversas autoridades, agencias científicas, etc… pero la responsabilidad fundamental, inexcusable, es del Estado, que para eso está. Y el Estado es el de una unidad política llamada España, no el fragmentado de una asamblea de taifas que pretenden tratar de tú a tú al Gobierno central, vetar en su territorio la entrada del Ejército o de las fuerzas de seguridad, dar permiso o negarlo a la intervención de la instancia más alta del país, etc…

Mejor informados están la mayoría de los ciudadanos de nuestra patria (no olvidemos que los separatistas o los rentistas del separatismo son minoría incluso en las regiones más conflictivas). Los voluntarios que a miles han acudido para ayudar a los damnificados tienen claro que son españoles acudiendo en socorro de españoles o sea que su generosidad es la del que se esfuerza por salvar lo que sabe que también es suyo. A ver si despertamos de una vez de ese sueño nefasto de que vivimos en un puzzle cuyas piezas van por libre y no en un gran cuadro armonioso pintado por los mejores maestros antiguos.

Lo que ocurrió en Paiporta es alarmante pero a la vez lógico. Las autoridades acudieron a ver cómo estaba la situación crítica y se encontraron con gente desesperada, indignados porque pasaban los días y no recibían la ayuda que tenían perfecto derecho a esperar como ciudadanos. Algunos creen que las autoridades fueron a destiempo, demasiado pronto: por lo visto hubieran preferido que esperasen a que se ahogara todo el mundo y así ya no habría revueltas.

«El derecho a rabiar es el último que les queda a los desposeídos por negligencia de quienes debían protegerles»

Otros (el fétido periódico oficial, la aún peor TVE al servicio del régimen, etc…) insisten en que todo fue una encerrona organizada por grupos de extrema derecha. ¡Cuándo aprenderán que un Gobierno que vive del apoyo comprado por mil inicuos favores a la extrema izquierda no tiene derecho a protestar por tener en contra a la extrema derecha!

Sí, hubo comportamientos francamente indebidos pero no fruto del afán de violencia sino de la rabia. Y el derecho a rabiar es el último que les queda a los desposeídos por negligencia de quienes debían protegerles. Además, la sangre no llegó al río y los muertos los causó la DANA, no el que tiró un palo de escoba al huidizo Sánchez. Del episodio de ese día quedó una revelación fundamental: que en España podemos por desgracia carecer de muchas cosas, de casi todo, pero nadie puede negar que tenemos todo un Rey.

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