The Objective
Fernando Savater

Santo súbito

«¿Sería posible la elección de un Papa que no supiera que debe cumplir los Diez Mandamientos igual que Trump no está seguro de si la Constitución le obliga? No»

Despierta y lee
Santo súbito

La imagen de Donald Trump vestido de Papa generada por IA | Alejandra Svriz

Hay que reconocer que es difícil parodiar a Trump porque tiene la indudable habilidad de ponerse en situaciones ridículas que ni su peor enemigo lograría mejorar. Por el momento, la imagen que prefiero de él es su aparición en el balcón de la Casa Blanca para expresar su dolor por la muerte del papa Francisco, acompañado de su resignada esposa (¡cuánto debe odiarle!) y de un payaso disfrazado de conejo de Pascua. Si la estampa hubiese aparecido en una sátira contra el bipresidente, es probable que la hubiésemos considerado una exageración de mal gusto

Pero a él por lo visto le pareció de lo más adecuado: si ha muerto el Papa, expresemos nuestras condolencias; si estamos en Pascua, que nos acompañe un simpático conejo para aliviar el luto y divertir a los peques. ¡Esto es todo, amigos! De modo que su foto por IA caracterizado como Papa no me produjo el menor escándalo. A estas alturas, todos tenemos ya alguna representación como esa. Claro que ni ustedes ni yo somos presidentes de la nación más poderosa y absurda del planeta, pero ¿a que si lo fuésemos nos encantaría aparecer disfrazados de Papa ante el mundo mundial? Pues ahí lo tienen.

La imagen, aparte de divertida (¿) asusta un poco. Figúrense que del actual cónclave saliese un Papa modelo Trump. ¡Miedo me da pensarlo! Claro que, bien considerado, es mucho más escalofriante Trump como presidente de EEUU que como pontífice. Si el Papa fuese una especie de Trump, con no hacerle caso y reírnos de él, como solemos hacer, asunto arreglado. Después de todo, acabamos de tener un Papa tipo Perón, que no es mejor modelo. Y sin embargo, ha suscitado el apoyo de Yolanda Díaz, Pablo Iglesias, Javier Cercas y otros cráneos privilegiados. ¡Trump y Perón, la misma confusión! Puestos a tanto, yo prefiero al Conejo de la Suerte…

Como ahora estamos de cónclave (nunca agradeceremos bastante a la Iglesia católica el entretenimiento que brinda al mundo, hecho de carnaval, amaneramiento y lemas edificantes), le surgen a uno preguntas que sólo podría responder el Espíritu Santo. Por ejemplo, ¿sería posible la elección de un Papa modelo Trump, narcisista, ignorante y caprichoso? ¿Un Papa que no supiera si él también debe cumplir los Diez Mandamientos, lo mismo que Trump no está seguro de si la Constitución le obliga también a él, que juró ante todo el país cumplirla y hacerla cumplir? Tranquilos, no se me asusten, la respuesta es no.

En primer lugar, que un maromo como nuestro Donald llegue a la más alta magistratura sólo es posible en un sistema realmente democrático. La Iglesia, que ya tiene experiencia (empezó sólo con 12 miembros y entre ellos ya había un traidor), escenifica una elección pero de ámbito muy restringido. Sólo son elegibles los príncipes de la Curia, en la oferta actual menos de 150, y eso que es la más numerosa nunca vista. Y también sólo ellos tienen derecho a voto, aunque el elegido extenderá su autoridad sobre 1.400 millones de fieles. Eso sí, la votación está rodeada de todos los embelecos del mayor secreto, aislamiento (¡en esta época en la que hay una cámara filmando a cada quisque!) y la nigromancia de las señales de humo, el toque de folklore apache de la reunión. De ese grupo selecto no puede surgir un pájaro demasiado exótico.

“Lo que la ortodoxia defiende es sobrenatural pero no antinatural”

Imaginemos por un atroz momento que la Iglesia católica fuese una auténtica democracia. Y que votasen los 1.400 millones de católicos, inspirados por nuestros influencers mediáticos. ¿Imaginan el resultado? Saldría un Papa a cuyo lado el bueno de Trump parecería Immanuel Kant. No, por favor, sigamos con el elitismo actual.

Sea quien sea el que finalmente responda al anhelado habemus papam! representará bien los juicios y prejuicios de su tiempo, opción sobrenaturalmente mundana que la Iglesia católica ha encontrado siempre con tino infalible. Los fieles y los clérigos mediadores saben que al Papa hay que obedecerle fielmente, pero siempre sin salirse del marco del sentido común, gracias al cual la revolución evangélica ha durado más de dos mil años. Lo que la ortodoxia defiende es sobrenatural, pero no antinatural, como bien demostró en tantas ocasiones el más útil de los Padres de la Iglesia contemporáneos, Gilbert Keith Chesterton.

Si en vez de a este humorístico paladín el dogma hubiera seguido a Judith Butler o Paul B. Preciado, la santa doctrina no hubiera sobrevivido al ridículo de nuestra era. Uno de los pocos y excelentes amigos que he tenido entre el clero, Jesús Aguirre, solía repetirme: “Todos los hombres tenemos algún pájaro en la cabeza, pero sólo el Papa cree que el suyo es el Espíritu Santo”. Hagamos una cortés reverencia ante él, pero siempre cum grano salis.

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