The Objective
Fernando Savater

Nubosidad variable

«’Nubarrones’, de Enrique Lynch, publicado por Ladera Norte, reúne acotaciones que tienen algo de diario y que son como esbozos filosóficos sin rastro de academicismo»

Despierta y lee
Nubosidad variable

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ahora ya no me atrevo con los ensayos demasiado largos y frondosos. Me intimida su robustez y siento cierta irritación contra esos autores que se lanzan a escribir, no ya como si tuvieran toda la eternidad a su disposición, sino como si dieran por hecho que también la tiene su lector. Supongo que es efecto de la edad, que nos apremia. Valoro cada vez más las obras fragmentadas en porciones concisas, que podemos regular a nuestro gusto o nuestra necesidad, añadiendo nuevos bloques a nuestro tiempo de lectura o haciendo el alto cuando queramos sin la sensación de dejar algo a medias. Así podemos leer a Canetti, desde luego a Borges, también al Chesterton articulista o las deliciosas Vidas breves de John Aubrey. Añadamos a este elenco precioso los Nubarrones de Enrique Lynch, que en dos volúmenes (calculo que dan casi para todo el verano) acaba de publicar la cada vez más necesaria editorial Ladera Norte.

Enrique Lynch nació en Buenos Aires en una familia intelectualmente distinguida. Su madre, Marta Lynch, fue una novelista renombrada y su tío abuelo, Benito Lynch, destacó en el género clásico de la narrativa gauchesca. Enrique estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y después en la universidad, donde se licenció en Filosofía. También tuvo una activa militancia política, lo que le llevó a abandonar Argentina tras el golpe militar del 76. Finalmente, se instaló en Barcelona, donde desempeñó una importante tarea como editor en Gedisa, Muchnik y Destino. También tradujo obras importantes del inglés, francés e italiano.

Sus intereses intelectuales evolucionaron del pensamiento político a la teoría del discurso y la crítica literaria. Sobre esos temas llevó a cabo una notable e innovadora función como articulista y ensayista. De sus libros quizá mi preferido es Pompa y circunstancia, pero tampoco olvido La lección de Sheherezade, El merodeador o Dioniso dormido sobre un tigre. Siempre encontramos en ellos una personalidad inconfundible y levantisca, una originalidad surgida de la reflexión y nunca del capricho, un humor algo ácido, pero que se aplica al propio autor lo mismo que a los demás. Rasgos que también encontramos en breve formato en sus Nubarrones, acotaciones que tienen algo de diario y que son como esbozos filosóficos sin rastro de academicismo y con poquísima pedantería… para venir de un incontrovertible argentino.

Fui amigo durante muchos años aunque de modo discontinuo por razones geográficas de Enrique Lynch. Solía venir de vez en cuando a San Sebastián a verme, cuando yo luchaba con el comienzo de mi luto inacabable por Sara y él ya había superado en la medida de lo posible el trauma de la muerte de su madre bastantes años atrás. Marta Lynch se suicidó de un tiro en la sien a los 60 años, tras abominar por todos los remedios clínicos o psicológicos de la vejez y ser derrotada por el invencible avance del tiempo.

«He tratado con pocas personas tan inteligentes y que supieran como él transmitir inteligencia a quien les escuchaba»

Enrique y yo íbamos a comer al Morgan, en la Parte Vieja donostiarra, donde manteníamos largas charlas y él me deslumbraba con su inmensa cultura y el uso irónico que hacía de ella. Todo le valía, la gran música, las artes plásticas, el cine, la literatura, por supuesto, incluso el amor… De vez en cuando nos resignábamos brevemente a hablar de filosofía. He tratado en mi vida con pocas personas tan inteligentes y que supieran como él transmitir inteligencia a quien les escuchaba. Siempre solía levantarme de la mesa del Morgan menos opaco de lo que me senté… aunque bastante más borracho.

Uno de esos días me dijo que le habían diagnosticado un cáncer. Lo comentó con impaciencia, como si le hubiesen anunciado la visita de un pariente fastidioso aunque imposible de eludir. No sé lo que le dije, sin duda ramplonerías: imposible bucear mucho en la negrura, el cáncer acababa de llevarse lo que yo más quería. Luego se nos complicaron por diversos motivos las cosas a ambos, dejamos un tiempo de vernos, hasta que me enteré de su muerte. Este verano voy a recordarle mucho, mientras leo todos sus Nubarrones. Ah, Enrique, han cerrado el Morgan.

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