The Objective
Fernando Savater

Los asilvestrados

«Los diez ‘Heterodoxos’ de nuestro siglo XX que Emilia Landaluce ha reunido en un libro apuntaron caminos que habrían cambiado la historia de nuestro país»

Despierta y lee
Los asilvestrados

Ilustración basada en la portada de 'Heterodoxos'. | Ed. Debate

Hace muchos, muchos años, en una galaxia muy lejana… cuando yo frecuentaba aún las oficinas de El País... entré en uno de los despachos y pregunté por un colega con fama de aquiescente: «¿Sabéis dónde está Fulano?». Me contestó un viejo redactor de colmillo retorcido, de los que ya no quedan en el periódico: «No sé, estará por ahí, diciendo que ‘sí’ a alguien». Siempre y en todas partes ha habido tipos especialistas en decir «sí» y otros de talante opuesto. Estos últimos no dicen «no» por automatismo, más bien mantienen la incertidumbre, con frecuencia no dicen ni sí ni no, sino todo lo contrario. Al que siempre dice que «sí» ya le vemos venir y también tenemos catalogado al autómata del «no».

Pero los capaces de salirnos con una aceptación o un rechazo imprevisto son los más interesantes. Y también los que tienen más facilidad para irritarnos. Nos gusta tener al prójimo bien clasificado, en el casillero en que resulta más manejable. Los que no encajan de antemano en ningún estante desafían nuestro criterio y son la pimienta de cualquier guiso humano, aunque pueden traernos disgustos. Los admiramos frecuentemente, pero cuanto más lejos los tengamos, mejor.

Hace tiempo di un seminario sobre el librepensamiento, basado en que todo el mundo admira a los librepensadores, pero siempre que nos caigan lejos. ¿Voltaire? ¿Karl Kraus? ¿Pío Baroja? Figuras fuera de lo común, dignas de todo encomio, pero poco apetecibles en el trato cotidiano. Los librepensadores buenos son los remotos en el tiempo, aquellos que no corremos peligro de encontrarnos a la vuelta de la esquina. Para el uso cotidiano preferimos personajes más manejables, menos desconcertantes, con los que sepamos a qué atenernos.

A esta especie admirable pero difícil de gestionar pertenecen los diez Heterodoxos de nuestro siglo XX que Emilia Landaluce ha tenido la buena idea de reunir en un libro publicado por Debate. No se trata de heterodoxos en el sentido doctrinal del término, como aquellos de los que se ocupó Marcelino Menéndez y Pelayo en su obra más célebre. Esta nueva hornada de heterodoxos no son herejes, al menos en ninguno de los sentidos habituales: más bien podríamos decir que son incomprendidos, chocantes. En su tiempo tuvieron partidarios, pero incluso los que más los apreciaron los valoraron de modo receloso, sin entregarse del todo.

Por supuesto, su heterodoxia fue activa, creadora: no se limitaron ni mucho menos al campo abstracto de las ideas puras. Fueron políticos, científicos, profesores… incluso alguno de ellos se hizo millonario. Cada uno de ellos apuntó caminos que, si se hubieran seguido, probablemente habrían cambiado buena parte de la historia de nuestro país. Lo más importante es que en ningún caso fueron personajes destructivos, de los que derriban mucho más de lo que construyen. Y por supuesto, ninguno fue ante todo fanático, es decir un perseguidor de adversarios. En la mayoría de los casos, tuvieron más vocación de misioneros que de inquisidores… aunque sus rebaños de fieles fueron más bien exiguos y con pocas ansias de martirio.

«Quizá lo más seductor de este compendio sea que cada uno de los autores que firman las semblanzas sea también heterodoxo»

Aún hoy, suscitan más dudas que certezas: ¿fue socialista Besteiro y de qué tipo? ¿Fue anarquista Federica Montseny, la primera mujer ministra en España? ¿Fue Ortega y Gasset más filósofo que periodista o viceversa? ¿Se reconocen las feministas de hoy en los logros legales de Mercedes Fórmica, mayores que ninguno de los suyos? ¿No hubiera sido el autoproclamado franquista Gonzalo Fernández de la Mora un ministro de Cultura mucho más progresista que el señor Urtasun? Etc…

Quizá lo más seductor de este compendio sea que cada uno de los autores que firman las semblanzas sea también heterodoxo en su especie. ¿O acaso no son heterodoxos Arcadi Espada, Rosa Belmonte, José María Albert de Paco o la propia Emilia Landaluce? Imposible ocultar que se trata de diez «raros» de nuestro paisaje cultural hablando de otros diez parecidos del siglo pasado, aunque en todos los casos de forma seria y bien documentada, sin caer en la hagiografía ni en la diatriba.

Como lector, he disfrutado con el libro en general, desde luego, pero más con los personajes cuya trayectoria conocía peor. Por ejemplo con las páginas dedicadas a Felipe Sánchez-Román, del que sólo me sonaba algo el nombre, cuya batalla por rescatar el proyecto republicano de los radicalismos disparatados y por combatir contra el egoísmo rapaz de los separatistas catalanes (torneo que aún debemos hoy librar) verdaderamente me ha emocionado. Viene bien que haya herejes, opinaron los Padres de la Iglesia menos obcecados: y yo creo que aún más falta hacen los heterodoxos.

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