The Objective
Fernando Savater

Aprender a vivir

«Es preciso que la imitación esté en la base de la enseñanza. La escuela debe ser conservadora para que los escolares tengan luego ocasión de descubrir lo inédito»

Despierta y lee
Aprender a vivir

Campamento de Álava. | TO

Muchos animales llamados «superiores» (porque se nos parecen más que otros) instruyen a sus crías en distintas prácticas útiles para su supervivencia. Les enseñan, vamos. En la mayoría de los casos esa enseñanza no es precisamente deliberada: los pequeñuelos se fijan en los comportamientos de los mayores y los imitan, primero con torpeza y como juego, después con mayor solvencia. El secreto es en todos los casos la imitación. Aprender es siempre en primer término imitar, tanto para el pajarito que se empeña en reproducir un nido como aquel en que nació o el joven escritor que se propone ser otro Stephen King.

La gran diferencia entre los humanos y el resto de los animales es que en nuestra especie la imitación no es algo casual, que brota espontáneamente por la curiosidad de los pequeños ante el comportamiento de los mayores, sino una obligación que éstos imponen a aquellos. Lo que nos caracteriza es que convertimos la imitación en casi todos los aspectos de la vida en un propósito del que nuestros descendientes no pueden escapar. Las escuelas, los institutos, las universidades son grandes fábricas de imitadores, unos mejores que otros. Los adultos queremos que los neófitos se nos parezcan todo lo posible y que hagan las cosas como nosotros o si es posible mejor que nosotros, pero del mismo modo. Cuando elogiamos a un o una joven, afirmando orgullosos que se convertirá en «una persona de provecho», entendemos ese provecho que va a obtener como una mímesis acertada de los ejemplos que le hemos dado.

Por eso el original que crece rompiendo todos los esquemas, el genio que no imita a nadie (aunque hasta los más geniales tienen en el fondo maestros) tropiezan con grandes dificultades hasta que se hacen valer. El estilo propio dará lugar más adelante a una nueva pléyade de imitadores, pero en tanto se consolida como modelo, supondrá no pocos disgustos para quien se atreve a ejercerlo.

A pesar de que la sociedad humana favorece la imitación como transmisión cultural, poco a poco las artes y técnicas van cambiando por iniciativa de individuos que se abren a los peligros de la originalidad. Pero para dar cauce a la creación de nuevas formas y maneras es preciso que la imitación se mantenga en la base de la enseñanza. La escuela debe ser conservadora para que los escolares tengan luego ocasión de descubrir lo inédito. Hanna Arendt, que escribió páginas muy perspicaces sobre la educación, como sobre casi todos los temas que trató, sostenía que los maestros deben sacrificar sus ansias revolucionarias para que los alumnos puedan desarrollar luego las suyas.

Si el educador rompe con lo establecido, el neófito nunca conocerá lo que se ha ido creando a lo largo del tiempo que le precede y creerá que su misión humana es inventar, no aprender. En este punto, hay dos excesos a evitar. Por un lado, los padres que exigen que la escuela no haga más que prolongar y reforzar el modelo de vida que en el hogar ellos consideran óptimo. Consideran que sus hijos son propiedad suya, como sus bienes inmuebles o sus animales domésticos. Y les indigna cuando se les hace notar que los hijos son responsabilidad de los mayores que se encargan de ellos pero no sus esclavos.

«Los experimentos sociales no se deben hacer con champán, sino con gaseosa, ni a espaldas de los padres»

Una de las pocas cosas sensatas que dijo Isabel Celaá (y, por tanto, la que más escándalo levantó) cuando era ministra del ramo es que los hijos no pertenecen a sus padres y que en la escuela deben encontrar alternativas formales e ideológicas a lo que ven practicar en casa. El otro exceso es que los maestros se conviertan en una especie de antipadres caprichosos y experimentadores que conviertan a los alumnos en conejillos de Indias de una nueva fórmula social que sólo existe en su imaginación desbocada.

Me temo que esto es lo que ha ocurrido, en forma más o menos grave, en el polémico campamento de verano de Bernedo, en Álava. Maestros nudistas, planteamientos transgénero, rupturas simbólicas (quema de la bandera española), etc… Los experimentos sociales no se deben hacer con champán, sino con gaseosa, ni a espaldas de los padres, que no son los únicos dueños de los niños y adolescentes, pero tienen derecho a conocer el tipo de enseñanza que se les está dando.

George Orwell, que escribió utopías pero nunca dejó de ser muy sensato, dijo: «La evidencia, el estúpido buen sentido y la verdad deben ser defendidos. Los truismos son verdaderos. Hay que apoyarse sobre ellos. Las piedras son duras, el agua está mojada, los objetos que caen están sometidos a las leyes de la gravedad. Una vez admitido esto, lo demás se sigue por sí mismo».

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