The Objective
Fernando Savater

Susto o muerte

«Que haya en el calendario un Día del Terror fantástico y lúdico, junto a los otros 364 aterradores y realistas, me resulta muy de agradecer»

Despierta y lee
Susto o muerte

Ilustración de Alejandra Svriz

Ya sé que hay castizos que ponen mala cara ante este festejo extranjerizante de Jalogüin, pero yo tengo mis razones para que me caiga simpático. La principal la guardo para mí, aunque quizá se la revele más adelante. Pero hay otra que no me reservo más: me gusta la literatura y el cine de género terrorífico, que tienen en esta fecha su fiesta emblemática. Que haya en el calendario un Día del Terror fantástico y lúdico, junto a los otros 364 aterradores y realistas, me resulta muy de agradecer.

Estoy convencido de que cuando el primer corro más o menos humano se reunió en torno a un fuego tembloroso, rodeados de las tinieblas del bosque, en las que resonaban gruñidos amenazadores y brillaban ojos ávidos, alguien pidió «que el abuelo cuente un cuento». El abuelo —de 35 o 40 años— carraspeó para aclararse la voz, pero antes de que empezase a hablar alguien, añadió «pero que sea de fantasmas». El abuelo no apostilló, porque eran tiempos poco irónicos, que toda historia humana es un cuento de fantasmas.

Ese tema del miedo, el terror como argumento y búsqueda de estremecimiento, es el único que se prefiere en primer lugar al erotismo, probablemente porque los niños, nuestros maestros, paladean temblorosos el pánico, pero aún no el sexo (que también da pánico). Algunos pedantes nos informan de que los relatos pavorosos, sobre todo filmados, suelen ser infantiles: claro, como la Odisea. La verdad, con quienes no disfrutan leyendo a M. R. James o Algernon Blackwood, y consideran a Terence Fisher inferior a Almodóvar, propongo que hay que ser corteses pero disimulando nuestra conmiseración.

Volviendo al cine, ahora se cumplen los 90 años de la Hammer, una empresa cultural a la que muchos estamos personalmente más agradecidos que a la nouvelle vague, sin pretender desmerecer a nadie. Esa productora se dedicó a la impermeabilización cinematográfica de grandes mitos e hitos del espanto clásico. Como en todo movimiento creativo, hay joyas, medianías y francas baratijas, igual que en la escuela de Tiépolo, más o menos. Aportaron a nuestro imaginario de escalofríos dos intérpretes realmente inolvidables, dos amigos cinematográficos para toda la vida: Cristopher Lee y Peter Cushing. No diré que reemplazaron a Boris Karloff y Bela Lugosi porque estos fueron irremplazables, pero continuaron la saga tenebrosa sin desfallecimiento. Y la Hammer tuvo además unas heroínas de alaridos estremecedores y escotes que también nos hacían estremecer a su modo. Barbara Shelley, Caroline Munro, Ingrid Pitt… cómo olvidarlas.

Hasta Raquel Welch se puso un bikini prehistórico para debutar con la Hammer. Fue una simpática fábrica de pesadillas que funcionó muy bien hasta que llegó el reinado de Tiburón y Alien. Conviene repasar de vez en cuando sus títulos famosos y también algunos de los menos conocidos (¿recuerdan por ejemplo El experimento del doctor Quatermas, mi predilecta?). Es como volver a aquellas Casas del Terror que había en las ferias antiguas donde entrábamos de niños una y otra vez, aunque siempre arrastrando para protegernos a algún familiar complaciente. ¡Qué divertida y entrañable fue Inglaterra antes de marchitarse con el Brexit!

«Para celebrar bien esta jornada de temblores y temores no hace falta salir de casa. Basta con leer un cuento de M.R. James»

Este año Madrid rebosa de sustos de Jalogüin como nunca: zombis y otros sobresaltos en el Parque de Atracciones, un tren del espanto en el Museo del Ferrocarril, pálidos muñecos que asustan en el Museo de Cera, calabazas decoradas para agasajar al panda del zoo y el Barco de la Bruja que navega por el Tajo a su paso por Aranjuez. Todo esto sin mencionar los preciosos Altares de Muertos preparados por los artistas de la Casa de México, una tradición distinta al Jalogüin clásico, pero que nos resulta muy entrañable también, como si Madrid fuese Oaxaca por dos o tres días. ¡Viva el colonialismo bien entendido, o sea, el de ida y vuelta!

Pero para celebrar bien esta jornada de temblores y temores no hace falta salir de casa. Basta con arrellanarse en un sillón bien cómodo, con un whisky convenientemente largo al alcance de la mano y uno de esos cuentos de M. R. James que nos sabemos de memoria, como El maleficio de las runas, a no ser que prefiramos la droga dura y nos pasemos a Lovecraft. Mientras leemos, acariciamos la cabezota peluda del perro que gruñe a nuestro lado… hasta que, caramba, recordamos que no tenemos perro.

Les revelo la primera razón por la que amo Jalogüin aún más que la Navidad. A ella le gustaba mucho y decoraba la casa con calaveras risueñas y calabazas huecas. Luego veíamos juntos alguna peli en que apareciese Vincent Price. ¡Susto o muerte! Pero a mí ya nada me asusta y todo me hace suspirar.

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