El acento andaluz es para catetos
Resulta que semanas atrás estrenaron una serie, ‘La peste’, que a juzgar por la repercusión que se respiraba en las redes debió de gozar de bastante éxito. Hasta aquí nada nuevo. Resulta que los guionistas decidieron darle un toque original al asunto liberando un supuesto acento andaluz del siglo XVI, acento que entonces, obviamente, no mostraba las características actuales, aunque poco importa eso. Hasta aquí, algo relativamente novedoso, aunque cada vez menos.
Resulta que semanas atrás estrenaron una serie, ‘La peste’, que a juzgar por la repercusión que se
respiraba en las redes debió de gozar de bastante éxito. Hasta aquí nada nuevo. Resulta que los
guionistas decidieron darle un toque original al asunto liberando un supuesto acento andaluz del
siglo XVI, acento que entonces, obviamente, no mostraba las características actuales, aunque poco
importa eso. Hasta aquí, algo relativamente novedoso, aunque cada vez menos. Los mandamases
se afanan últimamente en producir películas y series alejadas del acento neutro habitual, cuando no alejadas directamente del castellano para ser rodadas en otros idiomas peninsulares. Así que
reescribo: hasta aquí, nada nuevo. Y, por último, resulta que una ralea de twitteros acudió presta,
como siempre, al calor del imaginario acento andaluz del siglo XVI para plagar la red de comentarios absurdos, imprecisos y, claro, despreciativos hacia los portadores de ese acento en la actualidad. Esto sí que no es nuevo, aunque sigue despertando la misma grima que cuando empezó a serlo.
La mayoría de estos mensajes seguían un patrón que se puede resumir con el siguiente titular: el
acento andaluz es para catetos. No sé si los emisores de estas sentencias son conscientes de que
la incultura que blanden se ha vuelto contra ellos. Para esquivarlos, se me ocurre así a bote pronto
que los dos personajes más cultos del siglo XVI, marco histórico de la serie, fueron andaluces: Luis
de Góngora y Antonio de Nebrija. Pero por no continuar con los anacronismos absurdos, y
trasladándome al siglo XX que todavía pisamos con el talón, déjenme decirles a esos que tachan de
incultos a los portadores del habla andaluza que muy probablemente Federico García Lorca, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez coqueteaban con ese acento, y que seguro lo hacían María Zambrano, Rafael Alberti o la maravillosa generación de autoras bautizadas como Las Sinsombrero. E incluso ya sin utilizar el verbo en pasado, en el XXI, lo hacen Luis García Montero, Elena Medel o José Caballero-Bonald. Nótese que, aunque todos están ligados al ámbito de las letras, vienen de este o de aquel lugar de Andalucía, dejando claro que no hay rasgo lingüístico entre el Guadiana y el Segura que certifique la ridícula generalización que da título a este texto. Sí quedan claras dos cosas: todos ellos fueron o son espadas de la cultura de nuestro país, del mismo modo que lo son de la incultura los emisores que encabezaban el párrafo.
Ahora bien, retratados todos, hay una tendencia que empieza a englobar al espectro completo:
cultos, incultos, altos, bajos, azules o rojos utilizan ahora el lenguaje con fines canallescos. Lo
mismo da si se trata de un catalán que mira con desprecio a un castellanoparlante, o de un
madrileño que mira con desprecio un cartel con la expresión «Ongi Etorri», o del gallego que se queja de la pronunciación «Sangenjo», o del gallego de al lado que se queja de la pronunciación
«Sanxenxo», o del guionista que identifica al personaje de clase baja con el dialecto murciano, o del
jefe que no acepta el asturianismo de su empleado porque no es beneficioso para el branding.
Todos estos casos, citados someramente y que necesitarían innumerables palabras para ser
analizados, responden a un mismo canon: la sociedad empieza a utilizar la lengua como arma
arrojadiza. Y esta afirmación, me temo, es la antesala del desastre.