THE OBJECTIVE
Julia Escobar

El cantor de jazz: una historia judía

«Comprobé que ni mis amigos más cinéfilos, ni muchos de esos tuiteros que se dedican a la cinematografía, tenían ni pajolera idea de lo que significaba realmente la película»

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El cantor de jazz: una historia judía

Todo el mundo sabe que El cantor de jazz, protagonizado por Al Jolson, es la primera película sonora de la historia del cine. Se la considera en general como un producto frívolo y efímero, destinado a ser olvidado y superado, poco más. Eso puede parecer exacto pero su importancia rebasa con creces su condición, ya meramente anecdótica y pronto superada, de producto de vanguardia y basta con verla una sola vez para darse cuenta de su verdadero alcance.

La película, dirigida por Alan Crosland, se estrenó el 6 de octubre de 1927. Estaba parcialmente sonorizada mediante música y diálogos sincronizados, grabados sobre un disco. En cuanto al rostro pintado de negro con el que se presenta el cantor de jazz en su debut y que tanto enfurece al nuevo macartismo imperante en Hollywood, lejos de ser una novedad, era una práctica muy habitual entre los cantantes blancos a quienes llamaban blackfaces. Ya volveré sobre ello, y me perdonarán si no me detengo en ese revisionismo retrógrado, merecedor de todo mi desprecio, que pretende erradicar cualquier rastro de disidencia, pasada, presente y futura.

El cantor de jazz está basado en una obra teatral, El día de la Expiación de Samson Raphaelson, un éxito en Broadway. Raphaelson es uno de los numerosos escritores y cineastas judíos que levantaron la industria cinematográfica estadounidense. Como guionista colaboró entre otros con Lubitsch (también judío) y con Hitchcock en Sospecha, pero su verdadera vocación era el teatro. Raphaelson narra sus relaciones con el primero en Amistad, el último toque Lubitsch (editorial Intermedio, 2012), obra que incluye un excelente apéndice, titulado de manera injusta Glosario innecesario, de Pablo García Canga, traductor asimismo del libro. En él recoge las leyendas de la primera etapa de la cinematografía: Anita Loos, Max Reinhardt, Josef von Stenberg, Marlene Dietrich, La primera entrada está dedicada a El cantor de jazz y se abre con unas breves líneas de Raphaelson en las que explica la génesis de la obra de teatro y de la película.

La película narra el pequeño drama de una familia judía ortodoxa. El rabino Rabinowitz es Cantor de Sinagoga en Nueva York. Su hijo, Jakie, destinado a ser uno más de la larga estirpe de Rabinowitzs cantores, se ve atraído por el jazz y canta en las calles. Cuando su padre lo descubre el joven tiene que abandonar su casa y la ciudad y la película gira en torno al desgarro que esa decisión le produce. Cuando regresa a Nueva York con su compañía intenta reconciliarse en vano con su padre (su madre le apoya en todo momento) pero éste enferma y Jakie se ve en el terrible dilema de tener que elegir entre cantar en la Sinagoga el Kol nidré en Yom Kippur en lugar de su moribundo padre -cosa que hace- o debutar a bombo y platillo en Broadway, dando la espalda definitivamente a sus orígenes.

Pues bien, Raphaelson cuenta que se le ocurrió escribir El día de la Expiación a raíz de conocer a Al Jolson cuando era ya un cantante famoso. Al oírle por primera vez percibió en él algo trágico, que trascendía el dramatismo del género musical al que se dedicaba. «Es la voz de un Cantor», pensó. Y acertó de pleno. Jolson le habló de sus orígenes y el escritor pensó: «Ahí hay una historia». Al, se llamaba en realidad Asa Yoelsen y su padre era rabino y cantor de sinagoga. Desde el remoto lugar de Lituania del que procedían, emigraron a Nueva York y el rabino trabajó de zapatero y de Cantor. El niño, empezó a cantar jazz por las calles y después en un circo, en un teatro burlesco, en espectáculos de vodevil (en 1904 se pintó la cara de negro por primera vez) y así hasta convertirse en Al Jolson. «El hijo del rabino se hizo blackface… Y una escena de blackface resulta ser el clímax de la primera película sonora de la historia del cine. Un chico judío nacido en Lituania encarna el final de un espectáculo genuinamente americano y de paso, como una bisagra, abre la puerta a una nueva forma de espectáculo. Ahí, sin duda, había otra historia» (García Canga).

Como verán, nada ni nadie me había preparado para esto. Es más, la sorpresa que me llevé cuando vi la película durante la reclusión pandémica, totalmente por casualidad, y casi con desgana, me galvanizó de tal manera que desde entonces decidí emprender una labor de investigación y de proselitismo al respecto. Comprobé que ni mis amigos más cinéfilos, ni muchos de esos tuiteros que se dedican a la cinematografía, tenían ni pajolera idea de lo que significaba realmente la película, más allá de considerarla una mera curiosidad estadística.

El cantor de jazz: una historia judía 1En España se estrenó en el Cine Callao de Madrid, el 13 de junio de 1929 pero también hubo una exhibición de carácter privado, a cargo del cine club que dirigía Ernesto Giménez Caballero en Madrid, como actividad complementaria de su revista cultural La Gaceta Literaria (118 números entre 1927 y 1931) en la que colaboraban Dámaso Alonso, Ortega y Gasset, Altolaguirre, Ramiro Ledesma Ramos, Marañón, Max Aub, Ramiro de Maeztu, Juan Ramón Jiménez, Eugenio d’Ors, Bergamín, Marinetti, Aleixandre, Borges, Ramón Gómez de la Serna… En 1931 las divergencias políticas entre ellos dejaron solo a Giménez Caballero. que prosiguió su tarea en El Robinson Literario, revista de la que sólo aparecieron 5 números.

En ese cine club se proyectó la película para sus seguidores, presentada ni más ni menos que por Ramón Gómez de la Serna. En el N ° 22 de la Revista Poesía de 1978, que dirigía Gonzalo Armero, se publicó un número especial dedicado al cine en el que, además de una separata con el cartel-anuncio de 1928, se reproduce íntegramente la conferencia, titulada «Jazzbandismo», leída por Ramón antes de la proyección de la película, con mucha puesta en escena, pues apareció pintado y vestido de negro, pero con muy poca documentación sobre el verdadero contenido de la película. Me imagino la sorpresa de los ahí presentes, incluso la del conferenciante, cuando comprobaron que nada de lo dicho por él tenía que ver ni remotamente con lo narrado en el film porque la mayoría de lo que ahí se canta, son cánticos religiosos judíos de sinagoga, llenos de espiritualidad y muy superiores en número a las canciones de jazz o swing que, aunque excelentes en la interpretación de Al Jolson, sólo sirven de contrapunto «moderno» al drama antiguo y solemne que se desarrolla en la narración central.

 

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