THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

El Muro

A unas pocas pulgadas de donde ahora escribo tengo un trozo del Muro de Berlín. Del tamaño de una cabeza de ajos, es de color gris blancuzco, con el cemento bien compacto, con piedras oscuras en su interior que le dan robustez.

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A unas pocas pulgadas de donde ahora escribo tengo un trozo del Muro de Berlín. Del tamaño de una cabeza de ajos, es de color gris blancuzco, con el cemento bien compacto, con piedras oscuras en su interior que le dan robustez.

A unas pocas pulgadas de donde ahora escribo tengo un trozo del Muro de Berlín. Del tamaño de una cabeza de ajos, es de color gris blancuzco, con el cemento bien compacto, con piedras oscuras en su interior que le dan robustez. Una de las caras es prácticamente lisa y todavía hay restos de pintura roja y azul, ya muy desvaída, quizás parte de alguno de esos grafitis que adornaban la parte oeste de la pared, el lado que podía decorar con esperanza y color la ignominia. Aquí a mi lado, un pedazo del muro que dividía dos visiones del mundo, es ahora un sencillo pisapapeles sobre facturas, textos y papeles por ordenar.

Hace 25 años se vino abajo ese muro de la vergüenza. Era el reflejo perfecto de cómo el sistema comunista de la Unión Soviética también hacía aguas y se precipitaba sin remedio en la última parte de la década de los 80. La noche en que comenzó el cambio, el ‘Die Wende’, fueron miles los ciudadanos de la República Democrática Alemana que se acercaron a las puertas de Occidente, ansiosos y curiosos vinieron en riadas hasta las barreras que durante tantos años habían partido Berlín, Alemania y el mundo en dos. La valla se alzó. Centenares pasaron entre los abrazos de sus vecinos del oeste y la cerveza gratis de los bares cercanos a los pasos fronterizos. Muchos subieron el muro, y desde allí bailaban eufóricos y entonaban el himno alemán en la gran fiesta que fue la reunificación. Ya de mañana, en una esquina del muro todavía de celebración, Rostropóvich acariciaba su violonchelo y hacía sonar a Bach en homenaje a la nueva Alemania, en recuerdo de su forzoso exilio y con el fondo del repiqueteo de aquellos que ya empezaban a derribar el muro.

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