El sanchismo universal
«Iglesias, Rivera y Casado han terminado haciendo lo mismo, pero peor: son meros aprendices de Sánchez. Es la ventaja que tiene Sánchez sobre ellos: entre todos los Sánchez, es ‘el’ Sánchez»
El único movimiento de esta minilegislatura, aparte de la barbita de Casado, ha sido la pirueta final de Rivera: un intento desesperado de ponerse también barbita. Pretendía acabar de un plumazo con su maldición lampiña, pero no ha hecho más que prolongarla. Un gran error fue el de Iglesias en julio, cuando rechazó la bicoca que le ofrecía Sánchez. Y otro gran error ha sido el de Rivera, al evidenciar en el último minuto que su empecinamiento desde el primer minuto había sido un error.
Pero hay que ser justos y reconocer que ambos errores, pese a su enormidad, vienen después del error primigenio: el enormísimo error de Sánchez, que consiste básicamente en ser Sánchez. Un ego desmedido, para empezar, que exigía tratamiento de mayoría absoluta (¡de unanimidad incluso!) a lo que no era más que una exigua mayoría. Un ego además condenado a sí mismo, por su incapacidad para conseguir apoyos (solo una anchoa, en total). Sánchez seduce a Sánchez y considera que solo por eso deberían sentirse seducidos los demás. Empezando por los votantes españoles, a los que les pide que en las nuevas elecciones hablen “más claro”: es decir, que tengan la transparencia del agua para que en ella se refleje la cara del narciso Sánchez.
El nacionalismo y el populismo contagiaron la política española con sus baraturas. Todo ha ido a peor desde tal contagio. El sanchismo surge de ese rebajamiento general del nivel, al que ha imprimido un estilo propio. Su característica principal es el presentismo absoluto: decir hoy lo que le conviene con un énfasis solo comparable al énfasis con que decía ayer lo contrario, que era lo que le convenía entonces. Algo que los políticos han practicado siempre, pero no con tanta asiduidad, tanta radicalidad ni tanto descaro. Iglesias, Rivera y Casado han terminado haciendo lo mismo, pero peor: son meros aprendices de Sánchez. Es la ventaja que tiene Sánchez sobre ellos: entre todos los Sánchez, es ‘el’ Sánchez.
Impera su ley: el “no es no”. Una tautología devastadora, concebida para minar. Sobre ese solar que fundó, Sánchez ha pretendido que los otros echaran sus síes. Inútilmente, como se ha visto: todos se enroscaron en sus “noes”. Solo Rivera pudo haber roto esa lógica nihilista, ofreciéndole al principio lo que le ha ofrecido al final (con más seriedad, con más amplitud, con más sustancia). Así Rivera hubiera roto, de paso, aquel “no” de la militancia de Ferraz que le afectaba: “¡Con Rivera no!”. Habría sido un logro tremendo, pero Rivera era ya demasiado sanchista como para hacer jugadas de largo aliento y beneficiosas para el país.
Conclusión: España necesita salir del sanchismo. Aunque sea con Sánchez.