El Trump catalán
El momento más álgido del independentismo engendró el personaje más grotesco que se recuerda en la política parlamentaria: Gabriel Rufián. En menos de un año este personaje que decía haber dejado el trabajo para poder cobrar el paro ha conseguido empobrecer con su discurso rabioso y demagógico a las generosas instituciones que le permiten su presencia y le pagan la nómina.
El momento más álgido del independentismo engendró el personaje más grotesco que se recuerda en la política parlamentaria: Gabriel Rufián. En menos de un año este personaje que decía haber dejado el trabajo para poder cobrar el paro ha conseguido empobrecer con su discurso rabioso y demagógico a las generosas instituciones que le permiten su presencia y le pagan la nómina.
La muerte del catalanismo por el independentismo ha significado también el fin de aquella Cataluña avanzada e ilustrada. La España mesetaria ya nada tiene que envidiar a esta horda de chalados. ¿Quién, desde España, puede sentirse acomplejado ante un Rufián o un Tardà, a pesar de las constantes lecciones de superioridad moral que pretenden dar?
Desde mi patria sentimental veo profusión de mensajes en las redes sociales celebrando el discurso de Rufián y “lo claro que habla”. Ejemplos similares hay que buscarlos en la Italia berlusconiana o en este Estados Unidos, en horas bajas, en el que ser sincero, mal educado y “hablar claro” son los principales atributos que los electores otorgan a Donald Trump. Cada pueblo con sus idiosincrasias y sus populismos a la derecha o la izquierda.
Rufián es un espécimen que solo apela a las emociones más básicas de las personas, con un discurso destructivo que intoxica al sistema casi tanto como la corrupción. Como decían en Francia durante la segunda vuelta entre Chirac y Le Pen: mejor un corrupto que un fascista. Así que ¡Viva España, viva el Rey, y viva Mariano Rajoy Brey!