Judíos españoles
«Honor y reconocimiento a una comunidad viva y abierta. Ciudadanos españoles, liberales, progresistas o conservadores dialogantes que viven tristes momentos»
«A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por un pueblo, / pero jamás ha de morir todo un pueblo / por un hombre solo: / recuerda siempre esto, Sepharad. / Haz que sean seguros los puentes / del diálogo / y trata de comprender y de estimar / las diversas razones y hablas de tus hijos. / Que la lluvia caiga poco a poco en los /sembrados / y el aire pase como una mano extendida, / suave y muy benigna sobre los anchos / campos. / Que Sepharad viva eternamente / en el orden y en la paz, en el trabajo / en la difícil y merecida / libertad» (Salvador Espríu, en traducción de José Agustín Goytisolo).
Este poema de La pell de brau, la piel de toro, de Espriú fue usado de himno antifranquista cuando entonces. Años después, una parte de esa «piel» siguió intentando secuestrar su sentido. Lo hacían para expulsar puentes de diálogo y convivencia. Con el poema quisieron hacer bandera del proceso separatista precisamente aquellos que no querían traer ni orden, ni paz, ni trabajo, ni libertad. Aquellos que querían trocear la vieja, noble, abierta, plural y democrática piel de toro. No lo consiguieron. Y algunos pagaron por su intentona golpista. Otros se escondieron, huyeron, se escaparon de Sepharad. Vinieron nuevos mandatarios que actuaron, sin el consenso debido, con imprudente clemencia y con tolerancia populista. La conversión era fingida y la realidad siguió negando la eficacia de esas buenas intenciones de la mano extendida. Simularon suavidad, diálogo y constitución, consiguieron grandes réditos por un puñado de votos.
Una nueva inquisición quiso expulsarnos a los que fuimos razonables apóstatas. Desde sus púlpitos hablan de fango, manejan a crédulos, mantienen a farsantes, activan murmuraciones desde los poderes y pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino. Confieso que no comulgo desde mi primera caída del caballo, abandoné su iglesia y me hice ateo, gracias a Dios.
Hace décadas visité la Palestina histórica, recorrí y habité en santos lugares de una religión que ya no era la mía. Recorrí la tierra de las leyendas, me emocionaron lugares de una historia y una fe que no tenía. Conviví con fanáticos con guedejas, supe de terroristas con kufiya y seguí con mis despeinados pensamientos. No podría vivir en Palestina, pero estuve cómodo y libre en Israel. Quiero dos Estados pero me siento más cerca de la cultura de mis antepasados de sepharad. No soy un moro judío viviendo entre los cristianos sino que me siento más afín de los hijos de aquella diáspora, esa inmensa tribu de perseguidos que cambiaron el mundo desde la cultura, el pensamiento, la empresa y el humor.
No estoy con los que invaden y arrasan Gaza. Estoy con los que, como el azañista Shlomo Ben Ami estuvieron, están, en crear una posible convivencia de dos pueblos en una pequeña e histórica trágica tierra. Llevo en mis venas gotas de aquellos judíos de las cercanías burgalesas de las Encartaciones. Y me siento descendiente de aquel rabino intrépido defensor de su raza que creció siendo el estudioso Solomoh Ha Levi y terminó convertido en Pablo de Santa María. Un ultra de la peor calaña católica intransigente. Desprecio su fanatismo inquisitorial, la cruel persecución de los suyos y tengo la convicción que me hubiera condenado a la hoguera, pero el hecho de proceder de aquellos judíos que traicionaron a Sepharad aumenta mi interés y no me impide estimar a ese pueblo tantas veces expulsado y malquerido. Mientras mis tías rezaban el rosario yo miraba las viejas postales de Jerusalén que el abuelo Isaac tenía escondidas entre sus cuadernos de caligrafía.
No llegaré a hacerme judío como mi admirado Jon Juaristi pero sigo su bucle melancólico, su arte de marear y su saber hacer una larga cambiada que va desde el carlismo al judaísmo. Hace unos días, en una comida con Fernando Savater y otros ciudadanos libres que han sabido cambiar para seguir siendo libres, nos enseñaba Juaristi el bastón carlista de su abuelo. Una memoria familiar que no le impedía razonar sobre los beneficios de estar cerca de la cultura contra la que lucharon sus ancestros. Un converso al revés.
«Asistí a la presentación de la obra definitiva sobre la contemporánea historia de este pueblo en España de Jacobo Israel Garzón»
Tuve una semana judía. La terminé en Agullana, una de las fronteras españolas con Francia que conoció salida de republicanos, judíos, ateos, católicos y otros, llena de emociones y recuerdos. Hablamos del judío León Trostky y de su asesino Mercader, con la nieta de Pasionaria, Lola Sergueyeva, y otros guardadores de las memorias de aquella guerra.
Días antes asistí a la presentación, en casa Sefarad, de la obra definitiva sobre la contemporánea historia de este pueblo en España de Jacobo Israel Garzón. Muchos años ahora tenemos en nuestras manos los tres tomos de la Historia de los judíos en la España contemporánea. Ya se había estudiado en profundidad la vida judía hasta la expulsión y en la diáspora, no podemos olvidar los trabajos de Julio Caro Baroja. Pero Garzón sabía que faltaba el relato contemporáneo. Había que contar y documentar mejor lo que ocurrió desde la desamortización de Mendizábal, desde que nuestros gobernantes como María Cristina de Borbón, Isabel II o Espartero. Desde el Bienio Progresista, las derrotas carlistas, la guerra hispano-marroquí, la Gloriosa, Amadeo de Saboya, la Primera República o la restauración borbónica, que son algunos de los momentos de nuestra historia que por diferentes razones permiten el regreso o la llegada de comunidades judías.
Judíos que habían progresado en el comercio, en la banca, en la industria vieron que esa modernización de España era un buen lugar para los negocios y la vida. Todo empezó cuando los banqueros Rothschild decidieron instalarse entre nosotros. Enviado por los Rothschild llegó Daniel Weisweiler y así se instaló la primera familia judía de la época contemporánea. Poco después llega la ayuda de Salomón Bauer y aquí permaneció con su familia y descendientes. Y comienza un lento e imparable goteo de familias judías que contribuyen al desarrollo de las minas, los ferrocarriles, las navieras, la banca y la industria. Desde Melilla y Ceuta, Cádiz, Sevilla, Barcelona y Madrid se van formando las pequeñas pero activas y poderosas comunidades judías que ya no tienen que ocultar su procedencia ni su fe.
La normalización de sus ritos, sus costumbres, sus fiestas y su cultura no es un camino fácil y conoce numerosos avatares. En esta historia de Israel Garzón, ya de necesaria consulta para los que se interesen por la presencia de judíos en España, encontramos los trabajos y las vidas de una comunidad que convive en paz y que contribuyó a que fuéramos un país más moderno, de más progreso y más libertades.
«Su participación en nuestra vida y comercio, fue sorprendente. Desde los Almacenes Sepu a la editorial Aguilar»
Desde el final del siglo XIX hasta nuestros días van incorporándose a nuestra vida un creciente número de judíos de muchas procedencias. Vienen de la huida de los progromos, de la pobreza, la persecución o de la inestabilidad. Aquí encuentran otra vida profesionales, comerciantes, artistas e intelectuales. El listado de sus empresas es apabullante. Su participación en nuestra vida y comercio, sorprendente. Desde los Almacenes Sepu- «Quién calcula compra en Sepu»- a la editorial Aguilar. De German Bleigberg a Marcos Barnatán. Recordar que Germán Bleigberg fue unos de aquellos poetas que en el año 59 estuvieron en Colliure en el homenaje a Machado. Le acompañaron, entre otros, Semprún, Blas de Otero, Valente, Caballero, los Goytisolo, Gil de Biedma o Barral. Allí se quisieron dar por abolidas las fronteras entre las dos Españas tal como expresó en su discurso el exembajador republicano en Londres, Pablo de Azcárate. Expresión poética de un deseo que todavía estamos por construir.
Nombres tan conocidos como Ernesto Koplowitz, destacado ingeniero y excelente relaciones públicas. Dice Garzón en su libro que a él se deben los primeros anuncios luminosos de la Puerta del Sol. Tuvo varios hijos, algunos extramatrimoniales y dos famosas hijas –Alicia y Esther– con la hija de los marqueses de Cárdenas en una boda que necesitó, como tantas otras mixtas, dispensa papal. Tuvo una temprana muerte por caída de un caballo y ya era el todo poderoso empresario fundador de Construcciones y Contratas. La lista de empresas y empresarios es tan soprendente como extensa.
Más cerca de nuestras pasiones, poco financieras, están los artistas, escritores, cineastas o músicos. Además de los imprescindibles tan queridos, leídos y recordados como Max Aub y Rafael Cansinos Assens, nos encontramos con la política y escritora Margarita Nelken y su hermana Magda, Roberto y José Kahn. André Revesz, Max Nordau o Marcelo Saporta, hermano del famoso Raimundo.
«La lista es muy larga y está llena de sorpresas. Felizmente ningún Netanyahu está en ella»
Los diseñadores y escritores Mariano Rawicz o Mauricio Amster. La galerista Juana Mordó. La pintora Sonia Delauny, el arquitecto Erwin Broner. Fotógrafos como Juan Gyenes, amigo de Korda y de Capa, por cuyo estudio de la Gran Vía pasaron todos los artistas, de Sara Montiel a Pepa Flores. Sin olvidar sus retratos de Dietrich, Chaplin, Picasso o el Franco que soportamos en los sellos de antaño. También judío de Budapest otro de los imprescindibles, Nicolás Muller, que llegó desde su feliz exilio en Tánger por la mediación de Fernando Vela. Además de las fotografías de la vida cotidiana en el norte de Marruecos, Muller, fotografió a la mayoría de los escritores de varias generaciones, de Baroja a Celaya, de Rosales a Aranguren. Manuel Gutiérrez Aragón se basó en la vida de este peculiar judío para su película Maravillas.
En nuestro cine destacaron Ladislao Vajda y León Klimovsky o el gran camarógrafo Enrique Guerner.
En las semblanzas de Jacobo Israel Garzón hay otras muchas curiosidades. La familia Polack, de los que proceden los Sánchez Polack, Fernando y Tip. También judíos fueron los padres del gran Alfredo Kraus. La lista es muy larga y está llena de sorpresas. Felizmente ningún Netanyahu está en ella. Honor y reconocimiento a una comunidad viva y abierta. Ciudadanos españoles, liberales, progresistas o conservadores dialogantes que viven tristes momentos.