THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

De Galicia y otras nostalgias

«Uno nunca se va de Galicia. Siempre nos acompañan sus nieblas, su inigualable paisaje y su insuperable feísmo»

El verso suelto
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De Galicia y otras nostalgias

Playa de Aldán | Concello de Cangas

«Non me roubaron, traidores,

¡ai! , uns amores toliños,

¡ai! , uns toliños amores.

Que os amores xa fuiron,

as soidades viñeron…

De pena me consumiron»

Rosalía de Castro

Adiós rías, adiós pulpos, mejillones, pocos percebes y alguna nécora. Adiós ribazos pequeños, caminos de bosques solitarios y playas desbordadas. Adiós amigos, jodechinchos en general y algunos de ocho apellidos gallegos en particular. Uno nunca se va de Galicia. Siempre nos acompañan sus nieblas, su inigualable paisaje y su insuperable feísmo. La belleza y el mal gusto siempre vendrán con nosotros, el diseño y el mercadillo, las fiestas y las orquestas, las lonjas, las tabernas y furanchos. Ese hablar suave y reír alto, esa forma de estar y ser, de callar o de protestar lírica y prosaicamente. Adiós cementerios y balnearios, aldeas perdidas y ciudades monumentales. Adiós meigas, naufragios, faros, bateas, humildes barcos de pesca y adiós también al yate de mi ría de Aldán. 

Adiós al solitario yate de un hombre discreto de orígenes humildes, al hombre más rico de España y parte del extranjero. Con Amancio Ortega tengo muchas cercanías y afinidades, somos vecinos de ría en verano y comemos los mismos -o parecidos- mejillones. Me gana por goleada en percebes y tiene la cuenta corriente más saneada, pero somos admiradores de los mismos paisajes, compartimos el pan de la zona y un amigo, no estoy seguro de que lo sigan siendo, José Luis Castro de Paz. En la ourensana casa de los Castro fueron servidores el joven matrimonio Amancio Ortega y Rosalía Mera. Cuando el joven Castro de Paz se buscaba la vida duramente con sus escritos, su antiguo chófer ya era multimillonario. Nunca he visto de cerca a Amancio pero nos llevamos bien. Él con sus negocios y yo con mis lecturas. Cuando paramos de nuestros afanes miramos a esta ría de Aldán un poco secreta hasta hace poco y ahora, como cada rincón de esta tierra, ocupada por paisanos y advenedizos. Ya no es posible comer las xoubas del chiringuito de Diego, ni existe hace tiempo aquel chiringuito dónde batían olas detrás de la lonja, ni ahora se puede encontrar mesa en su nuevo local si no es con espera y reserva de días. Esas son algunas de mis pequeñas diferencias con Amancio. También tengo mis ventajas. Yo puedo pasear por el Cruceiro más hermoso y mistérico de Galicia, el de Hío, y después tomar unas huevas en el Stop. O unas navajas en O Pereiro. Por lo demás, somos dos veraneantes en un lugar que tiene la mayor acumulación de medallas olímpicas en España. Que conserva un alojamiento modélico en su belleza y recuperación: La Casa de Aldán. Una maravilla siempre completa en esas fechas y que han llevado con discreción y elegancia Marisa y Juan desde hace décadas. Allí disfrutaron de enamorados el Príncipe Felipe y la periodista Letizia Ortíz en tiempos de chapapote. Ya nunca podrán saludar a su propietario, Juan Baqueiro, el hombre tranquilo, el armador que se hizo a sí mismo, que supo amar su tierra y su ría. Le echaremos de menos. También hemos tenido que dolernos por la ausencia en nuestros días gallegos de otra muy querida, cercana e inolvidable amiga, Ana Unzueta. Pensando en sus paseos, en su vitalidad e inteligencia, en su capacidad para disfrutar hemos brindado por su recuerdo, por su amor a estas rías, estos mares, estos caminos. 

Por este lugar del mundo, el Morrazo, han pasado muchas personas que admiramos, queremos y recordamos en su ausencia. Las tortillas compartidas con Ventura Pérez Mariño. Los mariscos que traía a su casa el doctor José Luis Barros Malvar -tardará mucho en nacer, si es que nace, un gallego como él- el gran amigo de Buñuel y de Cela, de Gades y Pepa Flores, de Caballero Bonald o de Camilo José de Cela. A todos los trajo por estas rías cercanas al Cabo de Udra, uno de los mas hermosos paisajes con sus piedras forjadas por millones de años, de lluvias y de vientos atlánticos. Allí también venía quien terminó siendo responsable de que adoptáramos esos parajes, Miguel Muñiz, el economista que tantas cosas fue e hizo que Javier Solana pasara muchos veranos en su cercanía; con otro socialista, Alfredo Tejero, hemos compartido felicidades, comidas, paseos, acuerdos y desacuerdos. También nos falta desde hace unos veranos, unos inviernos. 

Cerca, en la playa de Beluso, de vez en cuando come y calla, habla bajo y piensa en compañía de amigos Alberto Nuñez Feijóo. Muchos secretos de estado galaico y nacional se han resuelto, o complicado, en La Centoleira, centenario restaurante de Beluso que sigue dándonos alegrías, mariscos y arroces. Y que sigue petado desde que ampliaron el puerto, ahora parece un paseo de los de la otra orilla, los madrileños de Sanxenxo. Nada es perfecto. Ese puerto, que tardó en inaugurarse unas horas porque un político caciquil a la gallega dijo que esperaba a un invitado especial. Mi amigo Jaime Valcárcel y yo esperábamos, por lo menos, a Fraga -Franco estaba bien muerto hace décadas- y como no llegaba nadie, nos sentíamos extras de ‘Bienvenido Mister Marshall’. Cuando al fin apareció el coche esperado, ya pudo sonar la música e inaugurarse el puerto. Del coche bajaron una joven negra muy guapa y su más que madura pareja, el doctor Julio Iglesias Puga, simpático y gallego. El político, antes de cortar la cinta de inauguración, se fijó en que casi todos los amarres estaban vacíos y acuñó esta gloriosa frase: «Un puerto sin barcos es como una mujer sin tetas». El político se llamaba José Cuiña. Otros tiempos, espero.

Era la celebración anual del cumpleaños de Jaime Valcárcel en su casa, antaño fábrica de salazón, y, como cada año, los amigos nos dedicábamos a recordar las pasiones de Cunqueiro y Castroviejo. Si aparecía Sancho Gracia teníamos asegurada la felicidad y la incitación al baile con aquel maestro en el tango y la canción sentimental. Corazón maravilloso, pulmón dañado y vitalidad a prueba de bombas. Fui incitador de aquellas incorporaciones del amigo y actor a aquella pandilla. Hoy dejo Galicia y hago parada en el Balneario de Mondáriz. Allí me asalta la pena, la impotencia y la incomprensión de lo que pasó con aquel niño rubio que nos presentó tan feliz y orgulloso. Ese muchacho, hijo de su querido Rodolfo que ya empezaba a ser un actor reconocido, es el mismo Daniel del que hoy confirman una condena a cadena perpetua. Me alegra que Sancho ya no se encuentre entre nosotros para no ver a su hermoso nieto, que correteaba por la casa materna de Tías, al lado del Balneario donde fue camarero el padre de Sancho, convicto y confeso de asesinato. La madre de Sancho llegó a centenaria y conoció a su biznieto tan guapo y juguetón. Qué extraño y terrible tener ese padre, ese abuelo, esa bisabuela y terminar en una prisión de Tailandia. Lo siento, me duele y me devuelve el recuerdo de Sancho en uno de sus grandes papeles, el de Jarabo, aquel joven de la alta sociedad madrileña que terminó ajusticiado con garrote vil por sus crímenes.

Sancho, que se llamaba Félix, fue un hombre emisor de alegrías. Había nacido en la guerra civil, su familia se exilió a Uruguay y el joven Félix, Sancho Gracia, comenzó su carrera a las órdenes de Margarita Xirgu. Y con el tiempo fue uno de nuestros más queridos y conocidos actores, nuestro Curro Jiménez, nuestro Jarabo y también aquel capaz de pasar de las tablas con la Xirgu a la cama en compañía de Raquel Welch. Querido amigo, te recuerdo en Galicia y en las noches madrileñas con tu alegría y buena cabeza, tan cercano a Adolfo Suárez y a otros de izquierdas, derechas o extremo centro como él. Y me alegra que no estés y no tenga que darte el abrazo que daría a tu hijo Rodolfo. Hoy te recuerdo en la casa de la madre cuando te avisaba de que era nuestro tercer aguardiente. Félix, no bebas más, cuídate y sigue con tu manera de saber disfrutar y hacer disfrutar. Que la pena no te consuma, que no nos roben aquella alegría. 

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