Inundados, enfangados y cabreados
«Un jefe de Estado que fue capaz de estar y entender no es comparable con quien salió por piernas porque no tiene credibilidad. Nos alegramos que pudiera huir»
«Quiero llorar porque me da la gana,
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado».
Federico García Lorca.
Yo también lloré la semana pasada, como aquel niño que fui. El que se emocionaba con las voces que contaban las desgracias, las inundaciones, la muerte de las riadas. Yo lloraba cuando escuchaba contar aquellas desgracias ajenas. Después reía y aplaudía cuando mi madre me contaba que la gente ayudaba, que eran buenos y caritativos. Seguramente los que todo lo perdieron lloraban y apenas protestaban. No se podía.
Lloré con la reina Letizia, con los cabreados y desamparados, con los que todo lo había perdido. Y sonreí cuando vi al rey Felipe aguantar barro y quejas. No todo era fuga, no todo era malos políticos, peleas de partidos y defensa de su inacción, de su incompetencia. Prefiero a los que lloran y miran a los que huyen y mienten. Entiendo el llanto y el cabreo. No la huida y la manipulación. Y me dieron ganas de ser de la multitud que resiste y no orina, ni vomita. Aunque dan ganas de mear y vomitar, con perdón, sin perdón.
Los ríos, arroyos y caces se desbordaban en mi memoria infantil y adolescente. Las inundaciones y las riadas formaban parte de nuestra memoria trágica. Nada recuerdo de la trágica inundación del Turia que terminó transformando la ciudad de Valencia. Aquel río que nos llevaba se convirtió en un jardín que divide y une la ciudad. Donde hubo muertes y desgracias se consiguió un paseo urbano.
Una de las muchas historias, fantásticas o reales, que cuenta Manuel Vicent tiene que ver con aquellas inundaciones que vivió en su Valencia de universitario. La familia Roig, hace tiempo representa uno de nuestros imperios en la distribución alimentaria, estaba en el recuerdo del escritor. Desde la posguerra se dedicaron al negocio cárnico aunque pasado el tiempo se supieron diversificar y triunfar. El padre y creador de Mercadona, Francisco Roig Ballester, había nacido en una pedanía valenciana de origen humilde, pronto tuvo fama de emprendedor pero nunca olvidó sus orígenes de carnicero.
Decía Vicent que en el crecimiento del negocio estuvo ligado a las famosas y trágicas riadas del 1957. El Turia arrasó aquellas huertas, aquellos campos donde pastaba el ganado. Muchos animales fueron arrastrados por el desbordado cauce y parece que el empresario cárnico se hizo con una gran partida de aquél ganado, muertos o vivos, que el rio trasladó de sus lugares de pastar. «Era la gran reunión de los animales muertos». Nunca he sabido si fue verdad, leyenda urbana, exageración del novelista o realidad de aquellos años de carencias y supervivencias. Pero esa narración de los animales navegando a su pesar por un río incontrolado nunca se me olvidó. Ahora la he vuelto a recordar y he vuelto a preguntarme por los daños que hayan podido sufrir estos animales que nos alimentan.
«Seríamos pobres, pero aquellos programas de Oliveras, nos hicieron creer que podíamos ser formidables»
Más recuerdos infantiles de inundaciones han regresado a mi memoria estos días desgraciados, enfangados, cabreados y solidarios. Conocí y admiré al periodista Alberto Oliveras que desde París y para la Cadena SER llenó muchas noches en aquel programa que comenzaba con la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonin Dvorak, que ya siempre estará asociada a momentos épicos, solidarios- que entonces llamábamos caritativos- y también a la fuerza de un país unido en las desgracias.
Seríamos pobres, pero aquellos programas de Oliveras, nos hicieron creer que podíamos ser formidables. Resultaban emocionantes aquellas narraciones llenas de épica, aquellas retransmisiones desde las catástrofes conseguían sacar lo mejor de una sociedad demasiado sometida y silenciosa. La radio nos ayudó a divertirnos, a gustar del teatro hablado, acercarnos las músicas que venían de otros mundos y a sentirnos como un pueblo que se unía en los peores momentos. Para la información edulcorada, manipulada y controlada ya teníamos el Parte. Aquellos partes de la interminable posguerra de una guerra que hizo callar a nuestros padres. Conocer la verdad pasó por superar partes y Nodos.
De la mayor catástrofe, contemporánea, en vidas por una riada- todavía no las llamábamos DANA– tengo una narración de primera mano de mi querida y añorada Concha García Campoy. Fue en septiembre de 1962 en la comarca catalana del Vallés. Un millar de muertos en las inundaciones del Besós y el Llobregat. La familia emigrante de Concha procedía de una hermosa tierra llena de carencias y doblegados, de la provincia de Jaén. Eran una más de aquella gente pobre que tuvo que dejar su tierra y cambiar su vida en la próspera y protegida Cataluña. Vivían en casas humildes entre charnegos, eran desterrados aunque alegres y querían que sus hijos vivieran con menos necesidades.
El padre de Concha tenía una tienda de chucherías que no llegaba a ser de ultramarinos. Se defendían con muchos esfuerzos pero la familia crecía sin hambre ni necesidades. Hasta que llegó la riada que se llevó lo poco que poseían. Concha, una niña viva y lista, contaba aquella tragedia como una aventura. Pasaron horas en tejados de barracones, después de haberse sujetado a unos árboles y nunca olvidó aquellas historias de muertes de vecinos arrastrados, de familias arrasadas con sus humildes enseres. La niña Concha escuchó muchas veces las narraciones de sus desgracias pero lo contaba como una pequeña épica del pasado. Tampoco olvidó a aquellos desconocidos solidarios que acudieron por la llamada de la radio, de los periódicos, que hicieron posible la llegada de enseres y salvadores alimentos.
«Paiporta es Fuenteovejuna y no se conforma con la narración oficial»
El más destacado de aquellos periodistas que hicieron posible la ayuda de gentes de todos los lados fue Joaquín Soler Serrano. Con el tiempo se conocieron, se estimaron y supieron reflexionar sobre la superación de tiempos duros en un país que se sentía unido y orgulloso. Un país en el que apenas se podía contar la verdad pero no era posible tapar la desgracia. El país fue creciendo, prosperando, como la familia García Campoy que conoció otra emigración a la España del turismo y el desarrollo económico. Aquellos padres, casi analfabetos, de la provincia de Jaén fueron capaces de crecer y prosperar entre el primer hipismo de la isla de Ibiza. Un bar, el turismo joven inglés y muchas horas entregadas, hicieron que en aquella familia se licenciaran los hijos. Los padres conocieron el triunfo profesional de la niña que se salvó de la riada. Otros tiempos, distintos fangos.
Entonces crecimos con un falso relato que tuvimos que desaprender. Ahora también tenemos que desaprender o revisar el relato de los manipuladores, los woke y sus cómplices, que siguen intentando tergiversar la verdad. Como nos recordó el machadiano Juan de Mairena: «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Hay muchos seguidores del rey de los micenos que nos mienten desde el control de sus redes. También somos legión los porqueros a los que no nos convencen. No solo en las guerras se manipula a la verdad, hay muchos que pretenden seguir maquillando la realidad desde sus poderes y sus amenazas. Los pueblos se cabrean y gritan, Paiporta es Fuenteovejuna y no se conforma con la narración oficial.
La rebelión de las masas valencianas no ha sido un movimiento orquestado por tres extremistas, de ultra derecha, por supuesto. Son parte de este pueblo solidario que sabe responder y también debe saber reclamar. Ni el Estado ni el gobierno son los administradores de la caridad. Un gobernante que no es capaz de escuchar las quejas, de diferenciar las voces de los ecos, no merece nuestro crédito. Un jefe de Estado que fue capaz de estar y entender, no es comparable con quien tuvo que salir por piernas, coche o helicóptero porque no tiene credibilidad. Nos alegramos que pudiera huir.
No creemos en ninguna violencia popular ni populista. Ni en los motines ni en los linchamientos. Le queremos entero y sincero y capaz de hablar con sus conciudadanos. Pero se gana permaneciendo de pie, escuchando y resolviendo. Sin chantajes ni usos torticeros del poder. Le llegó el fango y no se puede esconder. Mejor limpiar, aclarar y dejar hablar a los ciudadanos.