«Esta pandemia nos ha sumido en la incertidumbre constante al hacer temblar casi todo lo que creíamos sólido»
El documental El caso Alcàsser que acaba de estrenar Netflix –dirigido por Elías León– ha comenzado a generar comentarios desde primera hora. No tanto en relación al crimen que acabó con la vida de las tres niñas de dicha localidad valenciana como por el retrato de una época. España había consolidado su democracia y salía al mundo de nuevo con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla. «1992, el año de España», presumía un Felipe González al que los casos de corrupción ya marcaban un declive que aún se demoraría otra legislatura. Eran los años de la llegada de las cadenas privadas y del auge de la telebasura, un fenómeno que tuvo en los sucesos de Alcàsser de noviembre de 1992 una presa fácil para explotar los peores instintos y hacer caja. El retrato del documental es, por eso, demoledor. La cara B de aquel tiempo mágico para España.
En la isla caribeña de Trinidad hay una ciudad que se llama Maracas. Otra que se llama Matelot. Otra que se llama Valencia. Otra que se llama Brighton. Otra que se llama Toco. Otra que se llama Chaguanas. En esta última ciudad –que era más bien un pueblo que se hacía llamar ciudad- nació V. […]
Los taxistas han parado Madrid y Barcelona en protesta contra el incumplimiento de las cifras de licencias de VTC. La normativa dice que debe haber una proporción de una VTC por cada 30 taxis, pero las cifras dicen que estamos en una VTC por cada siete.
Berlanga hacía cine futurista. El comité de bienvenida en el puerto de Valencia a esos pobres desgraciados, en el que no habría desentonado una paella para 600, asemejaba un Mr. Marshall coloreado, remasterizado y, ay, pixelado, un remedo levantino de Villar del Río donde el decreto de algarabía tendiera a confundir a redentores y redimidos en una misma e improbable falla estival.
Lo había leído en los titulares ayer a primera hora de la mañana. Las tropecientas notificaciones que uno tiene activadas y que no conceden tregua dominical me propinaron un despertar nutrido de actualidad: los titulares confirmaban que el primero de los tres barcos en que habían sido repartidas las personas que viajaban en el Aquarius había llegado a Valencia. Aún adormilada, también leí en una de esas alertas que Joaquín Sabina se había quedado sin voz en un concierto en Madrid. Me entristeció. No sabría decir siquiera el título de dos canciones del último trabajo del cantautor, pero son tantas las letras que me acompañaron durante la adolescencia que aquella noticia me supo casi a despedida.
En Valencia, con los gobiernos del PP, no se pararon en barras y la corrupción fue la norma. Se lo llevaron hasta con la visita del Papa de Roma. El juzgado de Valencia que investiga las irregularidades en los contratos con la fundación que organizó la visita a valencia del papa Benedicto XVI, en el año 2006, con la tardanza habitual, esta vez doce años después de suceder los hechos, ha citado para declarar como investigados, lo que antes era imputar, al ex presidente Francisco Camps y al obispo auxiliar de Valencia, Esteban Escudero, por los presuntos delitos de prevaricación, malversación y falsedad.
A lo largo del día de ayer supiste que un enfermero alemán llamado Niels Högels ha asesinado a más de cien pacientes en el hospital en el que trabajaba hasta ser descubierto. Su modo operativo era el siguiente: inyectaba un cóctel tóxico en el cuerpo del paciente para provocarle un paro cardíaco y luego, cuando estaba al borde de la muerte, se esforzaba ostentosamente en reanimarle, para así demostrar ante sus colegas su excelencia profesional. A la segunda o tercera exposición al procedimiento, el enfermo, ya muy débil, solía fallecer. Niels hacía ese teatro en parte para ganarse una buena reputación como enfermero pero sobre todo para distraerse, porque se aburría mucho.
Quieren tener la nacionalidad catalana y española, pero los españoles no pueden tener la nacionalidad española y catalana. Así es como los indepes van trazando el camino absurdo de la Ley del embudo: lo ancho para ellos, lo estrecho para uno.