THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Roland Dumas, Picasso y el 'Guernica'

«En el libro del exministro francés ‘El último Picasso’ asistimos a una historia de amistad, de negocios y confesiones, de intereses creados e intereses comunes»

El verso suelto
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Roland Dumas, Picasso y el ‘Guernica’

El 'Guernica'.

«Finis terre,  la soledad del abismo.

Aún más allá

Aún tengo que huir de mí mismo»

Juan Larrea

Juan Larrea

En el centro histórico de Madrid, al lado de la Plaza de Tirso de Molina, unos azulejos recrean una partida de cartas entre Picasso y Pepe Isbert. Eran vecinos de escalera, bajitos, listos, jóvenes y se estaban buscando la vida. Picasso, cinco años mayor, no era buen estudiante de la Academia de San Fernando, hacía novillos, bajaba al Museo del Prado y allí pasaba horas entre sus pinturas. Isbert, adolescente huérfano, amante de los cómicos, del baile y del teatro, se colaba en los cafés cantantes de la zona. Picasso hacía dibujos en esos cafés, retrató la bohemia de una ciudad llena de vida con olor a cocido y aguardiente, divertida y viviendo la decadencia entre tertulias.

Fueron dos genios españoles capaces de haberse entendido. Isbert feo, católico y sentimental. Picasso ni feo ni católico ni sentimental. Dos formas de españolidad. Picasso no volvió a Madrid. Sus obras tuvieron que esperar tiempos democráticos. Isbert nunca vio el Guernica ni un Picasso en Madrid. Picasso tampoco. Acaba de publicarse un libro sobre el último Picasso. El pintor que soñó al Guernica en ese Museo del que fue nombrado director en tiempos de guerra y al que nunca quiso regresar en tiempos de Franco. El libro de Roland Dumas, en conversación con Thierry Savatier es, entre otras cosas, la apasionante historia del viaje madrileño del cuadro más representativo y universal de la historia española a secas que ya estamos de bandos, en definitiva nada más que subterfugios, hasta los webs que diría un modernete entre comillas.

En El último Picasso asistimos a una historia de amistad y complicidad, de negocios y confesiones, de intereses creados e intereses comunes. Se trata de una apasionante conversación sobre los líos e interioridades del más famoso y controvertido genio de la pintura española. Asistimos al testimonio de primera mano del genio capaz de aunar lo popular y lo exquisito. Comunista de carnet, sospechoso para los comunistas, despreciado por las feministas y malquerido por los bien pensantes.

No es de extrañar que Picasso y Roland Dumas, dos singulares, se entendieran. Les unía el gusto por la vida, lo erótico y festivo; amantes de las muchachas en flor, del dinero y la libertad para elegir la mejor hora para tomar champán y ostras. Eso también une mucho. Como las lecturas de Alejandro Dumas, otro epicúreo del que ambos eran lectores. No en vano porque la historia del Guernica es una pura aventura dumasiana donde a la intriga se suma la dura y brutal expresión de una época, de un dolor y una guerra, de nuestra historia y la de Europa, nada menos. 

El cuadro más visitado, conocido y representado del arte contemporáneo nació de un encargo al pintor, ya entonces famoso y rico, de la República española encarnada en el escritor Max Aub, consejero cultural en la Embajada de París. Se expuso en el pabellón español diseñado por José Luis Sert. El lienzo ocupaba toda la pared de la entrada. El joven Dumas lo visitó en compañía de su padre -pequeño funcionario socialista fusilado después por pertenecer a la Resistencia- y la impresión de aquella enorme obra no le dejó indiferente.

«No gustó demasiado a los comunistas, tenía poco de estalinista y mucho de putrefacto para los fascistas»

Había conocido por la prensa el bombardeo de la ciudad de Guernica pero aquello era algo más. Su amigo Michel Leiris escribió algo que recuerda Dumas: «Así como se nos aparece la tragedia antigua, Picasso nos envía una carta de luto: todo lo que amamos morirá». Consiguió emocionar y conmocionar, alertar de los desastres de la guerra; gritar, como Goya, por los que mueren y sufren, aunque quizás le importaran un pimiento y esto es lo mejor del arte, espejismos que los espectadores convertimos en verdad. Picasso pintó el Guernica y las generaciones pasadas, presentes y futuras lo inmortalizan y renuevan. 

Picasso, republicano de corazón, burgués de vida, comunista de disimulo, rico por su arte y español extraterrado, cobró 150.000 francos de la época por ese cuadro de valor incalculable. El precio era elevado en las cifras en las que entonces se movía la obra de Picasso. No se discutió ni rebajó el precio. En cinco semanas estaría terminado y, desde el mes de julio del 37, exhibido. No gustó demasiado a los comunistas, no era del estilo del realismo socialista, tenía poco de estalinista y mucho de putrefacto para los fascistas. Recuerda Dumas que el poeta Juan Larrea, amigo de Picasso y colaborador cultural en Francia, dejó dicho que los republicanos españoles consideraron al lienzo «antisocial, ridículo e inadecuado para la mentalidad sana del proletariado». ¡Así de moderna estaba la República en tiempos de guerra!

El cuadro viajó al Reino Unido y luego, en mayo del 39, al MoMa de Nueva York. Fue pieza estrella hasta que, tras muchas intrigas y maniobras, viajó a Madrid, según deseo y donación del pintor. Ya había muerto el dictador y también Picasso. Por suerte, bien vivaz y peleón estaba el delfín de Picasso, Dumas, también delfín eterno y rey de ratas del mitterrandismo, para que el cuadro estuviera en la capital de una España democrática. Ay, además estaba escrito que debía ser republicana. Y éramos una joven monarquía parlamentaria.

Ahí entraban en juego las artes de Dumas, su ley al amigo, su capacidad para torear en cualquier ruedo judicial, además del ruedo ibérico…y otros intereses sentimentales, históricos, puristas, familiares junto a individuos dedicados a la pelea por el botín del cuadro más importante del mercado. Es la economía, idiota. Y de nuevo supo moverse el esteta de ética a medida que fue y será Roland Dumas, un maestro en lo suyo: vivir y medrar con una sonrisa peligrosa, su propia moral y el privilegio de entregar su lealtad a quien eligieran su corazón doble y su cerebro de áspid. En este singular libro se cuentan algunas hazañas no bélicas y sí de diplomacia en lucha.

«El propio Franco encomendó a Carrero Blanco que intentara la recuperación del cuadro»

Todos querían el cuadro. Incluso en vida de Picasso el propio Franco encomendó a Carrero Blanco que intentara su recuperación. El almirante escribió a Pérez Embid, director general de Bellas Artes, que reclamara la obra por ser «propiedad del Estado español». Y Picasso dejó claro que el cuadro algún día volvería… a la República española. Si no fuera por los talentos de Dumas, todavía estaríamos aguardando al Guernica como quien espera llegar al poder mediante el asalto a los cielos.

Roland Dumas, compadre y ministro de Exteriores con Mitterand a quien ayudó a maquillar sus veleidades colaboracionistas, era un peculiar socialista, a camino entre Rocambole y un Rastignac, es decir, entre escalador social con estilo y ladrón honrado, ducho en el arte de seducir a unos y otras, de hacerse rico sin quitarse la máscara de chico del Limosín deslumbrado solo a medias por la sangre azul y el poder, instinto para hallar adecuadas compañeras de cama, cultivar los ritos del lujo, ser culto sin dejar de ser jovial y muy capaz de manejar la disciplina del toreo de salón, además de cantar -antes de la abogacía y la política fue aspirante a tenor de ópera- sin exponerse a cuernos y capaz de hacerse amigo de cada cornudo fruto de su conocida fama de hombre fácil de cartera bien cerrada, nadie como él para dejarse invitar a cenas millonarias y estatuillas etruscas. Un amante de España y de la caza mayor sin disparar.

En plena Transición y seducción de Suárez, González y Juan Carlos, convencida la familia picassiana, retirado José Mario Armero y templados otros deseantes de la obra, se consiguió firmar el regreso. Dumas tenía la convicción de que España era algo parecido a una república monárquica. Todo parecía atado. Y llegó Tejero y mandó parar. Dumas no se podía fiar de que un Tejero o «sub Tejero prendiera fuego al lienzo con una cerrilla». Otra vez reservas. Llegada aplazada de nuevo.

Hasta que el elemento humano intervino de forma eficaz y rápida. Juan Carlos y Dumas se encontraron en audiencia muchas veces en privado o entre el público de Roland Garros donde el abogado expresó dudas y temores sobre nuestra democracia. Juan Carlos le aseguró de que tenía las informaciones necesarias para controlar a ultras y nostálgicos del franquismo. «Si hubiera un intento de golpe de Estado me pondría mi uniforme, pues soy jefe de los tres ejércitos y les haría desfilar ante mi». Esto convenció a Dumas, un milagro. Siempre guardaba un as en la manga, la falta de efectivo durante la Segunda Guerra Mundial le había hecho desarrollar, según sus palabras, cierta «tendencia por las alcancías», llámese hucha o colchón.

«Ojalá lleguen sus memorias donde tiene el detalle de no ponerse en el papel de santo sino en el de Mefistófeles»

Este francés que acaba de ingresar en el olimpo de los vividores a los 102 años, que nunca dejó de visitar y querer a España, odiado por la izquierda y la derecha, temido por tontos en todos los idiomas y «filósofos de manos blancas que luego resultan ser mancos», pro ruso, pro árabe, agente del caos ordenado, ahora habitante del cementerio marino de Valéry, vio cumplido su sueño romántico de un libro suyo publicado en español, idioma que manejaba desde los cultismos al slang.

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Ojalá lleguen sus memorias donde tiene el detalle de no ponerse en el papel de santo sino en el de Mefistófeles. Y quizás lleve razón y el Diablo, en estos lerdos tiempos, sea el último humanista. Tampoco muchos abogados pueden haber tenido de clientes y amigos a Marguerite Duras, Lacan, Giacometti, Gadafi, Jean Genet y…. pobres de solemnidad. Como dijo uno que le envidiaba: «Fue el único que logró sus mil millones». Por algo tenía una cartera de clientes digna de la fundación Maeght este atípico bon vivant a quien apodaban Flamboyant por el resplandor que da estar bien comido, bebido y lo otro que me callo. Picasso no eligió mal.

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