Kafka y el bulevar de los sueños rotos
«El discurso de Francisco Perez de los Cobos ‘Kafka o la miseria del derecho’ es un notable ejercicio de conocimiento e interpretación de la obra y vida del escritor»
«El animal le quita el látigo al amo y se azota él mismo, para ser el amo,
y no sabe que eso es solo una fantasía, generada por un nudo nuevo en
el látigo del amo»
Franz Kafka
Kafka no se acaba nunca, como París. En Kafka estamos con nuestras soledades, nuestros miedos, nuestros temores y transformaciones. Somos nosotros y nuestras metamorfosis. El padre y contra el padre. Pudimos haber sido otros, pero la vida, sus miserias y alegrías nos hicieron tal cual somos. Kafka es parte nuestra desde que muy jóvenes nos acercamos a él y a su mundo. Fuimos a Praga para encontrarlo. El camino fue largo y accidentado. Soportamos una amenaza de detención por irregularidad en nuestros documentos en aquella Alemania del Este, mal llamada «Democrática» cuando era la comunista; nada entendíamos y entonces el amable brazo de nuestro Estado -todavía franquista- vino a salvarnos en forma de amable cónsul de Dresde. Continuamos camino a Praga con parada y cervezas en Pilsen, y también dos huevos duros, que sean tres. Para algo éramos marxistas, de la rama confusa entre el príncipe Kropopkin, lo libertario y con gotas del trotskismo versus surrealismo bretoniano, lo normal entre quienes leíamos a Kafka y Baroja.
La ciudad de Kafka era deslumbrante, solitaria y misteriosa en sus noches. Hermosa y aburrida de día. También, con las compañías adecuadas, ocultamente divertida en sus subterráneos de jazz y champán ruso, por supuesto. La vida era barata, el cambio ilegal de nuestros dólares nos hacía soñar con ser de la gauche caviar por unos días. Las chicas eran hermosas y poco depiladas. La cerveza de U Fleku daba la excusa de brindar por Jaroslav Hasek y Jan Neruda. O por nuestro Pablo Neruda, ese enorme poeta, buen vividor, buen bebedor, rojo por fuera, oscuro por dentro y muy querido estravagario nuestro y de tantos que hagan poda de su obra y sus máscaras de vida, de gran vida. ¡Cuantas historias de los comunistas de la élite! Neruda fue todo un ejemplo. Entre las sandalias de Miguel Hernández y los trajes mil rayas de Teodulfo Lagunero. Entre la épica y la réplica.
Volviendo a Praga, a no estar con Kundera que todavía no existía, me pregunto el porqué de no pensar entonces en una noche con Kafka, Brod y la pandilla. Por ser muy serios y abstemios. Pues no. Ni lo eran, ni lo fueron. Una cosa es ser escritor y otra funcionario, burócrata o sectario. Nunca fueron de esos. Por más que Franz se pasara media vida entre burocracias, leyes, escritos legales, seguros y funcionarios, nunca se sintió de ellos. Era de otro mundo. Del mundo de quienes tienen que contar, escribir, publicar. Se ganó la vida con escritos jurídicos para poder dedicar sus tardes y noches a escribir, a escribirnos a todos.
Nada de eso hubiera sido posible si su tío materno de Madrid, Alfred Loewy, don Alfredo Loewy y Porgés, alto directivo de ferrocarriles residente en la calle Mayor y enterrado católicamente en la Sacramental de Santa María, hubiera consentido que el sobrino, doctor en derecho y soñador con viajes en trenes, viniera a vivir a Madrid a principios del siglo XX. El joven Kafka madrileño nunca se habría convertido en ese escritor convencido de que «un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro». Nunca vio publicado ningún libro suyo. Y ahí está, siempre estará, al lado de Dante y Cervantes, de Shakespeare o Goethe. Como Auden decía: «Tengo que nombrar en primera instancia a Kafka… Es tan importante para nosotros porque sus problemas son los problemas del hombre de hoy».
Ahora que termina el año lo recuerdo, no por el centenario de la muerte, ni por las conversaciones con Jesús García Calero o Monika Zgustová con quienes hemos compartido historias de Kafka, sino porque el jurista Francisco Pérez de los Cobos, por intermediación del común amigo y contertulio Luis María Cazorla, nos puso en contacto kafkiano. No pude ir a la toma de posesión de nuevo miembro de la Real Academia de Doctores de España -de la que me avisó la querida y destacadísima jurista Encarna Roca Trías también de la corte civil y tertuliana de Miguel Ángel Aguilar– pero acabo de leer su extraordinario discurso Kafka o la miseria del derecho. Uno de los más lúcidos y agudos escritos kafkianos que nunca hubiera podido imaginar. Un error más a subsanar.
«El discurso de Pérez de los Cobos es la obra de un intelectual, uno más, de nuestro denostado y criticado mundo de la justicia»
El discurso, que tengo en forma de libro, es un ejercicio de estilo, conocimientos, documentación e interpretación de la obra y vida de Kafka verdaderamente notable y elucidador. Es la obra de un intelectual, uno más, de nuestro denostado, maltratado y criticado mundo de la justicia. Desde este insólito momento de nuestra vida política, con un poder controlador, manipulador, inestable, voluble y abierto a toda sorpresa, uno se siente reconfortado cuando conoce a nuestros más destacados responsables de la justicia, tantas veces puestos en la picota a causa de su independencia y administración.
Dice Pérez de los Cobos, rastreando la obra de Kafka y de los estudios que sobre ella se han publicado: «Kafka no escribió ningún ensayo jurídico imperecedero, si es que tal cosa existe, sí una obra narrativa que constituye una imperecedera reflexión sobre el Derecho de su tiempo y el nuestro». Este escritor, considerado por los nazis como un degenerado y subversivo por los comunistas, además de decadente, pesimista y burgués, es también uno de los más esenciales críticos de la modernidad jurídica.
Pérez de los Cobos, conocedor de Chesterton, experto en Azorín, lector de Canetti y admirador de Hannah Arendt, ha sido uno de los más criticados y admirados miembros de nuestra vida democrática desde el lado de la defensa contra las arbitrariedades, abusos e intentos de enfangar el mundo judicial. Debemos defendernos de los que quieren que los guardianes de la ley actúen como esos funcionarios kafkianos sometidos al control del poder y sus leyes. Tenemos que defendernos de los que quieren controlar, amilanar y sesgar nuestro pensamiento crítico. No podemos permitir que el derecho se separe de la justicia y caiga en manos del poder.
Recuerda Pérez de los Cobos esa significativa parábola de Kafka en El proceso para criticar el poder totalitario, el control de los jueces y de la justicia, algo que nos obliga a seguir estando alertas y vigilantes contra quienes pretenden instalar esos mundos de memoria totalitaria. Los que tenemos memoria democrática no permitiremos volver a esas amenazas. Decía el abogado de Praga: «La Ley, el Poder y sus custodios no pueden ser cuestionados, porque prevalecen, como criterio de autoridad, sobre la razón y la lógica jurídica. Frente a esa verdad no caben pruebas, ni las alegaciones, solo el acatamiento porque ellos no pueden ser juzgados. Ellos, y solo ellos, están por encima del individuo, y de la propia sociedad».
No lo permitiremos. Habrá juicios y jueces. Cuestionaremos al poder y a sus leguleyos. No queremos leyes que se impongan a la razón y la verdad. Ni poder que se imponga a las leyes democráticas y constitucionales. Aunque todo sea y deba ser mejorable, estaremos con la grandeza que reivindica el procesado K cuya lucha contra la injusticia es la del respeto y el ejercicio de los derechos humanos, decía Arendt. Los humanos lo merecemos, españoles incluidos.