THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Canciones para después de una guerra

«La canción ‘El emigrante,’, de Juanito Valderrama, con su nostalgia del exiliado y tierra añorada fue, y sigue siendo, una de esas músicas de nuestra infancia»

El verso suelto
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Canciones para después de una guerra

Llegada de inmigrantes españoles a la vendimia en Perpignan, en 1975. | Hervé Donnezan (Musée national de l’histoire de l’immigration)

«…En tu tierra y afuera de tu tierra

siempre traían fielmente

el encanto de España, en ellos no perdido,

aunque en tu tierra misma ni lo hallaras…»

Luis Cernuda 

Somos los que cantamos. Somos nuestros himnos. La música de misa de infancia y adolescencia. Los patrióticos himnos de la Falange. Somos los otros himnos internacionales de cuando quisimos tomar el cielo asaltando Bastillas, construyendo barricadas, agrupándonos todos en mentiras de antaño. Somos los que esperan huir de Casablanca cantando La Marsellesa. Somos zarzuela y Falla; copla, pop y rock. Somos Concha Piquer y Miguel de Molina. María Dolores Pradera y Sabina. Manuel Alejandro y Raphael. Los Bravos y Radio Futura. Serrat y Juanito Valderrama. Somos Mediterráneo y El Emigrante. Somos mucho más: Wagner y Dylan, Beatles y Rolling Stones, Brassens y Modugno, jazz y Bach.

Somos nuestras músicas. Las canciones para después de una guerra, una posguerra y una transición. Sería muy difícil definirnos por una música, por una canción, tendríamos que hacer una inmensa banda sonora donde nos acompañaran las canciones que nuestra madre nos cantó, las que llegaron por la radio o celebramos en grupo. Hoy me acerco a la historia de una canción y de un cantante. La canción es El Emigrante, el intérprete, Juanito Valderrama. Su historia es parte de la historia de España del siglo XX, de la guerra y la posguerra. 

El Emigrante es la primera canción que representa el espíritu de concordia y de superación del drama. La añoranza de patria lejana, el espíritu religioso popular, el surrealismo, lo naif, el sentimentalismo, el desgarro y el sentimiento patriótico. «La imagen de la Patria se agarra a nuestra alma», decía Fernando de los Ríos desde su exilio mexicano. «Adiós mi España querida / dentro de mi alma te llevo metida. / Aunque soy un emigrante, / jamás en la vida yo podré olvidarte», escribió Valderrama desde Tánger, justo después de haber visto como la imagen de «la patria» se había agarrado al alma y la emoción de los pobres emigrantes que habían huido de las hambrunas andaluzas.

De la misma manera que esa añoranza patriótica estaba agarrada a los exiliados que habían perdido la guerra. Aquellos republicanos, comunistas, socialistas o anarquistas, se emocionaron en el Teatro Cervantes de Tánger -otro «regalito» sin explicación ni sentido de nuestras autoridades al Gobierno de Marruecos- igual que lo hicieron los falangistas, franquistas o liberales que supieron convivir en esa «tierra extraña» que fue Tánger. Tan internacional, tan cosmopolita, tan española. La concordia y la superación de las diferencias era posible. Lo fue. 

Tánger, que había sido tomada por Franco después de la guerra, donde el general Beigbeder subvencionó el diario España para defender el régimen franquista. No lo consiguió. Desde el principio, ese diario, bajo la dirección del franquista -liberal y taurino- Gregorio Corrochano, permitió que en su redacción estuvieran representadas las varias «Españas». Y fue posible una redacción con Fernando Vela como responsable. Es decir, un antiguo secretario de Ortega y Gasset y verdadera alma de la Revista de Occidente, pasa a ser responsable de un periódico «nacional» desde Marruecos y con un equipo formado por falangistas, socialistas, masones, liberales, derechistas, católicos, sefarditas de ambos bandos, comunistas o anarquistas.

«Lograron una canción que resultó inaugural del espíritu de la todavía lejana Transición»

La España peregrina conviviendo con los ganadores. Por aquella redacción pasaron «rojos» como Haro Tecglen, católicos liberales como Manuel Cerezales -en compañía de Carmen Laforetderechistas como Alfredo Marqueríe, falangistas como Cantarero del Castillo, el inclasificable escritor Ángel Vázquez o el premoderno Emilio Sanz de Soto, amigo de los Bowles y la Beat Generation. 

Otra patria fue posible. Otra vida, otras músicas. A ese mundo tangerino llega el entonces artista emergente de la «canción española» Juanito Valderrama, junto al genial y renovador guitarrista Niño Ricardo. Unos acordes improvisados, unos versos primeros en una actuación en Ponferrada se completaron en aquel Tánger en cuyo teatro Cervantes actuaban unos días de 1949. Un mítico lugar donde habían actuado Caruso, Conchita Supervía, Lola Flores o Imperio Argentina con el teatro a rebosar de españoles de exilio y emigración. Estrenaron El emigrante y la emoción y nostalgia de la cercana y lejana España entre los asistentes hicieron de esa noche un hito en la historia sentimental de nuestra copla, de nuestra música popular. Lograron una canción que resultó inaugural del espíritu de la todavía lejana Transición. Mucho más significativa e importante que la convencional, aunque bien intencionada, Libertad sin ira. Treinta años antes el espíritu del «cantautor» ya había surgido en Juanito Valderrama.

En Tánger se encontró con un antiguo camarada de la CNT, compañero de guerra y derrota, que le había ayudado a salvarse. El joven Juanito Valderrama ya llevaba cantando flamenco unos años, había estado en un batallón anarquista en la guerra civil. Destinado a intendencia, nunca entró en combate, pero estaba señalado por haber estado en el perdedor ejército republicano. Su arte, su capacidad de disimulo y alguna amistad le salvaron de prisiones y exilios.

«Su éxito y fama fueron fenómeno de masas. Sus canciones las cantaron la tropa y los mandos, la aristocracia y los obreros»

Y Juanito, el joven jienense de Torredelcampo que había aprendido los cantes en las ferias y tabernas de los pueblos, se calzó sombrero cordobés y fue actuando en tiempos franquistas allí dónde pudiera. Su éxito y fama fueron fenómeno de masas. Sus canciones las cantaron la tropa y los mandos, la aristocracia y los obreros. Les llamaron para actuar en una de esas cacerías de escopeta nacional en una finca cercana a Madrid. Allí, después de las perdices, los mandatarios del régimen y el propio caudillo querían un poco de música. Le pidieron El emigrante -que él hubiera querido llamar «El exiliado»- y lo hizo con algún miedo precisamente por ese recuerdo y homenaje que la canción quería hacer a los españoles del exilio.

Corría el año cincuenta, todavía apenas había emigración al exterior y pensó que a Franco le podía molestar tal evocación. Todo lo contrario, le encantó, le pareció patriótica, le felicitaron calurosamente y el jefe de la Casa Civil de Franco, Fernando Fuentes de Villavicencio, le pidió cumplimentar al dictador. Este les alargó su mano floja, les alabó por patriotas y les pidió un bis. Entonces, tanto él como Niño Ricardo, dieron por superado el miedo al franquismo. Inauguraron, sin ser conscientes, las músicas para la transición. 

Su letra es insólita, única: «Tengo que hacer un rosario / con tus dientes de marfil, / para que pueda besarlo, / cuando esté lejos de ti». 

Pero no tan extravagante como parece.

En la posguerra los dientes de marfil u oro también fueron moneda de cambio. Uno de nuestros más interesantes pintores del siglo XX, Juan Díaz-Caneja, al salir de la cárcel de Ocaña, avanzados los 40, paseaba con su novia por la calle Bravo Murillo. Se paró, babeante como un Carpanta, delante de un pollo asado que exhibían desde los ventanales de un restaurante. No podían permitirse ese lujo. Poniendo una excusa, su novia se ausentó unas horas y se citaron para comer algo más barato en aquel barrio popular. En ese tiempo la novia se extrajo sus dientes de oro y los vendió. Después, dinero en mano, fue a buscar al impaciente Caneja y cumplieron el sueño de comer pollo asado. El pintor no se enteró de dónde había salido el dinero hasta pasados unos días. Su enamorada no quiso hacerle ningún rosario, vendió sus dientes para comer un lujoso pollo asado.

La canción El emigrante, con sus dientes de marfil, su nostalgia del exiliado, sus amores a vírgenes y tierra añorada fue, y sigue siendo, una de esas músicas de nuestra infancia, te llames Ana Belén o Serrat, Manolo García o Martirio, Miguel Poveda o Silvia Pérez Cruz. ¡Gracias, Juanito Valderrama!

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