The Objective
Javier Rioyo

Cuando los progres bebíamos en las tabernas

«A Sánchez le vendría bien leer a Saramago. Empezando por su ‘Ensayo sobre la ceguera’, una historia ética para conocernos mejor, sin espejos que nos engañen»

El verso suelto
Cuando los progres bebíamos en las tabernas

Ilustración de Alejandra Svriz.

«Porque yo he nacido para la tolerancia y para beber en una posada».

G. K. Chesterton

Todo era más fácil cuando el mundo era progre, de los progres y para los progres. Ya no hay progres como los de antaño, de pana y trenca, de cantautores y cine club, de Marcuse y Gabriel Celaya, de guapos de izquierda y feos de derechas, que además eran malos y nos robaban a los pobres. La moral, la ética y la estética estaba de nuestro lado de la muralla. En el otro bando estaban los curas y los liberales, los que se merecían llevar sombrero y explotaban a los trabajadores. El mundo estaba bien, el futuro era nuestro y el presente tenía que ser abolido porque era muy facha. Dormíamos tranquilos y soñando paraísos igualitarios. De nuestro lado estaban la literatura, la novela y la mayoría de los cantos. La música clásica era elitista. Por más que nos pudiera emocionar, no podíamos caer en el esteticismo. Ni en Ortega ni siquiera en Juan Ramón Jiménez, que era un tibio y tenía mala leche. Nosotros con García Márquez y su realismo mágico que también era progre. Y Fidel hacía lo que podía para mantener la dignidad ante el perverso bloqueo del imperialismo americano.

Todo estaba más claro. No había que creer en los argumentos de la derecha, se estaba muy bien en las barricadas y esperando el advenimiento de la tercera República. España, mañana, será republicana. Será federal. Y será justa y benéfica cuando la buena gente de la izquierda llegue al poder. Ya cambiaremos esta tibia Constitución del 78 por otra menos consensuada con la derecha y el centro que, por más que se maquillen, vienen del horror franquista y nosotros somos hijos de la internacional y del progreso. Progres, progresistas y otros -istas. Y así pasaron los años, llegaron los «nuestros» y España se lanzó como un cohete. Después tuvimos que soportar a la «derechona», hasta que volvió la salvación angelical que llegaba de Babia. Y en Babia y Zapatero nos quedamos un tiempo.

Las fuerzas reaccionarias no lo pusieron fácil, volvieron a ganar, pero atentos nosotros seguíamos en la retaguardia. No duró mucho, el simpático Rajoy no era capaz ni de sacar los presupuestos, ni de entender la España plural, ni los justos deseos de segregación de las históricas naciones vasca y catalana. Había que creer en otros salvadores. Y llegaron los salvadores, la reconquista con la gasolina y los moteles pagados por dudosas empresas. Después de un viaje en Peugeot con cuatro hombres buenos a la conquista de la izquierda verdadera. Había que terminar con la corrupción derechista.

Como un salvador de las injusticias llegó providencial el justiciero, que además era guapo y hablaba inglés. Había que gobernar en compañía de otros, quizá demasiado asaltadores, pero eran del ala izquierda de nuestra justa y progresista causa. Tocaron un poco los cojones -o como se diga- y hubo que ampliar las complicidades. Tragar algunos sapos, dejar que separatistas, proetarras, nacionalistas y otros «poco españoles», fueran los necesarios compañeros de viaje. Todo valía porque estaban dispuestos a mantener la ficción del relato progresista. Aunque no paraban de pedir más teta de mamá Estado. Pobres, tenían un hambre histórica de libertades opresoras de la España imperial. Son díscolos, pero nos ayudan.

Habrá que incumplir promesas electorales, saber vivir sin presupuestos, engañar, mentir, maniobrar y construir una realidad paralela hecha de retazos retóricos, dinero caído de Europa y tener bien colocados a los nuestros en las instituciones y los poderes judiciales. Cualquier cosa con tal de que no vuelva la derecha, que no vengan los malos disfrazados de centristas y con esos voceros españolistas de la mano. Todo por seguir, todo por el bien de Sánchez y la salvación por la izquierda.

«Así estamos. Esperando elecciones como el que espera a Godot. Espectadores sorprendidos de este teatro del absurdo»

Y así estamos. Esperando elecciones como el que espera a Godot. Espectadores sorprendidos de este teatro del absurdo. Cansados de «comprar» el buenismo de los sanchistas. Con el fiscal general imputado y posible reo más pronto que tarde. Con la banda de los cuatro rota entre la cárcel y la corrupción, entre la intolerable y prostibularia zafiedad machista y sus atracos perpetrados desde la impunidad del poder.

Con la familia bajo sospecha, con su incapacidad de salir a la calle, con sus dudosas acreditaciones académicas, con sus gobiernos de aplausos e ineficacia, con sus mantenidos abajo firmantes, con sus cómplices en los puestos claves, con sus maquillajes en lo personal y lo público, con su dependencia de algunas autocracias cercanas o transatlánticas, con sus lobbistas encubiertos en salvadores, con sus medios sincronizados, sus saunas y sus fontaneros, con sus tan escasas lecturas, con sus vacaciones en el interior de un palacio de una isla propicia para buscar el Santo Grial. No lo conseguirá, no lo encontrará, ni Arturo, ni Ginebra ni Lanzarote se ponen del lado de sus cuentos. Le recomendaría leer las sagas artúricas aunque creo que no tendrá tiempo ni ganas. A ellas tampoco les importa.

En Lanzarote está la casa que fue de José Saramago y de Pilar del Río. Que sigue siendo la casa de Pilar y que está abierta para los amantes del escritor, de la lectura y de la vida de un Nobel. Pocas posiciones políticas nos unieron, pero siempre supimos discutir a pesar de nuestras discrepancias. Admiro a Saramago escritor y quiero a Pilar. Con ellos, en su casa, pasé días y noches, cambié de años, pero no cambiamos nuestras ideas. Yo era un socialdemócrata con tendencias liberales, él un comunista que vivía como un burgués ilustrado y que seguía manteniendo, con muchas dudas, fidelidad a lo que fue su pasado, su fe nada ciega pero bastante tozuda.

Hace años, en esa casa, se encontraron Antonio Costa, socialista y primer ministro portugués en aquellos tiempos y Pedro Sánchez, que había conseguido serlo desde su peculiar socialismo, o lo que fuera, en nuestro país. Produce melancolía pensar en uno y en otro. Costa, hoy presidente del Consejo Europeo, que dimitió de primer ministro de Portugal ante unas sospechas de prevaricación y presunta corrupción cuando la fiscalía lusa había «iniciado» unas investigaciones. Después se demostraron falsas. En el poder, en la oposición, en la alcaldía o el Gobierno de la nación, siempre pudo pasear por las calles de su ciudad, por los pueblos de su país o por los centros de poder en Europa.

«Esa oficina de empleos dudosos que hoy es el PSOE tiene poco que ver con el socialismo portugués, ni con el de nuestros años ochenta»

Sánchez, rodeado de sospechas familiares, de imputaciones graves a sus más cercanos, con su hombre de toda confianza en la cárcel, ni dimite ni lo piensa. Ni gobierna ni deja que las urnas se expresen. Otra vez más tenemos que decir aquello de «menos mal que nos queda Portugal». Sería una enorme sorpresa que nuestro socialismo sanchista se mirara en el espejo de Costa o en el socialismo portugués. Ahora está en la oposición, pero ni roto ni destrozado. Aquí no quedan socialistas que no sean obedientes al «puto amo», no se tiran al monte los discrepantes, porque esa oficina de empleos dudosos que hoy es el PSOE tiene poco que ver con el socialismo portugués, ni con el de nuestros años ochenta.

Como no creo que Sánchez lea la vida de los caballeros de la Tabla Redonda, ni las hazañas de Lanzarote, sí creo que le vendría bien alguna lectura de Saramago. Empezar por su Ensayo sobre la ceguera, aterradora y lúcida reflexión sobre lo que somos, lo que vemos y lo que no podemos o queremos ver. Una historia ética para conocernos mejor, sin espejos que nos engañen o maquillajes que nos oculten. «Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos». Que busque Sánchez, que busquemos todos.

Después habría que seguir por el Ensayo sobre la lucidez. Una lección y una advertencia. Quizá un día los ciudadanos cansados de sus políticos, de las mentiras del poder o las dudas con la oposición, decidan que no votarán a unos ni a otros. Ante las burlas de la democracia, ante las mentiras en campaña, los ciudadanos todavía demócratas, deciden un día darles la espalda. Acudiendo a cumplir su deber cívico, su capacidad para decidir sobre el futuro que queremos, mayoritariamente votamos en blanco. Una distopía pesimista, un mundo de engañados que con su rebelión nos dejan quizá sin salida.

Cuántas veces tenemos la tentación de esa rebelión. Voto a nadie, a ninguno, no quiero más engaños… y, sin embargo, sigo creyendo en el voto, en las urnas. Una vez más no haré caso a Saramago o quizá sí. Tengo claro que no quiero que sigan los que mienten, engañan y manipulan, lo repito siempre que puedo, pero me falta fe en otros. Soy un hombre de poca fe, pero mi miedo a que todo siga igual me hará pensar de aquí hasta que llegue Godot. Que llegue pronto, por favor. Sigo sin creer en la abstinencia. Y mucho menos en la abstinencia total. Soy de Chesterton, del capitán Morgan y del pirata Flint. No toleraré la intolerancia de los abstemios. Ni de los corruptos. Me voy a beber y pensar el voto a la cantina con mis amigos. Todos beben, todos dudan. Yo también

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