Larache y Tetuán, entre nazis y franquistas
«Luis María Cazorla consigue en su último libro una notable narración donde la intriga se alía con la realidad de unos hechos cruciales para entender julio del 36»

Luis María Cazorla Prieto, jurista, escritor y presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. | Consejo de Estado
«La memoria del pasado será estéril si nos servimos de ella para erigir un muro infranqueable entre el mal y nosotros…»
Tzvetan Todorov
Hay historias reales que parecen ficciones. Memorias que parecen irreales. Momentos de nuestra historia que parecen extraídos de una película de serie negra, de una novela de espías, de un trhiller imaginario. Ese lugar común donde «la realidad supera la ficción» es una verdad que muchas veces comprobamos con lecturas o con vivencias.
La obra de Luis María Cazorla –letrado de las Cortes, presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, ex secretario general del Congreso de los Diputados– está, principalmente, alimentada de un tiempo y un territorio que le es cercano por vida, conocido por estudiado y documentado exhaustivamente, del que se alimentan sus ficciones. Escribir ocupa sus pasiones personales y gran parte de su tiempo fuera de su profesión jurídica.
La mayoría de sus libros nos acercan a historias posibles, y muy contrastadas, de la vida, la política, las intrigas, los espionajes; los amores o negocios de un mundo que fue español y dónde hay que buscar muchas claves de nuestro devenir o de nuestro pasado. Un escenario real y unos personajes llenos de fascinación en sus intrigas, en sus bondades o sus intenciones no siempre ejemplares.
El norte de Marruecos, las españolas Ceuta y Melilla o las otras ciudades del llamado Protectorado español: Tetuán, Asila, Alhucemas o Larache, la ciudad que le vio nacer y donde disfrutó del paraíso de la infancia. Escenarios principales de unas narraciones que le siguen ocupando y preocupando. Naturalmente también Tánger se encuentra entre los decorados de su obra. La ciudad internacional, cultural y vitalmente muy española. Cruce de culturas, de liberalidad, de claros y oscuros intereses y negocios. Patria de todos, tierra de nadie. Otra historia.
Hace unos días, en la academia que preside Cazorla, participé en la presentación de su última entrega: Tetuán y Larache 1936, en la compañía del socialista, demócrata, machadiano y muy crítico con el llamado sanchismo, Alfonso Guerra, y del historiador, catedrático Juan Francisco Fuentes. Un auditorio lleno y atento escuchó con interés el análisis crítico y minuciosamente argumentado de Alfonso Guerra, gran lector de ficciones de nuestra historia. Además de un apasionado de la poesía o de narraciones líricas, de amores compartidos como Elena o el mar del verano, del antiguo falangista Julián Ayesta. Un placer escuchar a Guerra con su cultura, su memoria viva y vívida, su ironía y su sagacidad expresiva. También muy interesante la lectura que de la obra hizo el profesor Fuentes, su mirada al exilio, a la vida española fuera de España es un texto que ya comentamos por estas páginas. Imprescindible.
«Cazorla tiene la preocupación de ser fiel a la historia, por más que se tome las libertades que necesita la ficción»
Cazorla, desde su primera obra, tiene la preocupación de ser fiel a la historia, a la realidad, por más que se tome las libertades que necesita la ficción. Consigue aquí un relato in crescendo, una notable narración donde la intriga se alía con la realidad de unos hechos cruciales para entender que fue y cómo fueron esos días de julio del 36. Unas horas claves y dos ciudades significativas para entender el levantamiento franquista. De las negociaciones, intrigas y colaboraciones que el general Franco supo explotar. Confiesa Cazorla que, como decía Eugenio Trías, escribir para él es «una expectativa de conocimiento, un deseo de llegar a conocer». Además de elucidar esos tiempos, de sumergirnos en los días inmediatos de la preparación del golpe de Franco, nos invita a acompañarlo por las conocidas habilidades del seductor y culto Juan Bieigbeder –tan protagonista en la obra de ficción de María Dueñas–, de las cautelas y maniobras del propio Franco o de la transcendental decisión que toma Adolf Hitler de ayudar con la aviación y otras aportaciones, al triunfo bélico de su aliado español.
Un momento de la narración donde aparece el hombre clave de la historia; un desdibujado y demasiado olvidado empresario alemán, Johannes Bernhardt. Destacado nazi que desarrolló sus prósperos negocios en el Marruecos español. Se trasladó con su familia a Larache en los años 30, negoció con todos y con todo, creció su imperio industrial y llegó a ser nombrado general de las SS. Antes ya había creado un conglomerado de empresas, unos negocios ramificados de enorme importancia para entender el papel de los nazis en España. Terminó sus días libre y rico en la Argentina de Perón. Antes disfrutó y negoció en el Madrid más ajeno a la pobreza y la derrota. Para salvarle de la lista negra contra los nazis después de la II Guerra Mundial, le fue concedida la nacionalidad española. Reconocimiento a su contribución a la victoria de Franco en la guerra. También se dice que hay que sumar el agradecimiento a sus aportaciones personales para el Caudillo.
No nos habíamos olvidado del poderoso Bernhardt, pero no habíamos tenido la información que nos aporta este acercamiento de las verdades ficcionadas por Cazorla. Lo decisivo que fue para su vida y negocios haber sido el que traslada personalmente la carta que Franco envía a Hitler para solicitar su participación en la Guerra Civil. Una guerra contra «el comunismo, la masonería y los judíos». Y, ya puestos, una manera de arrasar con todo lo que de democrático, liberal y constitucional también tenía la República antes de caer en tentaciones totalitarias de la izquierda.
Johannes Bernhardt es «el malo de la película». Taimado y hábil empresario que supo hacerse rico sin renunciar a su fe nazi, su entrega al franquismo. Sin hacer ascos a ser más poderoso, más potentado, pactando con quien hiciera falta. Cuando Cazorla se encuentra con este personaje en el libro del madrileñista neoyorquino Peter Besas, Nazis en Madrid, queda atrapado por lo singular y olvidado de este personaje situado del lado oscuro de la historia. Feliz encuentro que permitió a Cazorla incorporar a su ficción la aventura franquista del empresario nazi. Esas páginas del momento del encuentro con Hitler en Bayreuth –después de haber convencido a Franco en Tetuán que él era el hombre adecuado para la misión– recepción que tiene lugar después de haber asistido a la representación wagneriana de Sigfrido es, para mí, el momento cumbre de la narración. Una historia irreal y sin embargo verdadera. Unos instantes que marcaron la historia de nuestra guerra, por tanto, de nuestro futuro.
«Sabíamos de Johannes Bernhardt, por el libro de José María Irujo, ‘La lista negra. Los espías nazis protegidos por Franco y la Iglesia’»
Ya sabíamos de la existencia de Johannes Bernhardt, no tanto de su vida entre Tetuán y Larache por un imprescindible libro de nuestro admirado José María Irujo, uno de esos periodistas que dignifican el oficio. Uno de los más importantes investigadores de las historias reciente que nuestra prensa. Su libro del 2003 La lista negra. Los espías nazis protegidos por Franco y la Iglesia es fundamental para conocer los datos, las personas y las sorprendentes historias de los nazis en nuestro país. Irujo recorre las relaciones que Bernhardt tuvo con la cúpula política, empresarial, social y cultural del primer franquismo.
Ya era un rico empresario en Larache, su ayuda a Franco con Hitler le proporcionó, además, ser todo poderoso. Controlaba el negocio de las minas de wolframio y un entramado empresarial, Sofindus, que manejaba bancos, aseguradoras, navieras, eléctricas, mineras y cinematográficas. Dice Irujo que Spitzy –el apuesto mandatario nazi, amigo de Von Ribbentrop y asentado entre Madrid y Santillana del Mar– se quedó «impresionado por Bernhardt nada más conocerlo. Johannes, un hombre de estatura media, algo grueso y de aspecto corriente, no era un diplomático de cuidados modales… El alemán era un empresario nato que habías apostado por los generales rebeldes porque se encontraba en el lugar idóneo, Marruecos, y en el instante preciso. Un tipo con suerte». Con baraka, como Franco.
Entre sus amigos españoles podemos nombrar a Mola, Sàenz de Buruaga, Martínez Ortega –padre de Cristóbal Martínez Bordiú– Hoenlohe, Demetrio Carceller –ministro de Industria y Comercio–, Camilo Alonso Vega, Lipperheide, Moser –el dueño de los laboratorios Merck–, el general Yagüe, Navasqüés, Enrique de la Mata o Clarita Stauffer, muy amiga de Pilar Primo de Rivera y emparentada con los Mahou y los Loewe. Sobre esta singular mujer –que merece una narración aparte– su sobrina nieta, la escritora Berta Vías Mahou, escribió una muy notable novela, Los pozos de la nieve. Ahora reeditada y con un epílogo de la autora esclarecedor y valiente.
Volviendo a Bernhardt, hay que recordar que los vinculados al cine le debemos reconocer algunas cosas, algunas inversiones y algunas películas. Creó la productora Sagitario Films, la distribuidora Europa Films y compró los estudios de Cinearte que le servían para el blanqueo de sus negocios. Lo más curioso, o no tanto, es que la productora hizo posibles las películas de algunos cineastas vinculados a la República o al Partido Comunista.
Nos lo contaba el director de fotografía Juan Mariné, fallecido hace poco a los 104, y creíamos que era fruto de su enorme imaginación. No fue así, Mur Oti, Antonio del Amo o Ruiz Castillo que habían hecho la guerra, incluso propaganda, para las izquierdas durante la Guerra Civil, volvieron al cine en los años cuarenta y subvencionados por un destacado nazi. También en aquella productora trabajaron Edgar Neville, Fernán Gómez o su amigo José Ignacio Escobar y Kirpatrick, hermano de Luis Escobar. El vínculo del cine español y el nazismo no se reduce a Cifesa o a su estrella Imperio Argentina, seductora de Hitler. La supervivencia y la buena vida en el franquismo tiene muchas caras. Está por escribir y contar sin barricadas ni ocultamientos.