Sin perdón, sin vergüenza, sin memoria
«La historia de las civilizaciones se hizo, se hace, con guerras, muertes y derrotas. Somos nietos del Cid y de Hernán Cortés. Ni lo olvidamos ni pedimos perdón»

Clint Eastwood en 'Sin perdón'. | Warner Bros. Pictures
«Crímenes fueron del tiempo,
y no de España»
Manuel José Quintana
Una de las mejores películas de los últimos 50 años es de Clint Eastwood. Tiene un guion perfecto, un reparto inmejorable y una capacidad para la emoción que solo son capaces de conseguir algunas obras de arte, algunas películas. Entre esas, varias del actor y director Clint Eastwood y un genio cercano a políticas, y políticos, de su país que despreciamos. Sin embargo, somos de Eastwood. De este creador y actor libre que persigue la verdad con su cine. Ha sabido conmovernos, divertirnos y hacernos pensar. Tantas veces ha logrado que con él cabalguemos, coincidamos y nos sintamos cerca de su verdad poética, que no importa lo lejos que nos podamos encontrar de su visión política. Ojalá lo pueda seguir haciendo ahora que está cerca de ser centenario.
Se cuenta desde las cercanías cómplices de los tiempos de la «foto de la tortilla», de aquel grupo del renovado socialismo sevillano, de aquellos jóvenes que en compañía de otros consiguieron cambiar este país, que Felipe González prefería ver las películas de Eastwood, mientras que Alfonso Guerra era partidario de las de la nouvelle vague francesa. Muchos de nosotros hemos tenido esa doble militancia. Aunque empezamos siendo más amantes de Godard o Truffaut terminamos rindiéndonos al cine de Clint Eastwood. Se pueden tener varios amores a la vez y no estar locos.
Se puede estar con Antoine Doinel o con Pierrot le fou sin que eso nos impida también querer ser como el pistolero y cazarrecompensas William Munny, ese pistolero retirado que, sin borrar la memoria de lo que fue y sin arrepentimiento por haber matado, consigue su propia redención volviendo por el camino de la violencia a la liquidación de aquellos «malos», de aquellos torturadores de unas prostitutas. La historia del viejo Oeste, la conquista, la colonización y los wéstern se hacen a sangre y fuego. Murieron muchos inocentes y también, como en Sin perdón, hubo que usar la violencia contra la crueldad de algunos canallas que se sentían protegidos por el poder, por sus leyes arbitrarias y por su terror amparado por la fuerza. Aquellos que así abusan, abusaron, fueron, son, imperdonables.
No pediremos perdón ni por la conquista del Oeste. Ni por la conquista de México. Ni por las actuaciones violentas de los colonizadores y/o conquistadores españoles de América. Ni por los judíos que mataron a Cristo. Ni por los romanos que invadieron estas tierras y les dieron su cultura y su lengua. Tampoco por las cruzadas cristianas, ni por las invasiones bárbaras, ni por las islámicas. La historia de las civilizaciones se hizo, se hace, con guerras, muertes y derrotas. Somos nietos del Cid y de Hernán Cortés. Ni lo olvidamos ni pedimos perdón.
Me sonroja ver a la tribu de los sanchistas, a su ministro de asuntos y desmemorias exteriores que, en compañía de sus sometidos, se pone muy contrito la mano en el pecho para pedir perdón según demanda de López Obrador o de su arrogante continuadora, la también desmemoriada judía, Claudia Sheinbaum. ¿De qué nos tiene que perdonar ese gobierno mexicano? Estarán en el poder por sus votos, por sus promesas incumplidas, por sus arbitrarias interpretaciones de la historia, por su populista autocracia, su mesianismo tropical, su particular manera de «descarrilar la democracia», pero no basta para tener razón, aunque tengan el poder. También en nombre de la democracia se cometen abusos, se utilizan mentiras, se trabaja la desmemoria, se tergiversa la verdad, se reescribe el pasado y se somete a los opositores.
«Este pedir perdón por la historia de nuestra Hispanidad, ¿es un deseo de dignidad o de consignas políticas?»
Hace muchas décadas que Enrique Krauze, el ensayista, historiador y lúcido analista mexicano —una de las más destacadas figuras intelectuales después de su maestro Octavio Paz— dejó escrito en las páginas de la revista Vuelta: «Que la democracia no es la solución a todos los problemas sino un mecanismo —el menos malo, el menos injusto— para resolverlos». La democracia debe producir «dignidad, no divisas». Este pedir perdón por la historia de nuestra Hispanidad, ¿es un deseo de dignidad o de consignas políticas? ¿Es un conocimiento de la historia o es una interesada interpretación? ¿Nos gobiernan ignorantes o indignos? ¿Acaso llegaron Colón o Cortés a un mundo pacífico, inocente, estático? Está claro que no.
Inútil y falso gesto de estos que ahora se ponen la mano en el pecho, que piden perdón. Por desconocimiento —con lo cual demuestran su incapacitada cultura— bien porque lo sepan y prefieran actuar desde la hipocresía o bien lo hagan desde el indigno tactismo político. Todo vale para seguir instalados en el poder y sus poltronas. Por seguir, están dispuestos a ponerse genuflexos, ir contra la historia, olvidarse de sus promesas, terminar con la democracia y la crítica. Ya está bien.
A la historia hay que acercarse como Gibbon o como Krauze. Incluso como el interesante Gonzalo Celorio, flamante y sorprendente Premio Cervantes de este año que, aunque no sea del agrado de Obrador o Sheimbaum, su paródica narrativa, su capacidad novelesca y ficcionadora, les moleste bastante menos que la crítica de gran altura literaria y ética de Krauze. No se han atrevido a premiar a quien primero lo merecía. Si bien insisto en la notable validez literaria, la independencia y el hispanismo asumido de Celorio, no son lo mismo. Tampoco se atreven a premiar a último superviviente del boom, al gran narrador y libérrima persona que es el peruano Alfredo Bryce Echenique. En su caso se excusan en unos incomprensibles plagios que cometió el gran novelista Bryce y que impiden que aunque le sigamos esperando en Abril, en Alcalá de Henares, tenga el Cervantes que hace mucho merece…
Los que fuimos lectores de Un mundo para Julius o de La vida exagerada de Martín Romaña, sabemos que se está cometiendo un pecado de lesa cancelación sin razones literarias. ¡Ay!, me temo que tendremos que seguir hablando de los jurados de la izquierda «cobardica». De las maniobras de trastienda a las que se someten los comulgantes con su relato de la corrección política contra la verdad poética. Otro día. Mis parabienes a Celorio. Y mis deseos de que no caigan en el olvido cervantino otros que tanto, o más, lo merecen. Veremos.
«Sigo sin querer olvidar, ni perdonar, los excesos de las conquistas, pero hay que situar los hechos en su tiempo y en su contexto»
Sigo sin querer olvidar, ni perdonar, los excesos de las conquistas, las justificaciones de barbaries y abusos, pero hay que situar los hechos en su tiempo y en su contexto. La literatura sobre la historia del descubrimiento y su posterior conquista es mucha, plural y contrastada. Para recordar algunas de aquellas realidades propongo terminar con las palabras de uno de los historiadores que todo progre español ha debido leer y reconocer.
Me refiero a Hugh Thomas que, además de sus estudios sobre la Guerra Civil española, es autor de imprescindibles acercamientos a la historia del Imperio Español, a Cuba, a Carlos V o al que ahora nos vuelve a ocupar sobre La conquista de México. Un libro que sigue vigente y elucidador 30 años después de su publicación.
Dejo algunos párrafos de su prefacio: «Hoy día se da generalmente por cierto que todo pueblo tiene derecho de comportarse según le indican sus costumbres… se necesitaría un estómago de acero para aceptar, con un enfoque puramente antropológico, todas las manifestaciones del sacrificio humano: no solo que a los prisioneros de guerra o a los esclavos se les arrancaba el corazón sino que, además, el uniforme ceremonial de los sacerdotes estaba hecho del revés de la piel de las víctimas, que ocasionalmente arrojaban a la víctima al fuego, que encarcelaban o ahogaban a los niños, y, finalmente, como parte del ceremonial, se comían los brazos y las piernas de las víctimas. ¿Con qué rasero podríamos juzgar a los matlazincas que aplastaban lentamente dentro de una red a las personas que sacrificaban? ¿Realmente nos satisface considerar a las victimas como ‘bañistas en la madrugada’? A los niños de pecho, ‘portadores humanos de estandartes’, se les hacía llorar, con brutalidad, a fin de que al ver sus lágrimas, a Tlaloc, el dios de la lluvia, no le cupieran dudas sobre lo que se le pedía».
Pueblos guerreros. Imperios que se forjaron con la muerte, la derrota y la violencia. Así fue antes de que llegaran los españoles. Los taínos, los caribes, los mayas, los mexicas fueron pueblos, imperios, salidos de las conquistas militares. Como lo hicieron los vikingos, los godos, romanos, árabes, ingleses, franceses, alemanes, rusos y, por supuesto, los conquistadores españoles. ¿Quién tiene que pedir más perdón?
«¿No hay que pedir también perdón a ese pueblo del desierto que tenían la condición de españoles?»
Cuando escribo este artículo, se cumplen 50 años exactos de la llamada Marcha Verde. Los marroquíes lo celebran como su gran victoria, sin sangre ni resistencia, sobre España y los saharauis, los últimos españoles de nuestra colonización en África. Los abandonamos.
Hoy el Sáhara Occidental está más cerca de convertirse en una «provincia» marroquí. El Gobierno de Sánchez entregó, abandonó a su suerte a esos ciudadanos que sufren e ignoran su futuro y siguen en un limbo que cada vez está más cerca de Marruecos, más lejos de la autonomía. ¿No hay que pedir también perdón a ese pueblo del desierto que tenían la condición de españoles? ¿No es una vergonzante dejación cercana? ¿Dónde quedaron aquellas solidaridades que la progresía española tenía con el pueblo saharaui?
No me olvido que tuve que avisar sobre lo extraño de un premio poético que, desconocidos poetas marroquíes, quisieron otorgar al «gran poeta español Luis García Montero» que ni conocían ni se les esperaba. Aún así, o por eso, el premiado quería recibir esos dudosos galardones. Yo le adjunté la invitación de aquella extraña concesión que se otorgaría en un día como hoy y para celebrar «la gloriosa Marcha Verde». Ante mi insistencia se sintió «obligado» a consultar a sus mandos de lo conveniente de aquel reconocimiento. Desde el ministerio de extraños asuntos exteriores español lo desaconsejaron. No hubo premio pero sí contrariedad. Poco después llegaría por sorpresa y sin consulta, ni debate, el «regalo» del Sáhara a Marruecos. Hay tema. Hay caso. ¿Hay misterio? Habrá que seguir sabiendo más del espionaje y sus secretos. Atentos los españoles de Ceuta, Melilla, de las Chafarinas. De los peñones ni hablamos. ¿O sí?