Elegía y nostalgia del café, los artistas, las putas y demás ralea
«En ‘España traicionada’, de Antonio Pérez Henares, se recorre el camino de imperfecciones, mentiras y traiciones que han llegado con estos mandatarios»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo»
Francisco de Quevedo
La memoria está llena de olvidos. Casi todos seremos olvido. ¡Pero que nos quiten lo visto, oído, disfrutado, compartido o sufrido! Que nos quiten lo bailao. La memoria es selectiva y caprichosa. Se nos aparece en azarosos fotogramas que montamos a nuestro arbitrio y desorden. Esos desórdenes de lo que fuimos que nos asaltan en nuestro presente. Los recuerdos son una manera de arma cargada para defendernos de asperezas y algunas alegrías. Somos animales en mutación muchas veces para volver a lo que fuimos, a lo que quisimos ser y a lo que seguimos siendo.
Acabo de leer el libro de Antonio Pérez Henares, Chani, España traicionada, y he vuelto a recordar aquellos ríos que nos llevaron de la fe a la descreencia. Dijimos adiós a casi todo aquello, pero no queremos olvidarnos de nosotros mismos. No me olvido que fuimos progres convictos y confesos. Chani era comunista, yo tampoco. Mi primer recuerdo de aquel joven periodista está grabado en una de las mesas con ventanal y tertulia en el Café Gijón. Ese café de artistas por el que pasó la historia de España.
Sin sus parroquianos de muchas décadas, mal se puede escribir la historia cultural, política y vital de una ciudad de buscavidas, cantamañanas y otros refugiados que se pasaban horas arreglando los mundos desde una tertulia. Había muchas y distintas; plurales, abiertas, cerradas, complacientes, poéticas y prosaicas. Muy prosaicas. Periodistas de varias generaciones aprendimos a convivir con los nuestros y con los otros. Hemos cambiado pero nos reconozco y, a veces, nos añoro.
Chani llevaba jersey de cuello vuelto, pantalones vaqueros, trenca y el Mundo obrero bajo el brazo. Yo también, pero sin Mundo obrero —entonces yo era más de El Viejo Topo—. El periódico de todos era El País. Y así pasaron nuestras vidas que eran memoria de las orillas del río Henares y que venían de dar a la mar. Ese mediterráneo que iba desde las puertas del café hasta sus baños. Un viaje tan proceloso como el que nos llevaba a Ítaca. Lo decía Manuel Vicent, en esa navegación de unos metros del Café Gijón, estaban todas las aventuras, desventuras, conquistas y derrotas de los curiosos viajeros que bogaban entre los artistas, los comunistas, los de las alforjas poéticas en tiempos franquistas, los anarquistas de boquilla, el cigarrero Alfonso nuestro espía, delator y prestamista— las putas respetuosas, los del gay trinar y los de otros trinos de la bohemia domesticada y el antifranquismo.
Hubo un tiempo, que no vivimos, aunque tantas veces nos contaron, en que los escritores salían del café y se refugiaban al calor de algún burdel discreto y casero. Así lo contaba Juan Benet acompañante su amigo Luis Martín Santos. Salían del café y recalaban en el burdel de doña Luisa, donde la «vieja Norton» les proponía veladas, de mesa camilla, vino y chicas en habitaciones reservadas. Dos ilustres socialistas, dos grandes escritores a los que les gustaba compartir historias, y algo más, con aquellas chicas que esperaban su turno jugando al naipe, escuchando seriales radiofónicos o leyendo literatura de género. Nada que ver con la de aquellos jóvenes escritores.
«Resulta deleznable que estos feministas y adalides de la ‘discriminación positiva’, cada día nos ofrezcan carnaza prostibularia»
Chani, como la mayoría de nuestra generación, ya no tenía al burdel como rito de paso, como habían frecuentado tantos de nuestros admirados mayores, desde Dámaso Alonso a Cela o Manuel Alexandre. Contaba el poeta Ángel González que cuando la calle de la Ballesta se modernizó por allí recalaban él y Gil de Biedma para buscar compañía —cada uno a lo suyo— charlar con la música en directo de un joven pianista llamado Manuel Alejandro.
Otros tiempos, otros pecados de una España de muchos transgresores de aquella hipócrita moral oficial. Resulta especialmente deleznable, hipócrita y falso que estos que llegaron al poder con el asalto de sus mentiras, estos moralizadores de la corrupción, feministas y adalides de la «discriminación positiva», cada día nos ofrezcan carnaza prostibularia, machismo sin perdón. Como dice Pérez Henares en su libro de repaso y denuncia de las falacias sanchistas, «su constitucionalidad no es que sea dudosa, es que choca de plano con el precepto esencial y angular de la igualdad, ya que la discriminación en sentido contrario no deja de ser discriminación por razón de sexo y, por tanto, lesiva y ofensiva para el que queda en inferioridad ante la ley». Los que duden del descarrilamiento en que derivó aquella ley del sí es sí, impulsada por el partido de Errejón, también pueden acudir a la lectura de Esto no existe de Soto Ivars.
En La España traicionada se recorre un camino de imperfecciones, mentiras, burlas y traiciones que han llegado con estos mandatarios rodeado de puteros y otras putrefacciones. Nos han mentido en casi todo, desde el Sáhara a Waterloo, de Dos Hermanas a Torremolinos, de Girona a Badajoz. Esa España sanchista recorrida en compadreo parece diseñada desde la barra de un bar de carretera y neón; desde las saunas de antaño al palacio de la Moncloa. Este no debe ser un país de genuflexos, de incautos que miran a otra parte, de negocios en la China, la Cochinchina o los Caribes. Somos un país dónde sobran los servidores de Maduro y los liquidadores del espíritu de la Transición.
Venimos de luchas del pasado contra la dictadura, de defensa de las libertades, respeto por nuestras diferencias, amor a nuestras lenguas y convivencia con diferentes. No somos un país para tonterías manipuladas desde cursis juegos en TikTok, de tertulianos domesticados, de políticos captados en las rebajas, escribidores/opinadores al servicio de la tensión y los muros, expendedores del monopolio en el reparto de certificados de la ejemplar conducta del progresismo. No somos de esos negadores que quieren «la voladura de nuestra Constitución a la que insultan de manera miserable, tildándola de Régimen del 78, que asimilan al franquismo, al tiempo que desprecian y arrastran por el cieno la gran hazaña colectiva de la Transición», dicho en palabras de Pérez Henares. Por cierto, gran cazador de liebres y jabalíes, aunque incapaz de matar una mosca de café, copa y puro. Muy mal fumador.
«El Café Gijón era una república con vividores y bebedores, mayoría de artistas rojos con incrustaciones de todos los colores»
El libro de Pérez Henares además de ordenar memorias cercanas, señalar burlas de hogaño y denunciar mentiras, me provocó tener nostalgia de otros tiempos, de cuando fuimos discrepantes y dialogantes. Quiero recuperar esa frase de Tocqueville, que nos recordó hace dos días el rey Felipe VI: «Cuando el pasado ya no ilumina el futuro, el espíritu camina en la oscuridad». No olvidemos, ni los tiempos joviales, ni los tiempos duros. Deseo la vuelta del espíritu del Café Gijón con sus nuevos propietarios. Regresar a ese mundo que ahora, en el libro Café Gijón —otra vez— recrea Pepe Esteban y que dibuja Javier de Juan en hermosa edición. Volver al día en que Chani nos apareció como un joven actor de Ford y de la mano de Raúl del Pozo. Aquél saloon no era del wéstern, ni de Berlanga/Isbert, era un café de artistas. Un lugar para el café con leche, solo o con brandy, mucho brandy, lleno de españoles comunistas, derechistas, periodistas o putas.
Recuerda Pepe Esteban cuando a nuestra amiga Sandra, ya con mucha veteranía y estilo —y casi siempre en compañía del poeta improvisador, Carlos Oroza—, una visitante de provincias le dijo: «Todas ustedes son artistas, ¿verdad?». «No, señora. Yo soy puta». El Gijón era una república con vividores y bebedores, taurinos y antitaurinos, mayoría de artistas rojos con incrustaciones de todos los colores, académicos, médicos, magistrados, camareros ilustrados —inolvidable Pepe Bárcena, que todo registraba y todo recuerda— bordes, buscavidas, sablistas, bohemios, anónimos y famosos. Un país posible y razonable. De grandes pintores: Caneja, Maruja y Cristino Mallo, Laxeiro, Pepe Lucas, Montaña, Antonio Villanueva, Pepe Díaz y otros cientos.
El mismo café dónde Jardiel recibió de manera anónima un sobre que le enviaba Fernán Gómez que también financió el premio literario que todavía existe. El café de Tierno Galván, Umbral, García Diego, Álvaro de Luna, Cervino, Gerardo Diego, García Pavón, Azcona, Auger, Armas Marcelo, Cuco Cerecedo, Matías Antolín, Bonet Correa o Perico Beltrán, ganaban y perdían las horas. También, nuestro café. El de Chani Pérez Henares, Rodríguez Lafuente, Julio Llamazares, Lorenzo Díaz, Cuco Cerecedo, César Alonso, Pérez Reverte o Cándido. Transversal. Intergeneracional, abierto y plural. Se parecía a España.
Se parecía a Cela, a su Café de Artistas, a su colmena. Allí nos leyó una tarde el final de su añoranza de chicas de la «mala vida»: «No culpemos a nadie, que el pecado es de todos. Vayámonos en silencio y llevando a rastras el fantasma de nuestra maltrecha conciencia. Aquí terminan los ejercicios de las izas, las rabizas, las colipoterras, las hurgamanderas y las putarazanas. El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra sobre la mujer. Absténgase los señalados por Cristo: el mentiroso, el prevaricador, el usurero, el perjuro, el hipócrita, el mal amigo, el mal hijo, el falsario, el desleal, el soberbio, el lujurioso; el intrigante, el calumniador, el intolerante, el vengativo, el orgulloso, el pedante, el cruel…».
Que vuelva el Café Gijón, que vuelva España, que vuelvan las nieves de antaño, las muchachas en flor y las golondrinas de Bécquer o de Gómez de la Serna. Que vuelva ese mundo de nuestro de exiliados de tiempos mejores sin salir del viejo Café madrileño. Que vuelva Quevedo para recordarnos el pasado tan presente: «Toda España está en un tris y a punto de dar un tras».