Fernando Fernán-Goméz o la literatura hecha cine
«Lo primero que me viene a las mientes es ese rostro del abuelo galdosiano que ya nunca más sería galdosiano en exclusiva. Y eso que Fernando nunca amó a Galdós, aunque precisamente para odiarlo hay que hacer algo no muy habitual en el mundo que vivimos: conocerlo»
En la maravillosa cinta El Abuelo, dirigida por Garci, puede apreciarse el rostro enjuto ya de Fernando Fernán-Gómez en aquellos últimos años noventa, convertido en una estrella inabarcable. Su voz eterna recita los pasajes basados en la obra homónima de Galdós con una suficiencia que asusta. El dilema moral que don Benito Pérez refleja en la narración es asumido a la perfección por el actor, que explota esa lucha interior, que grita calladamente palabras en desuso: deshonor, familia, ternura, sensibilidad. Fernán-Gómez había leído al maestro canario, lo que unido a su talento inigualable convertían al abuelo galdosiano en un personaje casi arquetípico, en un mito del teatro y del cine. La figura cansada y ronca se clavó para siempre en el imaginario del público. Al ser cuestionado Garci por el papel de su actor en la cinta, respondió meridianamente: «Él es más que un actor, es una manera de ser».
Como quiera que en los años que llevo escribiendo esta columna he intentado orientar todo tema hacia la literatura, no pude evitar pensar en la faceta literaria de Fernando Fernán-Gómez a la hora de honrar su centenario. Lo primero que me viene a las mientes es ese rostro del abuelo galdosiano que ya nunca más sería galdosiano en exclusiva. Y eso que Fernando nunca amó a Galdós, aunque precisamente para odiarlo hay que hacer algo no muy habitual en el mundo que vivimos: conocerlo. Pienso después en el Café Gijón, templo literario por excelencia, donde el actor arrojó leña al motor de su carrera, entre tertulias novelescas y personajes valleinclanescos. Allí fundó el premio de novela corta, como bien recuerda Jesús Nieto en ABC. En ese punto, Jardiel Poncela, literatura cristalizada en sátira y pensamiento, apuesta por Fernando. Su carrera ya va unida indivisiblemente a la literatura, y en su primer guion adapta a Poe, a Gómez de la Serna, a Andreiev. Empiezan a surgir la leyenda del actor culto, que lo mismo recita a Lope que se cisca en su Arte nuevo de hacer comedias. Sus adaptaciones al cine de la literatura del momento, véanse La Colmena o Réquiem por un campesino español, fluyen entre éxitos incuestionables.
Sus lecturas derivaron en un escritor magnífico. Tanto de novela, donde destaca El viaje a ninguna parte, un título que describe perfectamente la lucha entre la literatura y el cine, esa encrucijada frente a la que él debió encontrarse muchas veces. También, en género dramático, escribió la ínclita Las bicicletas no son para el verano. Su producción abarca también ensayos, artículos e incluso literatura infantil. Su interés por la palabra escrita le valió su ingreso en la Real Academia en el año 2000. En un mundo, el actual, donde el cine es una cultura de masas que trasciende a casi cualquier otra, donde las películas y las series llegan al espectador por numerosas vías y plataformas, queda aún un espacio para ese viejo profesional del cine que nos permitía colar en un homenaje a Galdoses y Jardieles, Celas y Lopes. Feliz centenario, maestro.