THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

Frank Gehry

El momento primero de abordar una nueva obra, de sentarse delante del papel blanco, tiene algo de ritual catártico para Frank Gehry. Es un momento que siempre intenta posponer, retrasarlo varios días, como un quehacer molesto.

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Frank Gehry

El momento primero de abordar una nueva obra, de sentarse delante del papel blanco, tiene algo de ritual catártico para Frank Gehry. Es un momento que siempre intenta posponer, retrasarlo varios días, como un quehacer molesto.

El momento primero de abordar una nueva obra, de sentarse delante del papel blanco, tiene algo de ritual catártico para Frank Gehry. Es un momento que siempre intenta posponer, retrasarlo varios días, como un quehacer molesto, quizás amedrentado por los resultados que puedan aparecer en esos primeros bocetos. Dice que se sienta delante de su escritorio y lo vacía para quedarse él y el papel blanco, para que no haya más escapatoria. Entonces esa imagen que ha llevado en la cabeza tanto tiempo comienza a tomar vida en las líneas firmes de tinta negra, un garabato elegante pero descuidado, que recuerda a los plumazos de la escritura automática y a los dibujos de un solo trazo de Picasso. Cuando se sentó por primera vez con la tarea de diseñar el Guggenheim de Bilbao, recorría por su mente el recuerdo de los paseos con su abuela al mercado judío, donde compraban una carpa viva que llevaban a casa y metían en la bañera. El joven Frank jugaba entonces con el pez y le asombraban la fluidez del movimiento, sus curvas y los reflejos de las escamas como espejos bajo el agua. Al final su abuela cortaba la cabeza y la cola de la carpa y cocinaba unas albóndigas.

Fue en Praga, hace ya mucho, en el camino nocturno de vuelta al hotel, con el cuerpo y la mente cargados de absenta y cerveza checa, donde me topé con la obra de Gehry por primera vez. La ‘Casa Danzante’ en la orilla del río Moldava estaba iluminada y en sus curvas de cristal se reflejaban las aguas y las casas del Art Nouveau de los alrededores. En la mente de Gehry afloran los recuerdos de los musicales de Hollywood, Ginger Rogers se ladea abrazada a Fred Astair y los dos bailan con la elegancia que dan los años 30. Para el arquitecto canadiense su edificio siempre será ‘Fred & Ginger’.

Esta vez en Latinoamérica, en un homenaje definitivo a su mujer panameña, Frank Gehry vuelve a apropiarse de la palabra y de la idea de edificio para estirarla y moldearla al antojo de su imaginación portentosa al crear el ‘Biomuseo’. El metal se colorea aquí en elogio a la diversidad medioambiental y se pliega y se curva como un origami imposible, en el límite último de la construcción. A sus 85 años, Gehry vuelve a jugar con el arte de la arquitectura. En su mente todavía están frescos los recuerdos de su niñez, cuando su madre vaciaba la bolsa de bloques de cartón y madera en el suelo de salón, y el pequeño Frank construía los edificios y las ciudades de sus sueños.

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