THE OBJECTIVE
Iker Izquierdo

Haloperidol para los arrepentidos

El que se arrepiente se está desligando de sus actos dolosos, incorporados necesariamente a la trama de su propia personalidad, está diciendo que una acción concreta no es suya.

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Haloperidol para los arrepentidos

El que se arrepiente se está desligando de sus actos dolosos, incorporados necesariamente a la trama de su propia personalidad, está diciendo que una acción concreta no es suya.

El Papa Francisco, que tanto gusta en ambientes socialdemócratas, quizás porque comparten la misma retórica, ha concedido a todos los sacerdotes la facultad para absolver a las mujeres que han cometido el pecado de aborto y “arrepentidas, piden perdón”. A ojos de la Iglesia dejarán de ser pecadoras, como si nunca hubieran cometido dicho delito.

Como la validez jurídica de las absoluciones eclesiásticas carece ya de toda operatoriedad real y el aborto es una cuestión que supera el ámbito de la Iglesia, me parece que lo más importante de esta noticia se encuentra en la cuestión del arrepentimiento, encarecido como una de las virtudes máximas en nuestra actual sociedad española. No hay más que ver cómo se trata a los etarras arrepentidos.

Pero el arrepentimiento está lejos de ser una virtud; es más bien una negación de la libertad humana y algo propio de cínicos amorales. El que se arrepiente se está desligando de sus actos dolosos, incorporados necesariamente a la trama de su propia personalidad, está diciendo que una acción concreta no es suya. Y lo hace cínicamente, pues al arrepentirse ya está considerando su persona como causa de las consecuencias de sus propias acciones. En el caso límite de que nuestras acciones sean incompatibles con nuestra propia persona de la que son causa, lo que procederá no será el arrepentimiento, sino el suicidio. 

Si el etarra Iñaki Rekarte, por ejemplo, se arrepiente pero a continuación no se suicida no puede ser considerado persona al negar su propia libertad en los actos horrendos que cometió, desligándose de ellos, como si no hubiese sido él la causa de los mismos.

Spinoza ya dijo que el que se arrepiente es doblemente miserable, pero en esta época nuestra tan atolondrada, quizás sea mejor acabar con un buen exabrupto de Gustavo Bueno: “Que los arrepentidos tomen haloperidol”.

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