Insoportables hipsters y tontos anarquistas
Los barrios pobres de moda se llenan de tiendas y bares caros, y también empiezan a subir los precios de la vivienda. Y eso no le gusta a gente como los anarquistas del londinense Brick Lane, que han decidido actuar de forma violenta contra los hipster de la capital británica. Tampoco son demasiado listos.
Los barrios pobres de moda se llenan de tiendas y bares caros, y también empiezan a subir los precios de la vivienda. Y eso no le gusta a gente como los anarquistas del londinense Brick Lane, que han decidido actuar de forma violenta contra los hipster de la capital británica. Tampoco son demasiado listos.
Si alguna tribu urbana, si es que se siguen llamando así, me genera especial antipatía, esa es la formada por aquellos pretenciosos que se hacen llamar “hipster”. Más allá del nombre, no tienen nada de nuevo. Son esos “culturetas” y “gafapastas” de toda la vida que van por la vida con aire de superioridad intelectual y moral. Se visten, con dudoso gusto, con un uniforme fácil de identificar. Que les reconozcamos es importante. Por eso llevan una camisa cuyo último botón oprime su cuello y unos pantalones tan ajustados que uno se pregunta cómo llega el riego sanguíneo a sus pies y a las partes más íntimas de su anatomía.
Pero lo peor no es su estética, allá vista cada uno como quiera. Es su prepotencia. Quieren que les reconozcamos porque se consideran más cultos que el común de los mortales. Tal vez no se hayan emocionado jamás escuchando a Mozart, pero si existiera un grupo “indie” llamado “La ensalada de escarola se fuga del bol” presumirían de haberlo escuchado en algún antro alternativo. Lo mismo ocurre con la literatura.
Son tan modernos que hasta lo demuestran con sus gustos culinarios. Podrán morirse de ganas por comer una morcilla de Burgos, pero no lo reconocerán y lo harán en la soledad de su casa. No es moderno, a no ser que ese manjar castellano esté deconstruido. Preferirán pagar un dineral por comer un producto de lo más común traído desde miles de kilómetros o presumir de sus conocimientos sobre la gastronomía de Punjab.
Son presuntamente modernos y culturetas, pero no quieren considerarse a sí mismos elitistas, aunque piensen que son la élite. Les encanta ir de solidarios y antiburgueses, moverse por lugares “auténticos” en los que tener pobres cerca (pero sin mezclarse, por favor). Algunos se conforman con salir a tomar algo a Lavapiés, pero otros van más allá y se mudan a barrios como ese. Y con ellos llegan los comercios destinados a un público tan dispuesto a gastar como son los hipster.
Los barrios pobres de moda se llenan de tiendas y bares caros, y también empiezan a subir los precios de la vivienda. Y eso no le gusta a gente como los anarquistas del londinense Brick Lane, que han decidido actuar de forma violenta contra los hipster de la capital británica. Tampoco son demasiado listos. Rechazan la prosperidad.
Por insoportables que sean los hipster, los nuevos comercios crean empleo y llevan riqueza a esos barrios pobres. Y si están dispuestos a pagar más por una vivienda, siempre habrá algún vecino de toda la vida que pueda mejorar su nivel económico vendiendo su casa o alquilándola. Hay demasiado tonto fastidiando a la gente humilde en su nombre.