THE OBJECTIVE
Andrea Fernández Benéitez

Irse en paz

«Tener certezas sobre la propia muerte la desnuda del miedo y eso tiene mucho que ver con la dignidad humana, por eso la eutanasia debe concebirse como un derecho de la persona, no como un tratamiento médico»

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Irse en paz

Paul White | AP

No podemos entenderlo. No hay nada más difícil para la mente humana que pensar sobre la propia muerte; es muy complicado concebir que el cúmulo de circunstancias, vivencias y aprendizajes que somos un día se desvanecerá para siempre. Sin embargo, el fin de nuestras vidas nos espera a todos, es la única certeza con la que contamos en el futuro. Siendo esto así, resulta sorprendente que aún hoy sigamos sin contar con una proceso para ordenarla, para planificarla en la medida de lo posible y para hacerla lo más armónica posible cuando no es lo que podemos esperar de ella.

Quizás esta falta de acuerdo sobre la muerte digna se haya visto influenciado por el marco judeocristiano que nos envuelve culturalmente y que nos desposee de la capacidad de decidir sobre nuestra vida desde el punto de vista de la moral. Por otra parte, un denominador común, al menos en Occidente, es el hecho de vivir de espaldas a la muerte. Recordar que somos mortales nos enfrenta a una fragilidad que no percibimos -o que no percibíamos- en nuestro día a día dado nuestro modo de vida.

En este momento, la eutanasia es legal en muy pocos países de Europa, entre ellos se encuentran Bélgica u Holanda. Pese a ello, se trata de una de las cuestiones más candentes de nuestro tiempo. La sociedad española acepta ampliamente que decidir sobre el acontecimiento más trascendente de la vida entronca con el concepto de ciudadanía que nos hemos dado para convivir. Aún con esto, en España hemos visto más de una quincena de intentos desde la década de los noventa para abordar legislativamente esta cuestión, y aunque resulta complicado desde todos los puntos de vista, urge un acuerdo político que, sencillamente, facilite el trance de quienes se enfrentan a la muerte por razón de sufrimiento o de una condición irreversible que comprometa su vida.

Tener certezas sobre la propia muerte la desnuda del miedo y eso tiene mucho que ver con la dignidad humana, por eso la eutanasia debe concebirse como un derecho de la persona, no como un tratamiento médico. En este sentido, contraponer este debate con una mejora de la legislación sobre cuidados paliativos es tramposo porque hablamos de elementos complementarios y/o alternativos, no excluyentes. No se trata de que la muerte no duela, sino de que podamos decidir sobre cómo termina la vida en buenas condiciones cuando no puede ser vivida sin calamidad. Es cierto que hablamos de una cuestión que puede abordarse desde muchos campos, que entronca directamente con la ética y que ofrece debates apasionantes pero estos no pueden seguir dilatando más una norma necesaria.

A veces, en el Parlamento se generan debates interesados, capciosos, estratégicos o destinados a dilatar iniciativas o que buscan alimentar a un electorado concreto. Pues bien, el debate sobre la eutanasia vuelve a estar esta semana en el Congreso de los Diputados y ojalá esta vez podamos hablar de muerte digna con la altura de miras que requiere este asunto, sobre todo por respeto a los que la necesitan para, sencillamente, irse en paz. Es una cuestión de dignidad humana.

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