Jaime Carvajal, hacer el bien
«Jaime creía que los proyectos profesionales podían ser actos de amor para dejar nuestras huellas en futuras generaciones»
No hay otra forma de decirlo: se fue uno de los mejores hombres. Jaime Carvajal llegó a mi vida en plurales. Me lo presentó mi amigo más plural; y estuvo en un sinnúmero de debates fundamentales entre los pluralísimos miembros de una redacción que también era la suya: The Objective.
Jaime ha sido asesor a título personal de The Objective Media desde febrero de 2018. Desde entonces, ha sido, en el mejor de los sentidos, uno de más del equipo.
En mi pequeño mundo, Jaime era el hombre más noble. Me imagino que el recuerdo de su nobleza se repetirá en cada uno de vosotros y uniremos nuestros pequeños mundos hasta extendernos a una galaxia infinita, como era su bondad. Su partida me hunde en un profundo dolor. Los proyectos compartidos con él quedaron a medias, pero solo durante algunas horas –que fueron las primeras– de absoluto desconcierto. Luego asumí que nada en su nombre podía ser en vano. Lo que habíamos empezado, por él, por su honor, por sus filosofías, por su familia, por sus amigos, por sus compañeros y los míos, por España, lo voy a continuar. Él tenía sueños, trataba de cumplirlos siempre. Era idealista y dedicado, patrón de muchas fundaciones —casi todas—; y en el caso de nuestro proyecto común, impulsaba un diario independiente con una filosofía ethos que defendía a cabalidad, una forma de hacer periodismo desde la honestidad para construir una mejor sociedad. Con los inteligentes, con los que no cancelan, con los que no juzgan, con los que no tienen hilos rotos en la conciencia.
Tener su admiración ha sido uno de mis mayores estímulos en estos últimos años.
Jaime creía que los proyectos profesionales podían ser actos de amor para dejar nuestras huellas en futuras generaciones. Creía, asimismo, en la reproducción de nuestros valores, de lo que somos realmente, y que solo se puede hacer de verdad a través del amor hacia los que siguen las buenas empresas. Le parecía un súper crack Murray Gell-Mann, era un fiel creyente de la teoría de la complejidad o de sistemas complejos. ¡Vaya día para pensarlo!
«La mezcla de entusiasmo y susto es la perfecta en cualquier proyecto que merezca la pena. Sin uno o sin otro estaríamos o bien en el fracaso por apatía o bien en el fracaso por irresponsabilidad. Siempre que no haya exceso en sus dosis y estén guiados por el sentido común, la humildad y el instinto, la presencia de los dos es esencial para el éxito. Vamos bien», fue uno de sus últimos comentarios en un correo de trabajo. Así escribía. Un día cualquiera.
En pleno confinamiento, en un intercambio de ideas y preocupaciones, me dijo: «He sentido de manera clara que mi misión vital —y también mi pasión— es tratar de hacer el bien, amar al prójimo. Eso lo he sentido siempre, desde mi adolescencia. Y creo que la mejor manera de hacerlo, de hacerlo y tener impacto, me refiero, es escribir para ayudar a los demás. Es algo instintivo, que he sentido siempre, como digo, y que ha tomado algo más de forma y de urgencia en estas semanas. No sé si volverá a perder esa urgencia de manera rápida en el mundo postconfinamiento, pero quiero intentar crear hábitos que lo impidan. Uno de ellos es escribir todos los días. Probablemente sea una gran ilusión adolescente, una manera de pensar en esa huida del mundo para integrarse de verdad en él».
A pesar de la ausencia en este plano, Jaime no solo abrazará eternamente a su mujer e hijas, sino que también leerá y escribirá todo lo que su increíble cabeza y corazón abarcan. Buscará la forma de educar, aportar y hacer crecer al otro. Si de algo te puedo servir, querido amigo, puedes usar a The Objective como tu canal.
Uno de los últimos libros compartidos fue Pequeño elogio de la fuga del mundo del sociólogo Rémy Oudghiri. En una discusión, me aseguró: «Creo que el gran reto de nuestra vida, la de todos, conscientes o no, es “ser uno mismo”. Nada más difícil, más exigente y de más riesgo. Y creo que las huidas son el único camino para lograrlo —hasta Jesucristo tuvo que irse 40 días— para acercarnos a ese «uno mismo”». En tu retiro, en el que te enriquecerás con muchas otras lecturas, no hay forma de no imaginarte poniéndote al día con las palabras que te iluminan e iluminan a los tuyos.
A finales de agosto, Jaime leyó El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince —me dijo que le había encantado—. Sobre el olvido que sucede a la muerte, Abad Faciolince escribe: «Como el tiempo del recuerdo vivido es tan corto, si juzgamos sabiamente, ‘ya somos el olvido que seremos’, como decía Borges. Para él este olvido y ese polvo elemental en el que nos convertiremos eran un consuelo ‘bajo el indiferente azul del Cielo’». Hoy solo puedo pensar que estoy en desacuerdo con Borges. No hay consuelo en tu partida. Jaime, eres el recordatorio constante de la excelencia, de la humildad y de la amistad. Fuiste dueño de una elegante generosidad.