THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

La Edad del sentimiento

«A este paso en las escuelas preguntaremos a los niños si sienten o no que dos y dos son cuatro»

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La Edad del sentimiento

British Library | Unsplash

Nuestro mundo civilizado está pasando de una edad a otra. La edad que está dejando atrás es la de la discusión. La edad en la que está entrando es la del sentimiento. Esta es la tesis que Russell Kirk defendía en un artículo titulado ‘The Age of Sentiments’ aparecido en la revista Modern Age en 1983. El título lo tomó del libro de Walter Bagehot “Physics and Politics”, de 1869 y, a mi parecer, Bagehot pudo tomarlo de Donoso Cortés, con quien había compartido entusiasmos en París por la instauración del II Imperio de Napoleón III.  

Es bien conocido que para Donoso la burguesía es una clase sofística, discutidora, y el parlamentarismo, la expresión política del liberalismo burgués. Vivió con gran desazón la Edad de la discusión, aunque la imaginaba como un paréntesis que no podía durar, porque “el hombre ha nacido para obrar” y “apremiados los pueblos por todos sus instintos, llega un día en que se derrama por las plazas y las calles pidiendo a Barrabás o pidiendo a Jesús resueltamente, y volcando en el polvo las cátedras de los sofistas» (Ensayo sobre el catolicismo). En otro lugar manifiesta que “detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento» (Carta a los redactores de El País y de El Heraldo, 16 de julio de 1849).

Para Kirk, la Edad de la discusión -que habría durado mucho más de lo que Donoso sospechaba- está llegando a su ocaso, pero lo que se anuncia no es la Edad de la decisión, sino la del sentimiento. La Edad de la discusión fue también para Kirk la del liberalismo. A su parecer, no fue la democracia la que impuso la discusión, sino la discusión la que trajo la democracia. La discusión, como en Atenas o en América, siempre precede a la democracia y, con ella, a la renuncia a las costumbres de los antepasados y al olvido de las ideas de lealtad y autoridad. Donoso, que intuyó esto, concluirá denunciando la afinidad entre la razón y el absurdo. Kirk observa también que en los tiempos de Lutero y Descartes un hombre podía atreverse a pensar una religión o un sistema filosófico por sí mismo. Eran tiempos en que se apreciaban las ideas claras y distintas, mientras que en la Edad de la discusión, todo argumento se encuentra a disposición de la impugnación del ciudadano. Incluso las ideologías que en el siglo XX han sido contrarias al liberalismo se han impuesto gracias a una deconstrucción crítica de los sistemas previos.

No creo que sea necesario estar completamente de acuerdo con todas las premisas de Kirk para sospechar que puede tener razón en su conclusión: el advenimiento de una edad en la que lo que no emociona, no convence. A este paso en las escuelas preguntaremos a los niños si sienten o no que dos y dos son cuatro. Si Pascal había dicho que el corazón tiene razones que la razón no entiende, ahora decimos: si el corazón tiene razones y para sentir todo el mundo vale, ¿para qué queremos la razón, que establece jerarquías? Si sentimos el drama de las migraciones, o el de la naturaleza, o el sufrimiento de este o aquel grupo social ¿para qué pararnos a razonar, si lo que sentimos es evidente?

Kirk advierte a quien pretenda introducir algún orden en medio “del lío general de la imprecisión del sentimiento”, que no le servirá de nada utilizar el equipo deteriorado de la Edad de la discusión.

Quisiera, para acabar, echarle un cable al intempestivo Donoso. Creo -con Schmitt-, que sólo en apariencia era un pensador reaccionario. Lo que lo caracteriza es ser un hombre pasmado ante el enigma de la historia. Su actitud obedece más a la sorpresa que al desprecio. Temía que la nueva religión del humanismo abstracto fuera el inicio de un proceso que condujera a un terror inhumano. Fue el primero en plantearse esta cuestión y la historia del siglo XX no parece que le quitara la razón.

Veo la Edad del sentimiento como la de la religión del humanismo doliente. 

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