THE OBJECTIVE
Andrea Fernández Benéitez

La España – y la Cataluña – de Nunca Jamás

«Quizás debemos recordar que la política institucional es aburrida y anodina porque, sencillamente, debe aspirar a representar a la ciudadanía con la dignidad debida y, por supuesto, a transformar la realidad a través del diálogo y de los argumentos»

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La España – y la Cataluña – de Nunca Jamás

PSOE | Reuters

Si algo traen consigo unas elecciones son los análisis políticos. Puedes elegir formato, ideología y entre un sinfín de periodistas o politólogas – quizás la burbuja del análisis político de para otro artículo-.  En fin, más allá de las preferencias informativas de cada cual, las elecciones catalanas muestran, de maneras diferentes, una práctica política tan común como habitual en España: imaginarla de una manera única y excluyente.

A escasos días del inicio de la campaña electoral, Pablo Casado optó por amenazar a la sociedad catalana: si su candidato se alzaba con la victoria, Cataluña tendría su propio hospital de pandemias como Madrid y, por si esto fuera poco, no dudó en pasear a Isabel Díaz Ayuso para mostrarla como ejemplo de lo que el PP estaba dispuesto a hacer en Cataluña. Las palabras del líder conservador guardaban muchas recetas de libertad en lata y mucha confrontación contra quienes parecen romper España. Ahondando en estos delirios, fue verdaderamente escandaloso escuchar a la presidenta de la Comunidad de Madrid decir que su partido es el enemigo del PSOE. Con estos planteamientos, no es difícil entender que los resultados electorales les hayan otorgado tres escuálidos diputados, número que no les permitirá ni jugar una partida de mus al grupo parlamentario popular catalán.

Sin embargo, el PP no es el único en articular estrategias políticas bajo moldes que no encajan, también lo ha hecho el independentismo[contexto id=»381726″], y es que a los líderes de estos partidos les ha faltado tiempo para vanagloriarse de la supuesta victoria de su bloque y para retomar la cuestión de la independencia. En este punto es importante recordar que las demócratas entendemos -en todo el mundo y especialmente en Europa- que las decisiones de calado deben tomarse por mayorías cualificadas y, por lo tanto, un resultado ajustado no refrenda, ni mucho menos, posiciones que transforman radicalmente la realidad.

Estos dos ejemplos, cada uno con su complejidad y sus peculiaridades, muestran la práctica política de la que pretendo hablar, que no es otra que imaginarse una España y tratar de hacérsela tragar a quien toque en cada momento, me explico: ¿Ustedes recuerdan un juguete que consistía en encajar piezas de madera en un cajón con formas? Pues bien, algunos pretenden hacer pasar al cubo por el hueco de la esfera. Quizás debemos recordar que la política institucional es aburrida y anodina porque, sencillamente, debe aspirar a representar a la ciudadanía con la dignidad debida y, por supuesto, a transformar la realidad a través del diálogo y de los argumentos. Cambiar las posiciones del contrario a base de convencerlo es cansado, tedioso y complejo, no obstante, no tenemos más alternativas que garanticen lo más importante: la convivencia.

Es evidente que España no tiene grandes anhelos de libertad -entendida esta por una suerte de ensoñación liberal anacrónica e indeterminada más cercana al privilegio que a la vida en común-ni tampoco existe esa Cataluña cuyos planteamientos etnicistas lleven a desear una separación del resto del país. En democracia, es deseable que se diseñen proyectos políticos en positivo, que tengan recorrido a largo plazo y que estén pensados para ampliar los márgenes del bienestar; todas aquellas ideas que nacen para enfrentarse a un otro son bélicas en sí mismas, no son útiles y no suelen ser representativas, al menos en su origen.

Quizás por eso Salvador Illa se ha alzado con la victoria, porque es un hombre que rezuma franqueza cuyo proyecto se basa en hacer política para una Cataluña cansada a la que ha sabido entender. No lo tendrá fácil, pero su mano izquierda y su capacidad de dialogar sin claudicar son una esperanza para quienes creemos en la política y no tanto en la épica. Por suerte, España no es el país que algunos se imaginan.

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