THE OBJECTIVE
Aurora Nacarino-Brabo

La lucecita de la Casa Blanca

Voté por primera vez en unas elecciones generales en 2008. Fue el mismo año que Obama derrotó a McCain, convirtiéndose en el primer presidente negro de Estados Unidos. Mi historial democrático ha quedado, así, ligado a los dos mandatos de Barack.

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La lucecita de la Casa Blanca

Voté por primera vez en unas elecciones generales en 2008. Fue el mismo año que Obama derrotó a McCain, convirtiéndose en el primer presidente negro de Estados Unidos. Mi historial democrático ha quedado, así, ligado a los dos mandatos de Barack.

En este tiempo han pasado muchas cosas. La peor recesión mundial desde el crash del 29, el estallido de la burbuja inmobiliaria en España, la crisis griega, la amenaza de la ruptura del euro, la primavera árabe, la guerra en Siria, el terror del Estado Islámico, la emergencia de los refugiados, el auge del populismo y la extrema derecha en Occidente, el Brexit.

Han pasado cosas que dan miedo. Vivimos en una Europa que es, en muchos aspectos, desastrosa. Sin embargo, he vivido estos años de tribulación con cierta esperanza. De algún modo ingenuo y pueril me quedaba la tranquilidad de saber que, al otro lado del Atlántico, muy lejos de mi casa, Barack Obama estaba al frente de la primera potencial mundial. Con Obama uno tiene esa sensación de seguridad que solo los padres y los superhéroes infunden en los niños. Es como la lucecita de El Pardo, con la que Franco hacía saber a los españoles que siempre velaba por ellos, aunque no les dejara votar.

Obama sí deja votar, así que la semana que viene Estados Unidos celebra sus elecciones presidenciales. Las últimas encuestas conceden a Donald Trump, esa encarnación política del macabro payaso de It, la novela de Stephen King, una pequeña ventaja sobre Hillary Clinton. La perspectiva de una victoria del republicano me hace vivir esta recta final de campaña con desasosiego. Si Trump gana, ¿quién salvará a los europeos de nosotros mismos? Es como si, de pronto, nos hubieran caído ocho años encima y, con ellos, las responsabilidades y los miedos de la edad adulta. Quizá por eso esta mañana me he descubierto empleando una expresión de mi abuela: ¿Qué haremos cuando falte Obama?

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