THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

La nueva normalidad: escenas de una vida de provincias

«Quizá después de todo esto, del confinamiento y la Covid-19, del trabajo en remoto y las videollamadas, podría salir por fin una descentralización»

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La nueva normalidad: escenas de una vida de provincias

Max Goncharov | Unsplash

En la nueva normalidad ya no vivo en Madrid. En la nueva normalidad, pasearé la mascarilla y el gel hidroalcohólico por las calles de la que fue mi ciudad y que va a volver a serlo. Veo las aperturas de los museos y los cines en Madrid con una cierta nostalgia, como un espejismo de las vidas posibles que ya no serán. Al menos, de momento.

La nueva casa sigue llena de cajas mientras pasamos el verano, como todos los veranos, en la casa de mis padres, en el campo, con una piscina, gallinas y huerto –este año solo hay dos melocotones, y el año pasado recogimos kilos y kilos, y no encontramos explicación; a mi padre le resulta extrañísimo–. De la nueva casa no hemos sacado más que las bicis de los niños; en la casa de mis padres tenemos lo que apartamos antes de la mudanza en una maleta gris muy grande. Estamos en el limbo: ya hemos dejado la casa de Madrid y la de Zaragoza es aún inhabitable; estamos en un tiempo suspendido, como si este verano fuera como todos los veranos. Pero hay algunas cosas que han cambiado: cuando viene a comer mi hermano mediano, que es médico, no nos besamos. Mi abuela, que suele estar en casa de mis padres estas fechas, sigue en la de mi tía y solo la hemos visto desde la calle.

Volvemos a la provincia, y no somos los únicos. Puede ser que mi percepción esté alterada y que, como les sucede a las embarazadas que no dejan de ver a otras embarazadas y carritos de bebés por todas partes, me fije más en quienes dejan Madrid. Algunos amigos se han ido, de otros sabemos que, como nosotros, vuelven a Zaragoza; pero lo más cotizado sigue siendo una casa con jardín en las afueras de Madrid.

Dicen que la pandemia puede ser una oportunidad para que no todo tenga que pasar por Madrid o Barcelona, para impulsar una descongestión de las grandes urbes. Sería una buena noticia también para limitar los brotes de la Covid-19. La vida en provincias tiene muchas ventajas: hay menos densidad de población, los servicios están menos saturados, la vivienda es más barata, y muchas ciudades medianas tienen una oferta cultural y de ocio atractiva y rica. Puede que esta pandemia haya servido para que pensemos en internet y las redes sociales como herramienta de conexión de nosotros con los demás y con el mundo. Quizá después de todo esto, del confinamiento y la Covid-19, del trabajo en remoto y las videollamadas, podría salir por fin una descentralización, la idea de que no importa demasiado dónde se esté.

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