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Félix de Azúa

Cómo se acaba un imperio

«La estupenda biografía del emperador Justiniano, del historiador inglés Peter Harris, contiene varias novelas, una detrás de otra, ninguna tediosa»

La peseta cultural
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Cómo se acaba un imperio

Mosaico de Justiniano en la iglesia de San Vital en Rávena.

Todos tenemos en la cabeza que los romanos eran unos señores que vivían en Roma o en ciudades hoy italianas. Los imaginamos siempre en el Senado o en los templos y palacios marmóreos de la capital. Sin embargo, esa fue la parte breve de su historia, porque el imperio siguió durante mil años más, pero en el llamado «imperio de oriente», es decir, Bizancio. Una estupenda biografía, Justiniano. Emperador, soldado, santo, de Peter Harris (Taurus) describe con talento aquella sociedad de romanos que escribían en griego, hablaban diez idiomas y miraban hacia el Mar Negro, más que hacia el Mediterráneo.

El lector que se sumerja en sus 600 páginas irá de sorpresa en sorpresa. Comenzaré por el principio, aunque todo esto ya lo sepan los profesores. Para empezar, «Bizancio» es palabra griega, quizás originada por un tal Bizas, fundador de ese enclave estratégico que domina el estrecho del Bósforo. Es de los pocos asentamientos que ha asumido tres nombres a cuál más importante: Bizancio, Constantinopla y Estambul. La parte que nos interesa es la de Constantinopla, tras su fundación por el emperador Constantino, en el año 324, cuando comprendió que en Roma ya no estaba seguro. A partir de ese momento, la Roma de los mármoles, los senadores y las carreras de cuadrigas, la Roma de Hollywood, dejó de existir hasta extinguirse, y comenzó Bizancio. Por cierto, ellos no se llamaban a sí mismos «bizantinos», claro, sino «los de la polis», que será también como los llamen los turcos, porque Estambul significa «estar en la ciudad».

La vida de Justiniano (482-565) es una y tres o cinco novelas: este libro se lee como Lo que el viento se llevó. Su increíble carrera comienza con el tío Justino (primera novela) que era porquerizo en la oscura Vederiana, allá por los Balcanes, cuando hacia el 470 huyó de la furia arrasadora de Atila y emprendió a pie los 700 kilómetros que le separaban de Constantinopla, con el proyecto de ingresar en el ejército. No sólo lo consiguió, sino que ascendió muy deprisa a un cuerpo de elite, la guardia de palacio, donde destacaría como soldado excepcional. Entre 502 y 505 fue enviado para combatir a los persas en la frontera con la actual Siria, en 515 aplastó la revuelta del general Vitaliano y fue premiado con el rango senatorial. Se casó con una esclava de nombre Lupicina, o sea, Lobita, pero no tuvieron hijos por lo que llamó a su sobrino para que escapara de la mísera Vederiana y entrara a su servicio. Y aquí empieza otra novela.

No puedo contarles, ni por asomo, la vida de Justiniano que es, como he dicho, tres o cuatro novelas una detrás de otra, voy a resumir una vida imposible dentro del espacio de que dispongo. El historiador inglés ha utilizado las mejores fuentes y entre ellas la magna obra de Procopio (500-565), un palestino de Cesárea, seguidor del gran Tucídides, cuyos extensos volúmenes de historia bizantina son una obra maestra del género y están traducidos del griego al español (Gredos).

El caso es que el sobrino era, también, un soldado muy competente y comenzó una carrera espectacular en aquella época convulsa que facilitaba el ascenso de los audaces. En el 518 muere el emperador Anastasio sin dejar sucesor. Justino y Justiniano eran los jefes de la guardia de palacio, así que con la ayuda de los grupos denominados los Azules y los Verdes, que eran unas formaciones violentas surgidas del hipódromo, como los actuales y agresivos ultras del fútbol, pero con una capacidad realmente pavorosa para doblegar al Senado y a todas las instituciones, nombraron emperador a Justino.

«La influencia de Justiniano en el asentamiento del cristianismo fue fundamental»

Aquel militar era ya un hombre de casi setenta años, lo que entonces serían como los noventa actuales, de modo que desde el principio quien llevaba en verdad los asuntos de palacio era el sobrino. Y ahora empieza otra novela cuyo centro ideológico es el cristianismo, pero no me cabe, y lo tengo que dejar aparcado. Justiniano es, sobre todo, conocido por su colosal labor como jurista. En un tiempo inverosímil editó los volúmenes que han sido fuente de toda la legislación mundial casi hasta Napoleón. El Codex Iuris Civilis, compuesto por el Digesto, el Codex en sí, y las Instituciones (con añadidos y variantes), es uno de los más colosales monumentos jurídicos de todos los tiempos. Su influencia en el asentamiento del cristianismo, además, fue fundamental.

Tras la muerte de Justino en 527 y mediante luchas internas muy similares a las que lograron la elección de su tío, también Justiniano fue nombrado emperador. No obstante, tengo que dejar aquí la historia, porque ahora empiezan dos nuevas novelas, la de la mujer que eligió como esposa, la muy famosa emperatriz Teodora, célebre prostituta que alcanzaría un grado de poder enorme y sería vituperada por el cronista Procopio, dando pábulo a las más pornográficas historias.

Y otra novela, la de Belisario, el general que lo ganó todo y tuvo el final más triste. A lo cual habría que añadir episodios dramáticos como la epidemia de peste bubónica que dejo a la ciudad devastada; el año en que el sol se volvió negro (está demostrado por científicos actuales) y arruinó las cosechas; el invento de la inquisición cristiana, prácticamente también la del papado, y el feudalismo, así como la formación (casi siempre no intencionada) de las monarquías europeas que sustituyeron al imperio. Fue entonces cuando tomaron el continente los visigodos (España), los ostrogodos (Italia), los francos (Francia), los germanos, y así sucesivamente. Sin olvidar un capítulo sobresaliente sobre Santa Sofía, el asombroso templo que edificó en la ciudad y que hoy es una mezquita.

El emperador moriría en 565, al parecer de muerte natural, agotado por una edad entonces infrecuente como son los ochenta años. Fue enterrado junto a Teodora en la iglesia de los Santos Apóstoles, de la que nada queda tras ser saqueada por los cruzados cristianos en 1204. Otra novela.

«Quienes visiten Rávena podrán contemplar el célebre mosaico con los retratos de Justiniano y Teodora»

Todas sus conquistas, que habían supuesto la restauración del poder total sobre los puertos del Mediterráneo, durarían escasos años. En el 625, cuando los visigodos expulsaron los restos romanos de Hispania, fue testigo del hecho San Isidoro de Sevilla y ya comenzaban los árabes mahometanos a afilar sus alfanjes. Poco después se lanzarían sobre los despojos europeos.

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Justiniano: Emperador, soldado, santo
Peter Sarris
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En fin, como ven ustedes, se trata de muchas novelas, algunas mejores que otras, pero ninguna tediosa. Y para colmo, todo es verdad. Quienes visiten Rávena podrán contemplar el célebre mosaico con los retratos de Justiniano y Teodora. Constatarán que él da miedo. Ella no.

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