Un invento
«Volpi ha vuelto a escribir con ‘La invención de todas la cosas’ la ‘Enciclopedia’ de D’Alembert y Diderot sólo que puesta al día según la ficción del siglo XXI»
Suelo huir de los libros gordos y he constatado que cada día hay más libros gordos, seguramente por las facilidades que dan los ordenadores. No huyo de ellos por su tamaño, sino porque son difíciles de manejar, pesan mucho y resultan imposibles para viajes o en rutas urbanas. Sin embargo, esta vez he caído en un tocho de 700 páginas porque me ha parecido un invento y es urgente apreciar la originalidad.
Su autor, Jorge Volpi, es un viejo conocido desde que lo descubrió Basilio Baltasar, un reputado cazatalentos, a finales del siglo XX, lo que le valió el Premio Biblioteca Breve. Desde entonces ha cumplido con una carrera noble y distinguida, pero ahora se ha descolgado con un libro inclasificable. No es novela, no es (del todo) ensayo, no es poesía, no es teatro, ¿qué demonios es La invención de todas las cosas que ha publicado Alfaguara en su serie Narrativa Hispánica?
El libro lleva un subtítulo que parece explicarlo adecuadamente: Una historia de la ficción. El problema es que Volpi entiende por «ficción» un enorme espectro de actividades narrativas, pero también no narrativas. Así que nos cuenta una historia, realmente muy interesante, que reúne «el origen de la vida» (uno de los primeros capítulos), el código de Hammurabi, la Ilíada, el Corán, y así sucesivamente hasta llegar a los fractales, pero también la pintura renacentista, la música barroca, la filosofía de Kant, Internet o el feminismo del siglo XXI. Todo es ficción. ¿Incluida la ciencia? Incluida.
La posición teórica de Volpi no es un capricho. Está bien fundada y él es un escritor con una formación amplia y rigurosa. Hay momentos en que el lector quizás se apartará un tanto de la línea argumental, cuando, por ejemplo, asome su patita Lacan (p. 344) o algunos filósofos franceses del siglo pasado que han causado mucho perjudicado. Pero, ¿también la ciencia es una ficción?
Volpi utiliza otro género, el diálogo dramático, para ciertos principios de ardua intelección, solo que ese diálogo lo sostienen Felice (Bauer) y un bicho que tiene forma de insecto: es el que creó su novio en La metamorfosis. Hay nueve diálogos, separando secciones de siglos, que componen algo así como el protocolo general de Volpi, sus principiae. Pueden leerse todos seguidos y se obtiene una panorámica general de la «ficción» en el invento de Volpi, y también de las dudas de su autor.
«Volpi emplea todos los recursos del novelista para contarnos cosas tan dispares como el Big Bang, la música de Mozart o la física cuántica»
Les pongo un ejemplo a propósito de la ciencia. Cuando Felice le reprocha al bicho que considere la matemática una ficción, éste responde con una argumentación sólida, cuyo punto de apoyo dice: «(La hipótesis) es una ficción que se comporta como si fuese verdad. A partir de ese momento, el científico seguirá una serie de pasos, cada vez más rigurosos, no tanto para tratar de probarla cuanto para no resultar desmentida» (p.354). Los aficionados a la filosofía reconocerán el kantiano como sí y también los imperativos de la falsación.
Sin embargo, estamos ante una narración y su primer propósito es resultar legible para todo el mundo, entretenida y amena. Lo es. Volpi emplea todos los recursos del novelista para contarnos cosas tan dispares como el Big Bang, la música de Mozart, la física cuántica o la aparición de la perspectiva pictórica. Y por supuesto, Balzac, Dostoievski, o el Manifiesto Comunista. Porque no sólo la ciencia, la música o la pintura, también las novelas y los panfletos, son ficciones.
¿Y qué es «ficción»?, se preguntará algún lector atribulado. Lo ha contestado Volpi desde buen principio: «La realidad es esa argamasa a la que damos forma y volumen con la imaginación» (p.14). Y también lo responde el bicho en uno de sus diálogos. Felice le espeta: Pero, «¿qué diantres es una ficción?» Y Kafka responde: «Te diré lo que no es: una mentira» (p.23). La cuestión filosófica es endemoniada: hay una realidad (tan inalcanzable como «la cosa en sí») a la que damos forma a la manera de los escultores con diversas materias (aquí entrarían los juicios sintéticos a priori) y siempre es una forma hipotética, es decir, cambiante (histórica, dirían los centroeuropeos) que nos permite considerarla «verdadera» (o abierta, al modo heideggeriano).
Sin embargo, la verdad es una noción distinta de la realidad y de la ficción, tiene vida propia en otro universo. Así se lo dice Felice al bicho casi al final. Y lo tomará en consideración el autor cuando se despida del lector afirmando que jugamos en un campo virtual (la tierra, la realidad) y no podemos habitarlo más que con las ficciones (p.664).
«Volpi ha inventado una narración que, como todo invento, es asombrosa, y en una prosa excelente»
Me excuso de esta deriva teórica, pero es el esqueleto de la novela. En términos literarios, Volpi ha inventado una narración que, como todo invento, es asombrosa, y en una prosa excelente. El lector puede leer las casi 700 páginas una tras otra, o elegir las narraciones que más le intriguen. Por ejemplo, la historia de la ópera de Monteverdi a Mozart, o la sexualidad inglesa en la época victoriana.
Volpi ha vuelto a escribir la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot, que fue la ficción del mundo en el siglo XVIII, sólo que puesta al día según la ficción del siglo XXI. Y con el necesario brillo del espectáculo, sin el cual no se entiende a nuestra sociedad.