The Objective
Félix de Azúa

Un ejemplo casi olvidado

«Si hay dos personalidades modélicas, ejemplos de la dignidad de resistir a los tiranos y entender la estupidez de sus contemporáneos, son Cervantes y Jovellanos»

La peseta cultural
Un ejemplo casi olvidado

Gaspar Melchor de Jovellanos retratado por Francisco de Goya y Lucientes. | Ilustración de Alejandra Svriz

La pasión y muerte de nuestro señor Gaspar Melchor de Jovellanos bien merece su lugar en este día, cuando San Jorge mató al dragón de la ignorancia y que viene dedicado a Cervantes. Ellos dos, uno como fundador del nacimiento del mundo moderno en España y el otro como testigo de la escisión definitiva del país en dos tribus incompatibles, deberían compartir esta fecha tan honrada como popular.

Lo de que Jovellanos vivió en carne propia la explosión de las dos Españas, el momento en que el país se rompió por la mitad entre los hunos y los hotros, no es juicio mío sino de Julián Marías. Poco lee nuestra sociedad a los maestros del siglo XX, a diferencia de los franceses, por ejemplo, que siguen reimprimiendo a sus clásicos del siglo pasado en buenas ediciones. Y es una lástima porque hay una enorme cantidad de sabiduría en los trabajos de nuestros abuelos. Hablo ahora de un conjunto de ensayos muy singular de Marías, titulado Ser español y que ya sólo se encuentra en librerías de lance. Hay en esta colección un estupendo artículo sobre Jovellanos que es el que me ha despertado la necesidad de escribir esta columna.

No sabía yo que cuando Jovellanos, denunciado por las sabandijas inquisitoriales y tras sufrir siete años de prisión sin juicio, se vio libre de su odioso encierro, unos armadores de Vigo le pidieron permiso para bautizar como El sin igual Jovellanos a una fragata de 150 toneladas, «armada en corso y mercancías, con ocho cañones de a seis». El gran liberal, que era hombre tímido y discreto, agradeció la idea, pero pidió que le pusieran tan sólo «Jovellanos», que el resto sobraba.

También habla Marías del Diario que escribió durante diez años Jovellanos: un extenso texto al que califica de «único», pues no hay otro en la literatura española que pueda proporcionar un conocimiento tan útil y vital sobre el siglo XVIII español. Y esto es relevante porque Marías cifra el desconocimiento que tenemos del Siglo de las Luces español en la ausencia de novelas y teatro, de modo que sólo podemos hacernos una idea de lo que fue vivir aquellas fatídicas fechas gracias a las pinturas de Goya. Porque para entender algo, no sólo se necesitan datos y hechos, también son precisas las imágenes que proporciona la literatura. Y Jovellanos es un magnífico literato.

 En el famoso retrato que le hizo el aragonés (y que no hay visita al Prado en la que no deba uno detenerse ante él con reverencia), lo pinta en 1798 meditabundo y relajado, pocos años antes de que los pérfidos ultramontanos, la hez del país cuyo jefe era el ministro José Antonio Caballero, lo encerraran en la prisión mallorquina durante siete años sin juicio ni sentencia, sólo por la repugnante inquina de la clerigalla contra el hombre que osó plantear la supresión de la Inquisición ¡para defender el cristianismo!

«Los ‘Diarios’ de Jovellanos estuvieron, tan presos y condenados por la Inquisición como su propio autor, hasta 1953»

Aquellos Diarios quedaron interrumpidos por el encierro, aunque desde su castigo siguió escribiendo Jovellanos con la intención de mejorar los campos que divisaba a través de la ventana enrejada de su celda. Esa descripción, preso en el castillo de Bellver, es un maravilloso clásico que muestra un alma ilustrada, laboriosa, benévola y premiada con un sentido del humor que la hacía inaccesible a todas las desdichas. Trató de ser útil para alguien, aunque sólo fuera para un puñado de campesinos que labraban al pie del castillo, incluso desde aquella celda.

Los Diarios, que tuvieron una dificilísima edición, vendidos primero con todos los papeles del ilustrado a un librero de viejo, fueron luego pasando de mano en mano, comprados siempre por enemigos de la libertad y gentes de un reaccionarismo negro, con el fin de evitar que se editaran. Y así estuvieron, tan presos y condenados por la Inquisición como su propio autor, hasta 1953, cuando la Diputación de Asturias y el Instituto de Estudios Asturianos acometieran la enorme tarea de publicar las obras completas del gran liberal. Una fabulosa edición que debiera figurar en todas las bibliotecas españolas y que seguro ha de faltar en muchas.

Se reúnen los Diarios en los volúmenes VI, VII y VIII de las Obras Completas, admirablemente editados e ilustrados los dos primeros por José Miguel Caso y el último por su hija María Teresa. La longitud de los Diarios y su minuciosidad en la descripción de minas, pozos, canales, caminos, utillaje agrícola, molinos, fraguas y todo tipo de obras, herramientas y máquinas de la vida industrial y comercial de esos años, así como cada una de las iglesias o ermitas campesinas que fue encontrando en los viajes peninsulares, hacen su lectura sólo exigible para estudiosos e historiadores. Por fortuna, tanto Marías como el propio Caso publicaron extensas selecciones de estos Diarios (en Alianza y en Planeta) que aún se pueden comprar en librerías de segunda mano.

Vuelvo al comienzo. Si hay dos personalidades modélicas, entrañables, vivos ejemplos de la dignidad y la grandeza de resistir a los tiranos y entender sabiamente la estupidez de sus contemporáneos, ambos tocados por el talento de las letras, esos son Cervantes y Jovellanos. Para mí, el 23 de abril ya siempre será el de los dos maestros, mano a mano jugando al ajedrez en los Campos Elíseos, que es donde descansan los héroes.

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